Hace diez años un grupo de jóvenes de la UDF, el partido con el que Giscard había llegado al Eliseo en 1974, preparaba la campaña de su candidato, François Bayrou, para las presidenciales de 2007, en la playa mediterránea de La Grande Motte, cuando en medio de la tormenta de ideas surgió una que arrasó a las demás. Frente a la percepción de que se habían convertido en una organización de jóvenes aburridos, incapaces de vibrar con ideales y emociones como los invocados por la izquierda o el Frente Nacional, decidieron reivindicar que el centrismo era sexy.
Pronto comenzaron las apariciones de grupos de activistas embutidos en camisetas de color naranja -atención, Ciudadanos- autodenominándose "sexy centristas". También editaron calendarios con imágenes insinuantes -no tan explícitas como las que dieron a conocer a Albert Rivera, claro- con la bandera europea como túnica y recomendando usar preservativos.
Aunque les llovieron las burlas, empezando la de que era una obviedad que el sexo estaba en el centro, la proyección mediática de todo ello convirtió el anuncio en una profecía autocumplida y los mítines de Bayrou empezaron a ser el punto de encuentro de personas atractivas de todas las edades.
Bayrou no era, no es, un hombre frívolo sino un intelectual consistente. Su paso por el ministerio de Educación dejó huella y como historiador tiene en su haber la mejor biografía de aquel Enrique IV pragmático y componedor para el que París bien valía una misa. A su alrededor tenía un equipo de asesores de envergadura, encabezados por el periodista Jean François Kahn, autor de la mejor síntesis de su plataforma política: "Ni plutocracia oligárquica ni Leviatán burocrático".
Bayrou decía, y sigue diciendo, que frente a quienes conciben el ejercicio del poder "como el dominio de un partido sobre otro", el centrismo representa "la opción del pluralismo, la aceptación de las diferencias y la voluntad de hacerlas trabajar juntas". Tomando como himno la canción "Rebellion", en la que el grupo canadiense Arcade Fire anatematiza las mentiras de la vida pública, la campaña de la UDF integró el "sexy centrismo" con lemas como "No votar hace la democracia impotente" o "Atrévete con Bayrou".
A pocas semanas de la primera vuelta un sondeo de Sofres situaba a Bayrou en segundo lugar con un 23% de intención de voto, por detrás de Sarkozy y por delante de Segolène Royal. Además, si pasaba a la segunda vuelta, Bayrou ganaría a Sarkozy por diez puntos de margen. Treinta y tres años después la presidencia de la República estaba de nuevo al alcance de un centrista. Al final el sueño se truncó y Bayrou quedó tercero con un espectacular 18,7% que limitaba su papel al de árbitro de la situación.
Bayrou decía que el centrismo representa "la opción del pluralismo, la aceptación de las diferencias y la voluntad de hacerlas trabajar juntas"
Recuerdo muy bien los esfuerzos de Bernard Henri-Levy y Jack Lang por ayudar a Segolène a seducir a Bayrou, durante un fin de semana que pasamos en Marrakech. Ella ha contado que llegó a presentarse en el portal de casa del líder de la UDF dispuesta a ofrecerle ser su primer ministro y él ni siquiera la dejó subir. No es que al "sexy centrista" le hubiera entrado "el pánico del amante que teme al gatillazo", como sostiene ella, sino que no veía en la candidata socialista el nivel suficiente para ser presidenta de la República.
No faltará quien alegue que eso mismo debería haber hecho Rivera, con más motivo, ante la candidatura de Sánchez. Pero mientras en Francia la neutralidad de Bayrou propició la victoria de Sarkozy, en España no había combinación alguna que no incluyera al PSOE. Por otra parte, la esterilidad de aquel gran resultado contribuyó a la implosión de la UDF y Bayrou fundó un nuevo partido, el Movimiento Democrático, con el que quedó relegado al quinto puesto en las presidenciales del 2012, con algo menos del 10% de los votos.
Refugiado en su feudo de la alcaldía de Pau, Bayrou dice no estar obsesionado por la gloria de la conquista del poder sino por legar a Francia y a Europa una fuerza política, tan alejada de los socialistas como de los conservadores, que vertebre el ideal comunitario entorno a la responsabilidad individual de las personas. Sin embargo, tal y como le planteó recientemente un periodista de la revista Charles, el problema del centrismo político reside en que, como decía Bismarck, "en un sistema de tres potencias, hay que convertirse en una de las dos".
De hecho, eso es lo que consiguió Giscard en el 74 al superar y engullir al gaullismo de Chirac en aquella campaña "a la americana" en la que el mítico documental de Raymond Depardon muestra al "Kennedy francés" peinándose ante el retrovisor del coche entre mitin y mitin. También esa fue la clave de los dos triunfos de Adolfo Suárez, incorporando a una opción de centro como la UCD gran parte del voto de la derecha, e incluso podría decirse que Felipe González hizo lo propio, moderando a la izquierda a costa de los comunistas, si no fuera porque su relación con el crimen de Estado y la corrupción bloquea su derecho de admisión al Olimpo del centrismo.
El problema del centrismo político reside en que, como decía Bismarck, "en un sistema de tres potencias, hay que convertirse en una de las dos"
Bayrou alega, con razón, que ese esquema no sirve cuando, como ocurre ahora en Francia o en España, la representación política está más fragmentada e insiste en que el papel del centro no es obtener la hegemonía en una de las dos orillas para imponerse sobre la otra, sino servir de amalgama de un proyecto en el que estén representadas ambas. Ese ha sido el empeño de Rivera, truncado por la negativa de Rajoy a considerar otro presidente que no fuera él mismo y por la negativa del PSOE a sentarse siquiera con el PP.
La clave final está en el modelo electoral. Si se potencia la proporcionalidad, el centro puede en efecto jugar ese papel no ya de fiel de la balanza, como en la Alemania de Genscher, sino de punto de encuentro de la diversidad a través de la cesión y el pacto. Ahora diríamos "a la danesa", pensando en "Borgen", pero Simone Veil bautizó el proyecto de Bayrou como una "posada española" para enfatizar lo heterogéneo de sus componentes.
Con una norma electoral como la nuestra, en la que la Ley d'Hondt prima a los dos primeros, o no digamos con un modelo mayoritario a la inglesa, en el que el 23% de los votos otorgó a Nick Clegg en 2010 menos del 10% de los escaños, no cabe otro camino que el señalado por Bismarck.
Eso significa que o bien Rivera logra que el PP -con Rajoy o sin Rajoy- cambie la ley electoral o no tendrá más salida a medio plazo que intentar sustituirlo como fuerza dominante en el espacio de centroderecha. Pero no adelantemos acontecimientos. Lo esencial es que Ciudadanos aguante el 26-J el envite tramposo de la polarización colaborativa entre Podemos y el PP y consolide, o a ser posible incremente, la mejor posición conseguida en España por una fuerza de centro desde 1979. Eso es lo único que garantiza, como dice hoy Rivera en EL ESPAÑOL, que tengamos a la vez Gobierno y reformas.
O bien Rivera logra que el PP -con Rajoy o sin Rajoy- cambie la ley electoral o no tendrá más salida a medio plazo que intentar sustituirlo
Reconozco que no soy neutral y desde que Giscard presentó la edición francesa de El Primer Naufragio y asumió mi visión centrista de la Revolución Francesa en la sala Turenne de Les Invalides, menos. Porque igual que hay un denominador común, un hilo de continuidad entre la Nueva Frontera de los Kennedy y la Tercera Vía de los Clinton, también la hay entre lo que significaron Suárez, Joaquín Garrigues o Paco Ordóñez y lo que hoy encarnan Rivera, Arrimadas o Garicano, pasando por las fallidas experiencias del Partido Reformista y UPyD.
"No he conocido en mi vida a un político tan sexy", me confesó Agatha la primera noche que Adolfo Suárez vino a cenar a casa con una trenca de color mostaza y el "puedo prometer y prometo" en la mirada. No dijo "inteligente", no dijo "interesante", no dijo "guapo"; dijo "sexy". Esa es la expresión justa que debió utilizar también Miguel Ángel Rodríguez, porque el atractivo de Inés Arrimadas no es el de la "hembra joven" en su hora de esplendor en la hierba, sino el de la persona que ha encontrado la armonía entre sus facciones y su conducta y por eso sobrevivirá al paso del tiempo.
Es verdad que ella o la diputada canaria Melisa Rodríguez o Toni Cantó y el propio Rivera encajan en algunos de los cánones clásicos de la belleza que siempre perdura en el recuerdo. También es cierto que ni los ojos de Marta Martín ni el golpe de melena de Begoña Villacís pasan desapercibidos. Pero para resultar sexy no hace falta ser guapo y cualquiera encontrará en su entorno ejemplos de lo que digo. El estilo es el carácter. En sentido estricto una persona sexy es alguien con quien nos gustaría mantener relaciones físicas pero en sentido amplio es alguien que nos atrae como amigo, socio o compañero, e incluso como interlocutor o adversario, por las buenas vibraciones que genera alrededor.
El centrismo es sexy porque está siempre abierto a la aventura del conocimiento y la comprensión de los demás. Porque defiende un código de valores claro con la sonrisa de la determinación en los labios. Porque no pretende imponerse sino integrar. Porque además de vencer busca convencer. Porque en una discusión o un debate político siempre aporta lo que le falta al otro. Porque como recomendaba mi santo patrono Montaigne, uno de los héroes de Bayrou, es capaz de ser "gibelino entre los güelfos y güelfo entre los gibelinos". Ciudadanos, atreveos.