Albert Camus escribió Calígula en 1937, residiendo aún en Argel, con veinticuatro años de edad, siendo militante del Partido Comunista Francés, el cual abandonó poco después. La obra la escribió veinte años antes de recibir el premio Nobel de Literatura, si bien no se estrenó hasta 1945.
Su aproximación al personaje histórico busca evitar cualquier justificación sobre la locura del tercer emperador romano, hijo de Germánico y nieto -adoptivo- del gran Tiberio, que le eximiese de cualquier responsabilidad en el horror que generó a su alrededor en los escasos cuatro años que gobernó y los veintinueve años de su vida.
Camus compone un Calígula absolutamente convencido de cada uno de sus actos, en él no hay locura sino una reflexión absoluta de convencimiento en cada uno de ellos. Mario Gas, que dirige este espectáculo opta, de forma acertada, por marcar esos rasgos de elección consciente de la injusticia y generación del dolor, jugando con aquellos que tiene a su alrededor como pequeñas cobayas a las que va observando sus reacciones ante sus experimentos, ya sea matando al padre de Escipión, o al hijo del intendente del imperio, o copulando con la esposa de su más principal colaborador, y general de los ejércitos. Incluso envenena a comensales invitados a sus banquetes …mientras él mismo confiesa ser el más asombrado ante la falta de reacción de quienes sufren su despotismo; aún así convencido de que el futuro está escrito y que él mismo morirá a manos de sus más próximos, aceptando ese designio, quien sabe sí, incluso, con agrado …y como parte de su propia áurea.
Albert Camus dejó escrito que su Calígula no se debía representar con togas romanas, ni evocando la Roma imperial, y para este espectáculo Paco Azorín, de nuevo estupendo, crea una escenografía inclinada que recrea las construcciones fascistas de la época de Mussolini, con conseguidos recursos de transformación, como la tumba a través de la que desaparece en escena una de las víctimas de Cayo o la recreación del baño de éste, en la intimidad de sus termas privadas. Todo se complementa perfectamente con el vestuario diseñado por Antonio Belart, a base de trajes de chaqueta o fracs, tipo años 30’s del siglo XX, donde prevalece el color blanco, con adecuadas apariciones del color negro, como contraste.
Drusila, hermana y amante de Calígula acaba de morir, por todo el imperio se busca a Cayo, mientras el eco de las gentes repite:
"…nada, nada …nada.
desde hace tres días, una sola palabra: nada
¿y bien?…nada
¿y? …todavía nada".
La rebelión ya ha hecho semilla entre los senadores y próximos a Cayo, uno de ellos pregunta al resto: ¿qué haremos después? …"entre nosotros emperadores no faltan …¡solo nos faltan personalidades!"
"Gobernar ...es robar".
El Calígula de Albert Camus se presentó, esta vez, ante nosotros en la piel de Pablo Derquí, que nos sorprendió con una magnífica interpretación que hace honor a las que en el pasado hicieron Luis Merlo o, mucho antes, José María Rodero, sabiéndose manejar en los perfiles más cínicos del déspota, crudo y terrorífico las más de las veces, pero también siendo capaz de mostrarse dúctil, reflexivo …e, incluso, seductor, con Escipión. Polifacético en todo lo que se le pide, con rompedoras apariciones en escena a ritmos de Let's Dance reconvertido Cayo, en David Bowie, acompañado de Joker y La Máscara.
Mónica López compone una destacable Cesonia, amante, cómplice, confidente y, también, víctima, de Cayo; junto con los correctos trabajos de Xavier Ripoll (Helicón), Bernat Quintana (Escipión) Borja Espinosa (Quereas) en la interpretación, con un conjunto de corifeos con un amplio margen de mejora (Pep Ferrer, Pep Molina, Anabel Moreno y Ricardo Moya) que dan vida a diversos personajes en el transcurso del espectáculo, unas veces senadores y otras vulgo pueblo.
¡Bravo por este Calígula!, racional hasta los límites más extremos del horror, pero totalmente alejado de la locura, en el que Mario Gas y Pablo Derquí han sabido exprimir al personaje que Albert Camus supo exportar desde la Roma de hace 22 siglos a los gestos de los conocidos personajes cercanos de nuestra contemporaneidad. Se trate de los años 30’s o 40’s del siglo XX o de este primer cuarto del siglo XXI con sus burocráticos modales, simples formalismos a la hora de administrar la cicuta, el horror es el mismo.
Los aplausos, y vítores, que brotan espontáneos, y de forma inmediata a que las palabras de Cayo retumben en el Teatro Romano de Mérida: ¡sigo vivo!, en la emocionante recreación del asesinato de Calígula, mientras es lanceado con saña por aquellos a quienes atemorizó; ponen el justo punto al espectáculo que acabamos de presenciar, gran texto, estupenda dirección y magnífica interpretación de Pablo Derqui.
"Odio queae vereor" (que me odien con tal de que me teman), Caligula dixit.
Crítica teatral a "Calígula" programada dentro de la 63ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida 2017