Rita, gente con perlas
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La noticia de hace más de cuarenta años que ha saltado esta semana, la de que Rita Barberá fue Musa del Humor en 1973, abrocha maravillosamente su biografía. En su final político, apreciamos la coherencia desde el comienzo: ha dedicado su vida a hacer gracia, la tuviera o no. Una gracia tan humorística como rubensiana, en esta señora Ubú que solo evoca cosas grandes: cúpulas de Calatrava, paellas de record Guinness, cajas B con hechuras de banco.
La exalcaldesa de Valencia, hoy senadora, es una mezcla muy conseguida de Fraga y Montserrat Caballé, aunque adaptando ambas figuras a sí misma: es un Fraga que no lee y una Caballé que no canta. También tiene un algo de Gil y Gil, pero sin quitarse la camisa en público (de momento) ni hacer de la piscina su sala de recepción. Comparten, eso sí, el perpetuo sudorcillo que dan los soles de Marbella y Valencia, otorgándoles a sus gobernantes, a poco que se dejen, un irresistible look bananero.
Como taula significa mesa, lo de Operación Taula me ha recordado a T. S. Eliot (¡con perdón!): “cuando el atardecer se extiende contra el cielo / como un paciente anestesiado sobre una mesa”. Solo que a este paciente, Rita o el PP valenciano, que es Rita, más que una operación parece que va a practicársele una autopsia en vida. O en vidorra. Una vez que la abran quizá veamos que, en vez de horchata, tenía dinero en las venas.
En la caricatura de Tomás Serrano, Rita aparece resplandeciente por lo que se cuece a sus espaldas: sea su sol de Alcaldesa Sol, la luna de Valencia o el oro de Moscú. Se erige sobre un monte de billetes prestos para la pira, acariciando un destino de valenciana perfecta, que no es el de ser fallera sino el de ser falla, en el núcleo exacto del caloret. Al final, entre las cenizas, quedarán las perlas como un esqueleto de canicas: calaveritas de la ostentación.
Pero no olvidemos que esas perlas de Barberá son las que se pone “la gente” cuando se lo puede permitir. Rita es la gente misma que canta el podemismo, solo que con pasta. Comidas, coches, bolsos y horteradas: ni un euro en libros ni en cultivarse, como a la vista está. Aquellos estadillos de las tarjetas black eran la radiografía estético-moral de nuestra clase dirigente, cuya apoteosis se ha dado en Valencia: donde mamó Berlanga.
Y lo que menos hay que olvidar es lo principal: que en un país democrático Rita Barberá ha estado veinticuatro años en el poder, veinte de ellos con mayoría absoluta. Mucho halaguito a la gente ahora, pero fue la gente la que la puso y la mantuvo ahí. Es a la gente a la que le gustaba.