Por David Blanco Herrero, @ddad713
Reconozco que yo siempre fui más aficionado a Digimon, pero soy muy consciente de la brutal revolución que se produjo a finales del siglo XX y principios del XXI de la mano de Pokémon. Prácticamente todos los niños y niñas que nacimos a principios de los 90 conocíamos esa serie japonesa, así como las colecciones de tazos y los juegos para videoconsolas asociados a ella.
Hace pocos días surgía Pokémon GO y el furor ha regresado. La realidad aumentada, que permite que los Pokémon “aparezcan” en nuestro propio mundo, supone un potente atractivo para unos jugadores que más de una vez han soñado que sus juegos se hicieran realidad. Ahora eso es relativamente sencillo: te descargas la aplicación en tu smartphone y, gracias al sistema de geolocalización y a la cámara del teléfono, puedes ir caminando y encontrando los objetos que necesitas y las diversas criaturas que debes capturar como un auténtico entrenador Pokémon.
El fenómeno es incuestionable. En Estados Unidos es fácil ver jugadores caminando por las ciudades apuntando con la cámara de sus teléfonos a árboles, charcos o edificios para encontrar a estas criaturas y poder capturarlas. Unos ladrones utilizaron el juego para guiar a varias personas a un lugar alejado en el que robarles y diversos establecimientos utilizan una estrategia similar par atraer clientes. Han aparecido Pokémon en casas particulares, iglesias, hospitales e incluso en el Museo de Holocausto en Washington, por lo que las autoridades han emitido mensajes pidiendo a los usuarios que respeten las normas de convivencia del mundo real, como cruzar la carretera sin mirar la pantalla del móvil o no invadir propiedades privadas.
Y todo esto ha tenido su reflejo en las redes sociales y en los medios de comunicación de todo el mundo, incluida España, donde el juego no ha llegado porque los servidores están saturados tras las abundantes descargas en los países donde sí se ha lanzado. Pero esto no ha impedido que el juego y su repercusión se hayan convertido en noticia y objeto de debate.
Si esto lo enmarcamos en una semana en la que las redes sociales han ardido al calor de la discusión en torno a la tauromaquia y a las declaraciones de quienes celebraban la muerte de un torero, podemos hacernos una idea de la dimensión que el mundo digital está alcanzando en la realidad. No podemos negar que el mundo virtual y el mundo real son ya inseparables y casi indistinguibles. Podemos discutir sobre si esto nos gusta o no, pero es un hecho innegable. Nuestra realidad ya no se reduce a elementos físicos o psicológicos, sino que también debemos incluir en ella una serie de mundos virtuales paralelos.
La prueba es que buena parte de las noticias y reportajes, de las columnas de opinión y de las tertulias radiofónicas y televisivas estos días tienen como objeto un juego o un debate en las redes sociales. De hecho, los medios de comunicación han prestado más atención a una serie de insultos en la red o al surgimiento de un juego para smartphone que al conflicto que no cesa en Sudán del Sur, a la todavía dramática situación en Lesbos o a las mujeres que murieron a manos de sus parejas en lugar de frente a un toro.
No es necesario ni posible rechazar este mundo virtual, por lo que solo queda aceptarlo como una parte de la realidad. Pero sí convendría recordar cuál es el mundo de verdad. Porque lo digital y lo virtual pueden pasar a formar parte de nuestra vida, pero nunca deberían sustituir lo verdaderamente importante: las personas.