Los tiempos están cambiando en el panorama político ideológico. Se dice ahora que la tradicional oposición derecha/izquierda, basada en criterios de lucha económica, está siendo sustituida, como se ha visto en la victoria inesperada de Donald Trump y más claramente en la de Macron en las elecciones presidenciales francesas, por la oposición entre los partidarios de la Globalización y los Nacionalistas o Soberanistas contrarios a ella. Los partidarios de la Globalización serían ahora la izquierda frente a los Soberanistas que serían la nueva derecha o derecha alternativa, como, por ejemplo, empezó a denominársela en Alemania.
Pero esta nueva caracterización de la nueva situación política mundial es todavía muy intuitiva y requiere un tratamiento conceptual más profundo que nos permita una valoración más segura del panorama político en el que tenemos que desenvolvernos en las próximas décadas. Pues como decía Einstein en estos casos lo más práctico es una buena teoría. Por ello, como hacían los platónicos, hay que alejarse del mundo de las opiniones controvertidas del mundo de las apariencias para regresar a las estructuras esenciales, las cuales no se captan con la mera intuición sensible, sino con el pensamiento conceptual.
La estructura esencial de la política es el Estado. Debemos, entonces, volver a preguntarnos: ¿qué es el Estado? Aquí podríamos acordarnos del cuento indio que nos relata el filósofo árabe Algacel: unos ciegos hablaban de un elefante según su experiencia. El que palpó su oreja dijo que era un cojín; el que palpó su pata, dijo que era una columna; y el que tocó el colmillo dijo que era un cuerno enorme.
De la misma manera, a principios de las concepciones modernas del Estado, el filósofo inglés Thomas Hobbes dijo que el Estado era un gran animal (Leviatán), que nos libraba de la guerra civil “de todos contra todos” y cuyo fundamento residía en el Pacto político entre el Soberano y sus súbditos. Locke y Montesquieu desarrollarían la estructura de ese Pacto en un sentido liberal, democrático y más funcional, que perdura hasta hoy en las triunfantes y poderosas democracias liberales.
Pero esta concepción sólo vio el aspecto que Marx llamó superestructural del Estado, pues para este lo fundamental del Estado, la clave que explicaba su funcionamiento estaba en otro lado, en la base económica. No bastaba el Estado de Derecho, sino que, sin Estado de Bienestar Social, volvería la temida guerra civil. Así ocurrió en la Revolución Rusa y su consecuencia, la llamada Guerra Fría, de la que se empezó a salir cuando USA abandonó el dogma liberal de no intervención del Estado en la Economía y se fomentó el Estado del Bienestar en Europa.
Tras la derrota de la URSS viene la llamada Globalización, permitida por la caída del Muro de Berlín y fomentada por la Superpotencia vencedora, USA. Pero la Globalización, que considera que el Estado debe ser Estado de Derecho Universal y Economía sin Fronteras, lejos de garantizar un progreso político y un bienestar económico, está produciendo crisis mundiales de dimensiones aún más aterradoras que las antes vistas: la crisis bancaria que empezó en USA, la descolocación del empleo con la amenaza de pauperización de las clases medias occidentales, la crisis política de Afganistán, Irak y de la llamada Primavera Árabe, de la que resulta el terrorismo islámico que amenaza USA y Europa, etc. De ahí que aparezcan nuevos movimientos políticos como la Derecha Alternativa, que empiezan a decir que el Estado es fundamentalmente el territorio, la tierra de nuestros padres (Patria), de nuestras tradiciones, idiomas y costumbres.
Este resurgir del nacionalismo es ambiguo porque, como en los casos anteriores, padece de nuevo de una ceguera parcial. Pues decir que el Estado es la Patria es una verdad parcial que no se debe sustancializar, sino que hay que tratar de hacerla compatible con las otras verdades parciales que se han ido estableciendo históricamente, la Democracia y el Bienestar económico. Pero para eso se necesita una nueva Teoría del Estado, más amplia, omnicomprensiva y compleja que las tradicionales procedentes del Liberalismo y del Marxismo.
¿Dónde están los nuevos filósofos que nos iluminen al respecto? Mal momento para localizarlos, pues las figuras internacionales tenidas todavía por los últimos grandes pensadores, como los Foucault, Derrida, Habermas, Lakoff, etc., no nos sirven para esto. Pero, en la misma España, ¿hay algún filósofo que nos pueda ayudar a pensar esta nueva situación? Yo solo puedo señalar a Eugenio Trías, quien centró su reflexión en torno precisamente a la Idea de Límite o Frontera. Puede ser útil para introducirnos en esta nueva forma de pensar el Estado desde la Frontera, desde lo que él llamaba el limes del Imperio romano. Y también a Gustavo Bueno, con su Modelo Canónico de Estado. Otro día nos ocuparemos de ello.