La exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, junto a Mariano Rajoy en un mitin en la plaza de Toros/ EFE / ARCHIVO

La exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, junto a Mariano Rajoy en un mitin en la plaza de Toros/ EFE / ARCHIVO

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Irritante

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Por Mario Martín Lucas

España es un país diferente en muchas cosas, cientos de ellas en positivo y algunas no tanto. En nuestro perfil patrio se da una figura que es excepción en cualquier democracia de nuestro entorno: los aforados, tanto en lo que su status supone en si, en prebendas y exclusividades, como en su número, pues los 10.000 beneficiados de aforamientos que hay en nuestro país no soportan la comparación con ningún otro de nuestro entorno, donde tal figura se restringe al presidente, primer ministro o resto de miembros del Gobierno (Italia y Francia) o directamente no existen tales aforados, como ocurre en Reino Unido, Alemania o EE.UU. cuyas democracias son referencias a nivel mundial.

Periódicamente los aforamientos es un tema recurrente en el debate político español, pero igual que aparecen, desaparecen. De hecho en la propuesta realizada por Ciudadanos al PP para negociar su apoyo en la investidura de Mariano Rajoy, se incluía la eliminación de los aforamientos; pero mientras no pasamos de enumerarlo, la cruda realidad nos abofetea con un ejemplo con toda su dureza.

La militante número tres del Partido Popular, con origen de la Alianza Popular de Manuel Fraga, después de cuarenta años de afiliación y veinticuatro años como alcaldesa de Valencia, fue designada senadora por representación autonómica, con los votos del PP, tras consumarse la perdida de la alcaldía en mayo de 2015, lo que, a la vista de su, casi nula, contribución parlamentaria en el Senado. Desde entonces para acá, parece trasladar que la esencia de ese movimiento era impregnarla del status de protección inherente al aforamiento, en el cual se mantendrá hasta 2019, sin tener que responder de sus actos ante los votantes valencianos, sean cuantas sean las convocatorias electorales que se produzcan hasta entonces.

Es en ese marco de actos y hechos donde hay que aplicar las declaraciones del presidente en funciones respecto a Rita Barberá: “Ha abandonado el PP. El presidente ya no tiene ninguna autoridad sobre ella”, a fin de coger perspectiva sobre la ex-alcaldesa valenciana, su vínculo con el PP y con Mariano Rajoy; ella está donde está por decisiones que afectan tanto al partido, como a su líder, y no se puede intentar liquidar el caso, lavándose las manos sobre los trozos rotos del carnet popular de quien presidió un grupo municipal en el Ayuntamiento de Valencia, cuya totalidad de integrantes están imputados por practicas exentas de ética a la hora de administrar los fondos públicos, mientras goza de las prebendas de un aforamiento al que se aferra, entendible desde un punto de vista humano; pero su conducta hace exigible la asunción de responsabilidades de todo tipo, y también políticas de quien la nombró, la mantuvo y la defendió hasta el último momento, haciendo alarde con frases para la hemeroteca, como: “Rita, eres la mejor” o “Rita, está absolutamente limpia” (ambas de mayo de 2015), respondidas de forma adecuada por ella, en febrero de 2016, cuando dijo “doy las gracias a mi buen amigo Mariano Rajoy”.

Irritante es el caso protagonizado por Rita Barberá en sí; irritante es la distancia puesta ahora por quien la nombró, defendió y se vinculó a ella durante años, consiguiéndole, en el momento adecuado, el aforamiento que la protegiera; Irritante es la nula asunción de responsabilidades políticas, de quien persevera en su candidatura a la presidencia del Gobierno, siendo el único dirigente que sobrevive en el PP desde que fue nombrado Luis Bárcenas como tesorero; e irritante que a estas alturas del siglo XXI en España mantengamos un sistema con más de 10.000 aforados, sin parangón a nivel mundial, siendo esa otra burbuja que tenemos que estallar… ¡la de la impunidad!, que ya es bastante más que irritante.

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