Vladimir Putin, durante una visita este jueves, el centro de entrenamiento de combate para pilotos en Torzhok.

Vladimir Putin, durante una visita este jueves, el centro de entrenamiento de combate para pilotos en Torzhok. Reuters

Europa

La dependencia de Irán y el rechazo a Occidente dejan a Rusia a merced del islamismo radical del ISIS

Los terroristas no perdonan a Vladimir Putin su apoyo incondicional a Bashar al-Assad en Siria, además de que la alianza con Irán no ayuda a rebajar la tensión. 

29 marzo, 2024 02:44

“Prevemos un incremento de la capacidad del ISIS-K, tal y como alertamos cuando EEUU abandonó Afganistán, y del mismo modo prevemos más atentados mortales en Rusia y en el resto del mundo”. Con esta contundencia se expresaron esta semana los expertos en terrorismo internacional Leon Aron y Frederick W. Kagan, colaboradores de Critical Threats, el “think tank” estadounidense dedicado al análisis de las amenazas que vive nuestro planeta y la sociedad occidental en particular.

Según Aron y Kagan, el ISIS-K, la ramificación afgana del Estado Islámico, nunca estuvo del todo derrotado, como tantas veces aseguraron los gobiernos respaldados por Estados Unidos en Kabul. La marcha precipitada del ejército norteamericano y la caótica llegada de los talibanes no ha hecho sino reforzar su actividad y su capacidad para captar nuevos miembros.

Algo parecido, según los expertos, estaría sucediendo en Siria y en Irak, los territorios originales del autodenominado Califato Islámico, donde el Daesh estaría aprovechándose del caos político y de la unión de los suníes contra el imperialismo chií de los ayatolas para reactivarse.

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Y es que, en toda esta historia, Irán es el gran enemigo del ISIS. El régimen de Teherán ha conseguido erigirse como la referencia yihadista en Oriente Medio gracias a la implantación del llamado Eje de la Resistencia, formado por distintos grupos terroristas que pretenden minimizar por la fuerza la influencia de Estados Unidos y Arabia Saudí en la zona, además de financiar y armar a las milicias de Hamás y Hezbolá en su lucha contra Israel.

El aviso del 3 de enero

El odio del ISIS hacia Irán es una cuestión religiosa, pero también política. Consideran que les han comido el terreno de la propaganda y están dispuestos a recuperarlo como sea. No es casualidad que el primer gran atentado del ISIS-K después de muchos años fuera en territorio iraní, el pasado 3 de enero, coincidiendo con el cuarto aniversario del asesinato del general Qasem Solemaini por parte de los Estados Unidos.

Aquel atentado se convirtió en el mayor ataque que vivía Irán desde los años 80 y en él murieron en torno a 150 personas después de que dos terroristas suicidas detonaran sus explosivos en medio de una multitud. La “obsesión” del ISIS-K con Irán venía documentada ya desde al menos dos años atrás por la inteligencia estadounidense, que había avisado en los días previos de un posible atentado masivo en la república islámica sin que Jamenéi y los suyos hicieran demasiado caso.

El Crocus City Hall de Moscú en llamas poco después del ataque terrorista el 15 de marzo.

El Crocus City Hall de Moscú en llamas poco después del ataque terrorista el 15 de marzo. EFE/EPA/VASILY PRUDNIKOV EFE/EPA/VASILY PRUDNIKOV

La historia recuerda mucho a lo que sucedería dos meses y medio después en el Crocus City Hall de Moscú, aunque esta vez no se tratara de terroristas suicidas sino de pistoleros dispuestos a llevarse por delante a cuantos civiles se cruzaran en su camino. Si el ISIS, y en concreto su rama afgana, llevaban años planeando atentados en Irán, lo mismo podía decirse de Rusia. Los motivos eran semejantes y no han ido sino agravándose con el paso del tiempo.

El apoyo a Al Assad

Rusia nunca ha entrado en guerra con el ISIS como tal. Ahora bien, los terroristas no le perdonan a Putin su apoyo incondicional a Bashar al-Assad en Siria. Hay que recordar que, durante los años de esplendor del Califato, a mediados de la década pasada, Siria era algo así como la tierra prometida de los terroristas islámicos, tal y como se demostró en el juicio de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París. Todo empezaba en Siria: el adoctrinamiento, la formación militar, la reivindicación política...

El apoyo de Putin a Al Assad sirvió para que el gobierno sirio consiguiera imponerse a los radicales islamistas aun a costa de verdaderas masacres en medio de una sangrienta guerra civil. Casi toda la alta plana del ejército ruso que ahora mismo intenta ocupar Ucrania y, por supuesto, los paramilitares del Grupo Wagner, se curtieron destruyendo Aleppo o tantas otras ciudades sirias para asentar al dictador en su puesto. Que Rusia iba a ser el siguiente objetivo del ISIS en cuanto se diera oportunidad era algo más o menos asumido por todos.

Blindados rusos en la ciudad de Aleppo, en Siria.

Blindados rusos en la ciudad de Aleppo, en Siria.

De hecho, según informa el The New York Times, las autoridades rusas sí que se tomaron en serio el aviso de las embajadas estadounidense y británica del 8 de marzo. Dicho aviso público a los ciudadanos de ambos países se había transmitido en privado a la seguridad rusa 48 horas antes. En consecuencia, la seguridad aumentó en grandes eventos y conciertos multitudinarios… pero sólo lo hizo durante unos pocos días. Una vez pasadas las elecciones, el nivel de vigilancia se relajó.

Ucrania y la dependencia de Irán

Todo lo visto desde entonces en forma de acusaciones a Ucrania no es, por lo tanto, sino teatro. También lo son las insinuaciones de un ataque de falsa bandera. El ISIS-K tenía a Moscú en su punto de mira y actuó cuando se esperaba. El asunto, ahora, es saber cómo va a conjurar Rusia la amenaza islamista mientras a la vez libra una guerra en Ucrania que está llevándose por delante buena parte de sus recursos militares y de inteligencia.

El Kremlin se enfrenta ahora mismo a un doble problema: si hasta ahora los terroristas culpaban a Putin de lo sucedido en Siria, la alianza del autócrata con Irán no ayuda precisamente a rebajar la tensión. Rusia sólo entiende la táctica militar desde el aplastamiento y eso es lo que está intentando en Ucrania. Para avanzar unos cuantos kilómetros en las cercanías de Donetsk, ciudad que ya controlaba desde 2014, ha desperdiciado miles de vidas y una cantidad de munición desconcertante.

Dron suicida iraní utilizado por Rusia en sus ataques a Ucrania.

Dron suicida iraní utilizado por Rusia en sus ataques a Ucrania. Foto: Ministerio de Defensa de Irán

Como siempre va a necesitar más, es lógico que Putin siga mirando a Irán como gran aliado militar junto a Corea del Norte. Teherán ha colaborado con drones y con artillería a la guerra de Putin y ambos ejércitos han colaborado en distintas maniobras militares. Es completamente imposible que Rusia gane en Ucrania sin el apoyo de los ayatolas, lo que le ha obligado a romper una amistosa relación diplomática de décadas con Israel, le ha enfrentado, como decimos, a los radicales yihadistas -se calcula que en torno a 12 millones de rusos son suníes practicantes- y ha congelado las relaciones con Occidente.

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Esto último es un enorme problema para la seguridad rusa. Putin fue uno de los impulsores y de los beneficiarios de la “guerra contra el terrorismo” impulsada por George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. La amenaza terrorista le sirvió de excusa para intervenir militarmente en distintos territorios de su Federación, especialmente en Chechenia, y así reforzar su figura al poco tiempo de llegar al poder. Nadie dijo nada en contra porque entraba dentro del “espíritu del tiempo”: el yihadismo se había mostrado como la gran amenaza para Occidente y, por entonces, Rusia se consideraba parte de la comunidad occidental.

El gigante con pies de barro

Si la alianza con Irán mantiene a Rusia en el disparadero del ISIS, el empeño en minimizar la ayuda de Occidente o directamente despreciarla públicamente, como hizo Putin en el fatídico discurso televisado del 19 de marzo, supone otro gran problema para el Kremlin. Al terrorismo internacional se le derrota desde la colaboración y no desde la disensión. Uno no puede pasarse el día amenazando con guerras nucleares y luego esperar que le chiven dónde y cuándo va a actuar tal o cuál célula extremista.

En los últimos diez meses, Rusia ha mostrado una debilidad interna sorprendente en un país con tanta facilidad para la amenaza y el matonismo. En junio de 2023, Yevgueni Prigozhin, junto a unos pocos paramilitares del Grupo Wagner, se plantó a 200 kilómetros de Moscú sin que nadie le saliera al paso. Hubo que recurrir a una salida negociada para, en palabras del propio Putin, “evitar el enfrentamiento entre rusos, como en 1917, y el consiguiente derramamiento de sangre”.

Uno de los memoriales en honor de las víctimas del atentado en el Crocus City Hall

Uno de los memoriales en honor de las víctimas del atentado en el Crocus City Hall Reuters

Desde entonces, las incursiones de los grupos militares anti-Kremlin en la región de Bolgorod han sido constantes, sin que la guardia fronteriza haya podido hacer demasiado al respecto. De hecho, aún a día de hoy, hay combates en los pueblos del lado ruso de la frontera. El atentado de marzo es la última de las señales de debilidad del supuestamente pétreo régimen ruso. Tan obsesionado ha estado Putin con protegerse de la disidencia y de cumplir sus sueños imperialistas que ha olvidado proteger a su pueblo de las amenazas internas y externas.

El dilema ante Occidente

Esas amenazas van a continuar presentes en un mundo tan convulso. África y Oriente Medio vuelven a ser hervideros en los que el radicalismo va a prosperar. Durante demasiado tiempo, la política exterior de Rusia se ha basado en fomentar el caos allí donde ha sido posible, empezando por los propios Estados Unidos. Ahora, sin embargo, necesita a esa misma comunidad internacional a la que ha intentado dividir y enfrentar. Sin el apoyo de las inteligencias extranjeras, los atentados se repetirán y Rusia quedará al amparo de los altibajos de popularidad y financiación del ISIS.

Ante esta situación, Putin puede seguir empeñado en culpar a Occidente de todo o reflexionar y tender puentes. Un 'zar' que no puede proteger a su pueblo y que no consigue que triunfe su ejército es un 'zar' en peligro. El Kremlin lo sabe. Tarde o temprano, tendrá que solventar el dilema y actuar en consecuencia.