Pedro Casablanc y Samuel Viyuela en la obra Yo Feuerbach.

Pedro Casablanc y Samuel Viyuela en la obra Yo Feuerbach. Teatro de La Abadía

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'Yo, Feuerbach'

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Por Mario Martín Lucas

Una frase en el programa de mano nos desliza la pista de la clave de bóveda sobre la que Tankred Dorst, con adaptación de Jordi Casanovas, desarrolla lo que se presenta ante nuestros ojos en Yo, Feuerbach, dentro de la programación del Teatro de La Abadía de Madrid: “Casi todos los seres humanos poseen un cierto talento cuando son jóvenes. Pero pasa rápido”.

Dos personajes sobre las tablas, uno joven con toda la vida por delante y convencido de que todo lo puede conseguir; otro maduro anclado en los recuerdos de quien fue, y quiere seguir siendo, dispuesto a todo por una oportunidad que le permita la opción de que los focos vuelvan a iluminar su rostro; y todo ello ante los ojos de una sociedad en que la juventud es el valor más apreciado, en la que hasta un determinado día tienes todo el futuro por delante, y al siguiente día ya eres parte del pasado. Uno ya sabe, y el otro lo sabrá, que en la vida el triunfo siempre es corto y el fracaso, infinito.

La esencia del dilema de la vida es que lo nos propone Tankred Dorst -autor del texto original-, a través del personaje de un veterano actor, reconocido y premiado durante años, pero ahora abocado a someterse, como un meritorio, a una prueba para conseguir un nuevo papel, pero el reputado director que le convoca no aparece y todo su arsenal interpretativo solo podrá ser oído por un ayudante quien no sabe, ni parece querer saber, quien tiene ante si.

Feuerbach se llama el actor que se presenta a esta prueba, en un guiño nada casual de Dorst al filosofo alemán del mismo apellido, considerado el padre del humanismo ateo contemporáneo y origen de los teorías que luego desarrollaron Marx y Engels, de quien incluye una rotunda frase en el texto: "Dios no ha creado al hombre, es el hombre el que ha creado a Dios".

La dirección de Antonio Simón es una sencillez casi minimalista, que parece totalmente enfocada al lucimiento los dos únicos actores, a las cuales se presenta ante nosotros sobre las tablas de un sala teatral de ensayo, de suelos y paredes descarnadas.

Pedro Casablanc está sencillamente fantástico, en una interpretación de un personaje complejo, y a la vez muy agradecido, que será recordada mucho tiempo, en la que va evolucionando desde una contención inicial a la total desinhibición final; con dos momentos de gran belleza teatral, por un lado el monólogo de los pájaros en un gran alarde recursos, y por otro, una silenciosa mueca, casi al final de la trama, de más de un minuto de duración, que construye a base de expresión corporal y gestual, consiguiendo trasladar toda la fuerza, rabia y desesperación que su personaje siente mientras intenta escapar de ese presente del que parece estar preso. Toda una gran demostración de capacidad actoral.

El joven Samuel Viyuela ofrece una correcta réplica al tremendo trabajo de Casablanc, confirmando las buenas maneras ya mostradas en trabajos anteriores, como en el caso de “Perra Vida”, actor a seguir, de indudable interés.

¡Bravo, por Yo, Feuerbach!, un espectáculo teatral emocionante, que habla de la vida, a través de ese histrión siempre pendiente de la aprobación sobre lo que hace, primero del director que la da oportunidad de subirse a las tablas, y luego del público, además de críticos y colegas; todo ello a través de un verdadero recital de un imponente Pedro Casablanc capaz de demostrarnos que no es necesario: "Terminar cada verso de Goethe con una pirueta" para ser un estupendo actor, basta con interpretar tan magníficamente como él lo hace aquí.

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