Por Mario Martín Lucas
El próximo 28 de mayo un equipo de fútbol español volverá a coronarse como campeón de la Champions (antigua Copa de Europa) y para entonces otro equipo español habrá disputado la final de la Europa League (antigua Copa de la UEFA), segunda competición europea en importancia, para equipos de fútbol, todo lo cual no hará sino marcar la tendencia de los últimos diez años, donde, entre ambas competiciones, once campeones han sido españoles, además de que la selección haya ganado en ese periodo dos Eurocopas y un Mundial.
La España de hoy es potencia indiscutible en materia futbolística y al mismo nivel, dolorosamente, también encabeza todos los rankings oficiales en materia de desigualdad, siendo el país de la OCDE, la Unión Europea y el Consejo de Europa donde más crece, hasta el extremo de que, desde Bruselas, se ha advertido a las autoridades españolas sobre ello, reseñando que el 30% de la población, más de 12.500.000 de españoles, se sitúa en riesgo de pobreza o exclusión social, consecuencia del deterioro del mercado laboral, de la inexistente ayuda a los parados de larga duración -más de 2.000.000 de españoles- y la cronificación del desempleo de ellos, que les terminará convirtiendo en jubilados sin pensión; con el agravante de las carencias educativas, del abandono escolar, de los recortes en gasto farmacéutico y sanidad, además de una desproporcionada contención de los costes laborales, alejada del crecimiento de los precios nacionales, que ha supuesto una deflación salarial del 21%.
El coeficiente de Gini, es el indicador más conocido en cuanto al análisis de las desigualdades, un índice que se mueve de 0 (todo el mundo con la misma renta) a 1 (una persona para toda la renta). Este indicador no ha parado de aumentar haciendo más evidente el aumento de las desigualdades en España. Si en 2003 presentaba un valor de 0,33, en 2007 era de 0,34 y en el 2013 ya llegaba al 0,37.
Otro indicador interesante a la hora de entender como ha evolucionado la desigualdad en España es el índice S80/S20. Índice que indica cuántas veces es más grande la renta media del 20% más rico de una población, respecto a la renta media del 20% más pobre. En el 2003 este índice era de 5,7, en 2007 era de 6,4 y en 2013 ya llegaba a 9, es decir, de media el 20% más rico tenía 9 veces más renta que el 20% más pobre.
Ambos indicadores certifican lo que es evidente en cualquiera de las calles que pisan los españoles de a pie: la desigualdad se ha apoderado de España, y ello ocurre a pesar de que en el artículo primero de la Constitución se reseña la igualdad como un valor supremo de nuestro ordenamiento jurídico, junto con la justicia y el pluralismo político; sin que oigamos que nadie invoque el incumplimiento de la Constitución a dicho particular.
Las políticas de los últimos años han hecho de España campeona de la Champions de la desigualdad. Mariano Rajoy, con su reforma laboral, acabó con la histórica protección al factor trabajo que se había respetado desde los años 50 del siglo XX, quebrando la confianza de la ciudadanía, a través de la cual se ha sustituido empleo estable, a base de contratos de un día o semana, con lo que se ha llegado a que el 90% de los nuevos contratos realizados sean temporales; aplicando, además, recortes en todos los servicios sociales: sanidad, educación, dependencia, etc… llevando a efecto una devaluación interna, que ha afectado a los activos en manos de los españoles, especialmente en la vivienda, mientras que las deudas se mantienen a los mismos valores nominales de los momentos más elevados de la burbuja financiera.
España es líder en desigualdad otro año más, superando casos tan paradigmáticos como el griego o el portugués, sin discusiones posibles, ni apelaciones a los arbitrajes; su Champions en esta materia es indiscutible, gracias, básicamente, a los esfuerzos neoliberales hechos, para ello, desde el Gobierno.
Mientras una España con menos desigualdad se abre paso, disfrutaremos de la realidad virtual que supone la Champions futbolística, y es que, más allá de las apariencias, desigualdad y fútbol no son vasos comunicantes, a pesar de la paradoja que supone liderar ambos ámbitos a la vez.