Transportar información y energía utilizando fotones en lugar de electrones dejó de ser hace tiempo un futurible tecnológico para convertirse en una carrera por el control de la innovación con tintes geoestratégicos. La Comisión Europea ha señalado a la fotónica integrada como una de las líneas prioritarias de su política industrial y de impulso de la digitalización para el ciclo presupuestario recién iniciado.

Que les pregunten sobre la importancia del asunto a los fabricantes de automóviles, que han sentido en sus carnes durante los meses más duros de la pandemia lo que significa la dependencia tecnológica de Europa de los semiconductores fabricados en Asia. La incertidumbre por el suministro es algo terrible. Pero lo vivido es un suave viento de cara comparado con el tifón que se puede desatar si la situación persiste en un escenario de coches diseñados para generar 4,5 terabytes de información por hora. Tenemos que desarrollar una industria de chips alternativa a la actual si queremos salvaguardar nuestro sector productivo de alto valor añadido y la tecnología clave para ello es la fotónica, se ha conjurado el equipo de comisarios de Ursula von der Leyen.

La trascendencia va más allá de lo económico. No se trata simplemente de articular mediante chips, redes TIC y sensores dotados de fotónica integrada los circuitos neuronales de la Europa digital, sus satélites, las futuras baterías y las infraestructuras y sensores del internet de las cosas, sino que son evidentes las vitamínicas aportaciones de este campo de desarrollo tecnológico a la protección del medio ambiente (reduce notablemente las emisiones de CO2) y al ahorro energético. Y ya sabemos que eso son palabras mayores para el equilibrio del sistema en las sociedades occidentales.

En España contamos una empresa referente global en el diseño y testeo de chips de fotónica integrada, creadora de una de las design houses más potentes del mundo. Se llama VLC Photonics y es una spin off de la Universidad Politécnica de Valencia. Su principal obstáculo para escalar ha sido que en este sector por muy bien que diseñes el chip necesitas de terceros para producirlo, salvo que puedas asumir una inversión de al menos 100 millones de euros para hacerlo tú mismo.

La única foundry especializada (fabricante) en nuestro país es el Centro Nacional de Microelectrónica de Barcelona, pero es un centro de investigación, no una gran empresa. Además, haría falta construir la cadena de suministro de materias primas (¿silicon photonics o indium phosphide?), un ecosistema de generación de software y una base de proveedores de packaging específico, que tampoco existen. Por lo que, en realidad, deberíamos utilizar el tiempo verbal en pasado para referirnos a VLC Photonics: teníamos una empresa referente global que ha sido adquirida y se ha convertido en subsidiaria de Hitachi High-Tech Corporation a la que prestará servicios de ingeniería de circuitos integrados fotónicos.

Una inversión de cien millones de euros, como la que se ha echado en falta para comenzar a edificar un sector de fotónica integrada potente en España, es asumible para esas grandes compañías de nuestro país que deambulan en busca de autor, sin personalidad propia en el mundo de la innovación y la revolución tecnológica. También es un reto al alcance de esos políticos de las administraciones central, autonómica y aun local que enarbolan banderas futuristas, pero llegan tarde a casi todo. Como ha puesto de manifiesto en diversos trabajos Andrés Rodríguez-Pose, profesor de geografía económica en la London School of Economics and Political Science, la estrategia de especialización inteligente regional promovida por Europa durante la década pasada, la famosa RIS3, ha acabado transformándose en una estrategia de imitación evidente, en la que los territorios se han limitado a copiar a los vecinos de moda en cada momento sin atreverse a apostar por visiones disruptivas.

¿Quién va a ponerse a imitar a Alemania en algo llamado fotónica integrada, verdad?

Hace poco le pregunté a la R&D Manager y experta del EPIC (European Photonics Industry Consortium, impulsor de la Plataforma Photonics 21), Ana González, uno de nuestros grandes nombres propios en la materia junto a José Pozo, director de tecnología e innovación también del EPIC, acerca de las oportunidades que se abren para España. Se llevó las manos a la cabeza. Su respuesta podría resumirse así: “Esto es un erial, no hay nada, ¡a estas alturas todavía hay que empezar de cero!”. Países Bajos es un ejemplo de anticipación, invirtió en su día en infraestructuras, se gastó esos 100 millones, y hoy es uno de los mejor posicionados en el ámbito de los semiconductores basados en fotónica integrada de Europa. Alemania (27% ella sola), Francia y Reino Unido suman ya el 54% del censo de empresas especializadas en estas tecnologías.

Días después de hablar con la investigadora de EPIC encontré el gráfico con la distribución de compañías por países en el que aparecía el dato que acabo de mencionar. La abreviatura ES no estaba tan mal posicionada en él. Séptima, justo detrás de Italia y la República Checa y por delante de Países Bajos. “Ana exagera”, pensé. Pero el que me equivocaba era yo: esas dos letras, ES, no aludían a España, sino a Estonia. Nosotros, pese al valor crítico del automóvil en nuestra industria, además del resto de sectores que miran a la fotónica integrada con atención máxima, ni siquiera aparecemos en las estadísticas.

A veces la distancia que nos separa de las tecnologías que se convertirán en estratégicas dentro de una década se puede cuantificar: cien millones de euros. El valor que le otorguemos a esa cantidad es relativa. Quizás resulte desproporcionada en términos de cálculo político y mediático y para esa cortoplacista visión de muchas empresas cotizadas que necesitan generar impactos inmediatos del gusto de sus accionistas y no pueden ‘vender’ apuestas a largo plazo. Pero probablemente dentro de unos años, cuando la industria europea haya desarrollado centros de producción de chips y dispositivos dotados de fotónica integrada que aporten valor a cualquier cosa que se produzca con la intención de funcionar conectada y ser inteligente, cien millones parecerá una auténtica migaja.

¿Y cuántas oportunidades de cien millones ha perdido España? Demasiadas.