Por Mario Martín Lucas
Decía Pío Baroja que en España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales. A saber:
1) los que no saben
2) los que no quieren saber
3) los que odian el saber
4) los que sufren por no saber
5) los que aparentan que saben
6) los que triunfan sin saber, y
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Estos últimos se llaman a sí mismos "políticos" y a veces hasta "intelectuales".
El ruido inunda nuestro día a día y los términos nación o nacionalidad son utilizados por unos y por otros como coartadas para conseguir su cuota de poder o perpetuarse en ella, pero, por una vez, estaría bien pensar en las cosas que nos unen, más allá de banderas, de grupos o grupúsculos.
En el mundo, hoy, el idioma español es el segundo más utilizado, con treinta países donde es lengua oficial, nuestra cultura es referencia mundial, país de Velázquez y Goya, pero también de Gaudí y Dalí, de Cervantes, Machado, García Lorca o Almodóvar, de Gasol, Nadal y de innumerables deportistas cuyo factor común es el gen competitivo labrado durante años en el orgullo indomable, bañado en el sudor del esfuerzo y la persistencia; con una cultura de vida exportada más allá de nuestras fronteras, somos el tercer país del mundo con más esperanza de vida y, al mismo tiempo uno de los más solidarios a través de nuestros cooperantes por el mundo y líder mundial en transplantes y donación de órganos.
El mar baña nuestras costas a lo largo de 6.786 kilómetros, y lo hace a través de una diversidad que complementa desde las rocas que abate en el “Peine del Viento” de San Sebastián hasta hacerse transparente en las calas de Cadaqués o el Cap de Creus, mientras se convierte en obra de arte en los atardeceres frente a Zahara de los Atunes y se deja acunar en la Albufera de Valencia.
Los 505.645 kilómetros cuadrados que componen estas tierras y sus caminos forman un calidoscopio que nos permite contemplar parajes tan diversos, entre sí, como las anchas llanuras de los campos de Castilla, la frondosidad y vegetación del Valle de Arán, el paisaje, casi lunar, del Teide o asomarnos al Mirador de la Morayma, en el Albaicín, para revivir los cuentos de la Alhambra, componiendo finalmente un puzzle tan singular, que de no existir, sería difícil crear.
No soy hombre de banderas, siempre me he identificado a mí mismo como ciudadano del mundo, he viajado todo lo que he podido y espero poder seguir haciéndolo, siempre son muchos más los lugares por conocer que los ya conocidos, pero ello no me impide valorar lo que más cerca tengo de mí y la tierra de mis raíces, por ello hoy me he permitido esta pequeña licencia, al tiempo emocional y terrenal.
Mañana volverá el ruido, los profetas mesiánicos y los argumentos de unos y otros para imponer, torticeramente, sus parciales realidades, mientras la corrupción y la crónica de tribunales continuarán monopolizando nuestra actualidad, como ejemplo de paráfrasis de lo que Josep Pla expresaba en su conocida cita: "En España no hay leyes ni reglamentos. Hay amigos y hay favores." Esperemos que en ese campo si seamos capaces de evolucionar, por el bien de todos, al menos de la mayoría social.