Los ODS nacieron para todos, con el mandato de no dejar a nadie atrás. También, en el Acuerdo de París se incluía ya el concepto de transición justa, por el que debemos contemplar el impacto en las personas del proceso de cambio hacia una economía libre de carbono… pero, ¿realmente lo estamos haciendo bien?, ¿nos estamos guiando por estos principios?

Si tenemos en cuenta que las Naciones Unidas estiman que el 70% de las personas van a vivir en asentamientos urbanos para el 2050 y que las ciudades son uno de los factores que más contribuyen al cambio climático —concentran el 75% de las emisiones y aproximadamente el 70% del consumo energético— está claro que para cumplir con este principio de justicia las ciudades juegan un papel clave

Para lograr las metas del ODS 11 los esfuerzos deben centrarse en aplicar políticas y prácticas de desarrollo urbano inclusivo, resiliente y sostenible que den prioridad al acceso a los servicios básicos, a la vivienda a precios asequibles, al transporte eficiente y a los espacios verdes para todo el mundo.

Pero, si queremos mover la aguja, ¿nos debemos quedar en sólo transporte eficiente? Considerando que el sector del transporte es responsable del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel global, creo que está claro que simplemente la eficiencia no puede ser nuestra meta, es necesario ir más allá.

El transporte debe ser concebido como un concepto transversal dentro de la movilidad de personas y mercancías, y debe ser multimodal, accesible e inclusivo para todas las personas. Debe además tener la capacidad de atender el crecimiento urbano descontrolado, e integrarse en la planificación urbana de manera consciente, contribuir a la mejora de la calidad del aire, la habitabilidad, la congestión y en definitiva, mejorar la calidad de vida en nuestras ciudades. 

Debemos pasar de aire limpio a viajes más fáciles para los ciudadanos. Y cómo gestionemos esta transición será clave para maximizar los impactos positivos, alinear las prioridades locales y lograr, en definitiva, que el transporte sea una herramienta al servicio de las personas y las necesidades del medio ambiente.

Lograr esto no será tarea fácil y es necesario considerar ciertas variables. La primera de ellas es el poder de la regulación. La normativa nos sirve para acelerar el paso y cambiar. Si bien la la mayor parte de la regulación en temas de movilidad sostenible procede de la Unión Europea a través de directivas y reglamentos, la realidad es que la implementación se realiza a nivel local, en las ciudades.

Este proceso de traducir y localizar regulación supone un reto para los funcionarios y empleados de los ayuntamientos que deben desarrollar nuevas competencias y adquirir nuevos recursos para hacerlo. Sin embargo, una regulación adecuada es necesaria para acelerar el cambio modal del vehículo privado a utilizar otras formas de movilidad en el día a día, actuando en muchos casos como elemento disuasorio.

En segundo lugar, la heterogeneidad de las ciudades. Las medidas encaminadas al desarrollo de un modelo de transporte inclusivo y transversal deben reflejar la realidad de las ciudades, caso a caso. Cada espacio urbano es diferente, así como sus retos y la forma de afrontarlos. Adicionalmente, la regulación no es específica sobre las formas de implementación, lo cual hace que las iniciativas o proyectos puedan ser muy diferentes de una urbe a otra, ni que decir tiene si son de ideologías políticas diferentes.

Esta heterogeneidad dificulta la movilidad en vehículo privado a lo largo del territorio nacional: ¿trasladarnos a nuestro lugar de vacaciones supondrá que nos tendremos que aprender la regulación local, vías de circulación, lugares de estacionamiento permitidos y afrontar nuevos pagos de tasas o tarifas por uso para evitar ser sancionados?

En tercer lugar, la disponibilidad de información, que pasa por contar con información real, de calidad y contrastada para poder tomar decisiones lo más ajustadas a la realidad de los ciudadanos. Las ciudades deberán definir su modelo y el camino para lograrlo.

Generalmente, tendrán que apoyarse en el sector privado para desarrollar sistemas de indicadores que les permitan medir avances, identificar impactos y gestionar la movilidad dentro de sus zonas. Estas herramientas deberán incluir desde la recogida de los datos a través de dispositivos de hardware acondicionados, y en la medida de lo posible circulares, hasta el tratamiento de los mismos en plataformas seguras que incluyan toda la información relacionada con la movilidad, personas y mercancías.

Y, por último, el impacto en los ciudadanos. El proceso de transición hacia una movilidad sostenible y libre de carbono implica retos enormes en muchos momentos de ese proceso. Las personas por naturaleza tenemos aversión al cambio, y es necesario trabajar todavía más la sensibilización y la conciencia ciudadana para favorecer la transición hacia una movilidad más sostenible, todavía más si implica un cambio de hábitos.

Si sumamos esto a una realidad democrática en la que somos los ciudadanos los que elegimos a nuestros gobernantes, el tema está claro y las medidas a implementar probablemente son muy laxas. Será necesario un proceso de adaptación y cambio hasta que se normalicen los nuevos hábitos y hagamos nuestra esta nueva movilidad.  Quién no recuerda no hace mucho que planchábamos a las 2 de la mañana…

Para todas las partes interesadas, empezando por las propias ciudades, alcanzar la sostenibilidad a la que aspira el ODS11 requiere contar con un modelo de movilidad que atienda a los grandes desafíos de las áreas urbanas y las necesidades diarias de los ciudadanos, hoy en día y en el futuro.

Un modelo inclusivo, equitativo, transversal y sostenible para todos que contemple al mismo tiempo una transición justa sin dejar a nadie atrás. Como ciudadanos tendremos que adaptarnos a una nueva realidad que implicará cambiar hábitos y repensar nuestra forma de movernos.

Será necesario coordinarnos, poner en práctica el ODS17 de alianzas, ayuntamientos, ciudadanos, partidos políticos, empresas y sociedad civil, para poder maximizar los beneficios de este modelo en nuestra salud y mejorar nuestra calidad de vida.