Pedro Sánchez en el Comité Federal celebrado en octubre de 2015.

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El cambio y el cambiazo

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Por Juan Miguel Novoa, @MIGUELMCMURPHY

Y el cambiazo se produjo. Ocurrió el fin de semana cuando, en la sede de Ferraz, se consumó el antes y el después representado en medio de un ridículo que hace época. El cambiazo es la degeneración del cambio, ese estribillo sacro y repetitivo que ha guiado la dialéctica formal de nuestra democracia desde los inicios. Vocablo con ilusión de progreso que ha formado parte de todos los eslóganes. Capitalizado por Felipe González, continuado por el resto y elevado a grito por unas nuevas generaciones revolucionarias de salón que la utilizan como arma arrojadiza.

El cambio así, en su recorrido, ha conseguido rotar su sentido hasta límites radicalmente opuestos. Si el originario -nominal- no ha sido más que una continuidad de régimen a ritmo de vals que, suponiendo la rotación de poderes, internos y externos, se enclava dentro de un mismo esquema. El segundo -revolucionario y excesivo- supone la destrucción del anterior.

Porque vemos que el poder de estos 40 años en lo fundamental no ha cambiado. Nuestra democracia se diseñó para una rotación de dos fuerzas apoyada por una tercera, periférica y nacionalista para compensar. Si bien los dos partidos nacionales han efectuado políticas tecnócratas ligeramente distintas - el PP del 2011 con mayoría absoluta consumó en lo ideológico la tercera legislatura de ZP con la excepción de ajustes ordenados de Alemania- eran dos fuerzas complementarias en sus diferencias de matices, mayormente de política económica. Sin embargo, desde las famosias Europeas el equilibrio empezó a calentarse. Las fuerzas asimétricas e intrusas entraron en juego y, aquí sí, empezaba a alumbrar el cambiazo. Cambiazo primero en municipales con sus ayuntamientos del cambio, e independentismo financiado cuya consecuencia más grave es la ruptura de la oposición.

Todo juego necesita contrapoderes: así el PSOE es el contrapoder necesario del PP, y viceversa; las fuerzas donde se apoya el movimiento dialéctico de la democracia que, en su cambio pactado, originaba sus muros de contención. Sin uno de los dos, la radicalización empieza y el tiempo se acelera a consecuencias impredecibles.

El ridículo de Ferraz es el gran cambiazo que deja cojo el tablero. En consecuencia, a corto plazo, será la victoria popular fácil y excesiva, sea por abstención o por urnas. Sin embargo durará muy poco y la resistencia será mortal. El PP jugará a partido único, en un asalto final donde intentará cubrir los huecos enormes que el PSOE en su deriva ha dejado. Éste, en su exilio autista, luchará contra sus fantasmas escorándose al infinito y jugando al contrataque contra el partido único desde las antípodas. El cambiazo es de esquema y hubiera sido fácilmente evitable, ahora estamos en otro juego: impredecible y suicida.

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