“I been in the right place but it must have been the wrong time, I must have said the right thing but I must have used the wrong line” Dr John.
La polémica con el nombramiento de José Manuel Soria para el Banco Mundial ha terminado, como era de esperar, con la renuncia del exministro al puesto ante la enorme presión mediática. Una buena decisión.
José Manuel Soria va a pasar a la historia como el único alto cargo que ha renunciado a dos puestos sin ser culpable de ningún delito. En un país donde es casi imposible arrancar del sillón a políticos condenados, ésta se podía llamar algo así como “dimisión por incompetencia comunicadora”. Un desastre a la hora de explicar su participación en negocios de su padre y una penosa combinación de oportunidad e idoneidad a la hora de hacer el nombramiento. Al menos ha renunciado.
A Soria se le critica un acceso a un ente internacional que es exactamente igual que el de tantos otros ex políticos. Y ahí está el problema. Mirando al exministro, perdemos de vista el bosque, el propio organismo.
Aunque la decisión de aceptar el nombramiento recae en el propio Banco Mundial, el debate debería haberse zanjado desde el primer momento acudiendo a las tres palabras más importantes del requisito de aceptación “fit and proper”. Cualificado y apropiado. Se supone que el proceso es lo suficientemente complejo y exigente para asegurar que los candidatos son los idóneos, pero desde hace décadas son un nido de cuestionables decisiones.
Ayer nuestro compañero Javier Jorrín mostraba lo que es una práctica común en todos los países y es la de usar los organismos internacionales como retiro dorado de políticos, sea el nombramiento técnicamente correcto o no. No es sorpresa, por lo tanto, ver que los técnicos y expertos escasean en casi todos los organismos en favor de antiguos ministros o políticos de carrera.
La avalancha mediática contra Soria contrasta con otros casos que hemos visto en el Banco Europeo de Inversiones, la ONU etcétera… Tampoco es una cuestión española, sino global. Pero no es cuestión de acudir al “y tú más” sino a unos organismos internacionales que están más que cuestionados.
La politización de organismos internacionales como el Banco Mundial o el FMI se hace evidente y dolorosamente palpable en sus informes económicos y sus previsiones. El economista Ned Davis explicaba en uno de sus libros que la media de acierto de los organismos internacionales en sus expectativas es del 26% y, lo que es más importante, que tienen un sesgo alcista histórico, es decir, suelen errar por optimistas, no por prudentes. Las equivocaciones en las estimaciones de crecimiento, y paro, han sido brutales. Hasta un 300% de error. En Grecia estimaban una caída del PIB del 5,5% y fue del 17% (entre 2009 y 2012). Ahí es nada.
Luego vienen las correcciones. La media anual de revisiones a la baja de estimaciones de crecimiento es del 15% desde hace más de diez años.
Al llenarse los organismos de intereses políticos se acumulan también las estimaciones diplomáticas. Así, es prácticamente imposible pensar que estos organismos vayan a identificar otra crisis, una burbuja o un riesgo. El lobby político es tan agresivo que se diluyen los análisis hasta convertirlos en muchos casos irrelevantes. Tiene uno que navegar entre decenas de estudios para encontrar algo realmente interesante.
No solo se genera un problema de incentivos perversos a la hora de analizar y estimar los riesgos y oportunidades de las economías, sino que se ignoran graves problemas como el exceso de endeudamiento, la sobrecapacidad y la tendencia a financiar proyectos inútiles porque ningún país quiere reconocer esas debilidades. Da la impresión de que intentan ajustarse a unas guías gubernamentales que ignoran los desequilibrios monetarios y fiscales.
Como explicábamos aquí, este gráfico, cortesía de Tyler Durden, es muy revelador y muestra como esas previsiones simplemente se van variando sin corregir el error de la exigencia política de la expansión posterior.
No solo es un problema de estimaciones optimistas. Entidades como el Banco Mundial han sido criticadas en multitud de ocasiones por promover y apoyar la financiación de elefantes blancos y proyectos megalómanos sin sentido por presiones políticas, sobre todo en mercados emergentes y estados deficitarios donde sus dirigentes están encantados de tirar de chequera en blanco.
No sorprende tampoco que en entes tan politizados se ignoren los riesgos del exceso de endeudamiento y se incentive la política de gastar más a cualquier precio. Por eso es tan curioso que los intervencionistas llamen a estos organismos “liberales” cuando han sido históricamente los garantes del privilegio del Estado sobre el resto de los agentes económicos y los mayores promotores de los excesos en gasto político.
El caso de Soria se olvidará a medio plazo. El resto de partidos se frotarán las manos ante la probabilidad de colocar a uno de sus candidatos, que probablemente sepa de economía tanto como de rock satánico noruego. Pero la necesidad de dejar de politizar los grandes organismos internacionales es ya urgente tras décadas de exceso de deuda y patadas hacia delante. No se pueden convertir en valedores de las políticas inflacionistas para luego decir que hacen falta más estímulos.