Albert Boadella acierta con este espectáculo y lo hace en varios registros, el primero de ellos con el título, porque no es una obra de teatro, podría entenderse como una especie de conferencia, e incluso como una pieza de ensayo, teatralizada, en la que el primer director, y miembro fundador, de Els Joglars nos muestra los dos almas que habitan en su cuerpo, el Albert y el Boadella, el primero consiguió expresarse más en los años de su juventud, y el segundo se fue apoderando de sus años de madurez, aunque ambos siguen polemizando, y confrontando, en el día a día, ante cada situación.
Se trata de un sermón en toda regla, en el que no se ahorra ninguna de sus conocidas reflexiones como la motivación que ha sabido mantener ante sus declarados “enemigos”, para darles merecidas réplicas a los despechos recibidos: “fill de puta”, “puerco”, ”miserable”, etc… y también para protegerse de los halagos: “Boadella es un genio catalán a la altura de Gaudí y Dalí”. Su desprecio es total por lo que se conoce como modernidad, en todos los campos, desde el social al artístico, incluyendo a quienes él define como “coprófagos del arte”, defendiendo que la capacidad suprema de lo bello habita en el realismo, hasta manifestar que la mayor parte de las obras que cobija el Museo Reina Sofía son perfectamente prescindibles; y lo insoportable que, a quien, como él, que se autocalifica como melómano, le resultan las óperas de Wagner.
Quiere atacar en todas direcciones, aunque la intensidad es irregular según el caso, y ello aunque llamativo, no sorprende; pero no incumple las expectativas y la recreación que realiza de Jordi Pujol es, sencillamente, magistral, por no decir perfecta, lo hace sin maquillaje, ni ningún elemento de atrezzo, pero consigue que quien aparece ante nosotros, como directivo de Banca Catalana, a la hora de renovar una operación de financiación, es, indudablemente, el hijo de don Florenci.
Dentro del sermón se permite dos confesiones, al margen de los detalles de su fuga de las cárceles franquistas, la primera tiene que ver con el especial "placer de engañar cada noche a trescientos espectadores". "¡Así que imagínense cómo disfrutan los políticos!”, dice, con pícara mirada. Pero la segunda es más profunda, tiene que ver con ese diálogo permanente entre el Albert y el Boadella, y es cuando se reconoció así mismo como no especialmente dotado para actor, siendo ésta la razón por la que derivó hacia la dirección teatral.
Y el tercer gran acierto de quien ha sido los últimos ocho años director de Los Teatros del Canal, en Madrid, es calificarse a sí mismo, como bufón, dignificando el término en toda su acepción. En la edad media todos quienes atesoraban poder y dinero, incluyendo reyes de todo el orbe conocido, contaban con su bufón, personaje a medio camino entre el entretenimiento y el consejero, siendo los únicos capaces de decir cosas mas allá de lo incorrecto y lo profano, el humor era su coartada para, a través de la broma, decir las más severas verdades. Albert Boadella levanta las más encontradas pasiones, demostrando la delgada línea roja que separa el amor del odio, reivindicando la figura del bufón, sabiendo identificar, en cada momento, quien es su señor y dueño de su cobijo, lo cual no le coarta para seguir expresando “su verdad” y sus mensajes.
Todo este sermón lo sirve aderezado de su bien hacer y de fragmentos, en video, de algunas de sus más célebres trabajos: La Torna, Ubu President, No-Do, Daaalí, Gabinete Liberman, Teledeum, Don Carlo, El Pimiento Verdi, etc.
Albert Boadella, original, irónico, cínico, satírico, incorrecto y correcto a la vez, culto, original, de izquierdas o de derechas según el momento y quien le clasifique; provocador, inteligente, sencillo y complejo al tiempo; provocador y siempre genial, no pretende gustar a todos y quizás ese es su mayor mérito y mejor esencia.
Nos brinda la definición de lo que ha sido su pasión: “El teatro es el arte del efímero”, porque lo que sucede lo hace en el tiempo real y a partir de hoy solo pervive en el recuerdo de quien lo interpretó sobre las tablas y lo presenció desde el patio de butacas.
Y para finalizar una nueva confesión: la observación de la realidad nos regala argumentos que superan cualquier ficción. “¡Qué maravilla!, el teatro necesita gobernantes ridículos”…. ¡y de eso no nos podemos quejar!.
Albert Boadella no defrauda, todo lo contrario; ni sus personajes el Albert y el Boadella; cómico en el sentido mas amplio del termino, alma de titiritero, alma de bufón.