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Golpe de Estado

Mario Martín Lucas
Publicada
Actualizada

El paso del tiempo no es neutro con nada, basta echar la vista atrás en cada  una de nuestras vidas para ser conscientes de ello, pero siempre hay fechas o efemérides, en las que, al hacerlo, la perspectiva da vértigo.



Así, hoy, se cumplen treinta y seis años -siempre me interesaron los números  divisibles por nueve-, de unos momentos sobre los que, cada vez, tenemos más incertidumbres que certezas, y así aquel calificado entonces como héroe, nacido en alta cama, durante el exilio, acogido por el dictador, a quien sucedió, hoy dedicado a viajar por el mundo, entregado a la nostalgia sobre las mujeres que tuvo, porque hablar de amar, quizás le de pereza, y, al decir del run-run mundano, titular de importantes posiciones financieras en el tranquilo y seguro país helvético, es una pálida copia de la imagen que tuvo entre los españoles de la década de los ochenta, hasta el extremo de asignársele, hoy, más el papel de causante, y no de salvador, de lo que entonces pasó.



Pero su caso no es el único, pues aquel cuyo alias tenía que ver con el santoral, en uso del que hoy es conocido como patrono de internet, cuya festividad se celebra todos los cuatro de abril, a quien los españoles designaron como protagonista de sus sueños, y deseos de cambio, hasta depositar en él su confianza, liderando el ranking de mayor permanencia al frente de la presidencia del Gobierno, desde la restauración democrática, es hoy un asiduo de los consejos de administración y de los consejos editoriales de los medios de comunicación, además de participe parcial en las disputas políticas del partido político al que sigue afiliado, defendiendo su colaboracionismo con el Gobierno sustentado por quien siempre fue oposición parlamentaria.

Esta mirada hacia atrás, siempre parcial y sin pretender estar en posesión de la verdad absoluta, da una visión del Estado que devino de la transición política, como si hubiera habido un reparto de poder, y territorios, más allá de la escenificación política del día a día. Por un lado los altos negocios del exterior quedaban en las soberanas manos, Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha como cortijo de los descamisados devenidos en nuevos señoritos; Cataluña tendría su propia familia casi irreal, a modo de copia payesa de los Kennedy y los cachorros del protagonista del baño en Palomares podrían echar raíces monopolizadoras en Galicia, Madrid y Valencia. Completemos alguna pieza más, como la del PNV en Euskadi y el puzzle global se presenta ante nuestros ojos.


Durante la noche del 23 de febrero de 1981, el general Armada, hombre de confianza del entonces jefe del Estado, y su tutor en la adolescencia, configuró una lista de un gobierno presidido por él mismo, en el que Felipe González (PSOE) asumiría la vicepresidencia política, con José María López de Letona (exministro de Franco y gobernador del Bando de España hasta 1978) como vicepresidente económico, con los socialistas Peces-Barba, Enrique Múgica y Javier Solana como ministros, respectivamente de Justicia, Sanidad y Transportes, además de los miembros del PCE, Jordi Solé-Turá y Ramón Tamames, en Trabajo y Economía, con Manuel Fraga como ministro de Defensa, así como Pío Cabanillas en Hacienda, José Luis Álvarez en Obras Públicas, Miguel Herrero en Educación, Rodríguez Sahagún en Industria, el empresario Carlos Ferrer Salat en Comercio, Luis Mª Ansón en Información, Antonio Garrigues Walker en Cultura y los militares José Antonio Sáenz de Santamaría y Manuel Saavedra Palmeiro, respectivamente, en Autonomías e Interior; que no llegó a tomar posesión, con formalidad, por unas u otras razones, mientras los españoles asistimos a la escenificación televisada de una parcial realidad.


Hoy, 36 años después, las mismas fuerzas representadas en ese borrador de Gobierno mantienen su estatus y la concentración poder, en forma de gran coalición, más allá de las cuitas, y vicisitudes, que forman parte del día a día del espectáculo político, y toda la documentación oficial sobre lo ocurrido en esas horas sigue sin ser pública, estando afecta a la Ley de Secretos Oficiales vigente desde el franquismo.


¿De verdad, podemos creer que el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 no triunfó? Permítanme que lo dude.

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