Moshik Temkin, historiador y autor de 'Guerreros, rebeldes y santos'.

Moshik Temkin, historiador y autor de 'Guerreros, rebeldes y santos'. Martha Stewart

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Moshik Temkin: "Israel no es el pueblo judío. Hay que diferenciar entre la crítica dura y el antisemitismo"

El historiador y profesor de Harvard simpatiza con las protestas en los campus americanos y critica la respuesta de Biden a la guerra de Gaza.

8 mayo, 2024 02:53

La vida de Moshik Temkin (Estados Unidos, 1971) está atravesada por el pasado. Su propósito es ambicioso, sencillo: que no se repita. El historiador se resiste a detenerse en la historia privada de su familia, definida por la guerra, pero se extiende sin reservas cuando llega el turno de la historia común de los europeos. Temkin se doctoró por la Universidad de Columbia. Se especializó en "la historia de los líderes y el liderazgo". Viajó e impartió clases en India, México, Corea del Sur o España. Escribió ensayos y tribunas en los periódicos y revistas más influyentes. Tiene un libro recién publicado en castellano por la editorial Temas de hoy: se llama Guerreros, rebeldes y santosLo escribió con sus hijos Noam y Oren en mente, "pensando en ellos y en el mundo que les tocará vivir".

Temkin sigue viajando y combina las aulas del Centro Belfer de Harvard, en Estados Unidos, y la Universidad de Tsinghua, en China. A un extremo y otro, Temkin forma a las élites de dos superpotencias proteccionistas, recelosas y enfrentadas. Temkin, en cambio, reconoce diferencias sustanciales entre la narrativa de los tiempos y las inquietudes de sus alumnos. "No siento que los jóvenes chinos, al menos con quienes trato, estén atrapados por una retórica de guerra fría", argumenta. "En mis clases procuro que los chicos, de distintas nacionalidades, se atrevan a buscar aquello que los une en lugar de incidir en aquello que los separa".

¿Pregunta por lo mismo un estudiante chino que un estudiante americano?

Es una buena pregunta porque, en realidad, son las mismas que en cualquier otro lugar donde doy clase. No preguntan demasiado por Occidente. Los más jóvenes se plantean, sobre todo, por qué impera esta narrativa de competición entre naciones. ¿Quién va a dominar el siglo XXI? ¿Quién será la superpotencia más poderosa? Ya sabe: la clase de cuestiones que preocupan a la clase política. Los alumnos chinos me preguntan si los estudiantes de otras partes del mundo comparten sus valores, si están preocupados por avanzar hacia una sociedad mejor, menos desigual, por asegurarse de que el planeta no arda. Puede que no sea la respuesta que usted esperara, pero son preguntas parecidas a las que plantean los estudiantes americanos o los franceses, parecidas a las que seguramente plantearían los españoles.

Una de las fotografías de la entrada japonesa en Beijing tras la captura de la ciudad en 1937.

Una de las fotografías de la entrada japonesa en Beijing tras la captura de la ciudad en 1937.

No es lo que se escucha de los líderes estadounidenses y chinos, y cada vez más de los europeos.

Por eso uso la historia como un modelo de inspiración y advertencia. Tenemos muchos casos en los que pensar de una manera muy nacionalista, de una manera que se centra en el poder nacional o incluso en el poder individual, ha llevado a la ruina al líder y al pueblo. Si me pregunta por China, allí muestro a mis alumnos y mis lectores el origen de su resentimiento y su nacionalismo. China tiene una historia de sometimiento. Fue dividida, controlada y humillada por los imperios occidentales. Luego llegaron los japoneses y cometieron toda clase de atrocidades. Después vinieron la guerra civil, la revolución. La República Popular representó libertad, poder, orgullo, independencia, soberanía. La historia sirve para comprender de dónde proceden estos sentimientos. Pero hay algo más.

Dígame.

Justo después conviene enseñar lo que sucede cuando se va demasiado lejos, cuando el nacionalismo dicta tus pasos hasta el extremo de espolear una guerra mundial en la que destruir o ser destruido. Una cosa es defender la soberanía de tu país, y otra muy distinta es que tu identidad esté subsumida en la nación. Sacrificar la vida propia, la familia o los amigos por esa identidad. Matar, en nombre de tu nación, a otras personas que no son distintas a uno mismo.

"Debemos ser conscientes de las tendencias violentas, de la tecnología para la destrucción a nuestro alcance"

En su nuevo libro sostiene que somos hijos de la Segunda Guerra Mundial: "No fue el final de una era, como creyeron muchas élites de posguerra, sino el amanecer de la era que vivimos". Si somos sus herederos, ¿cuál es la herencia? Si somos sus tutelados, ¿qué lecciones pasamos por alto?

Es una pregunta inmensa. Podría hablarle de Europa, pero le daré el ejemplo de la guerra del Pacífico. Podemos sacar al menos un par de lecciones del caso japonés. Uno de los eventos decisivos es que invadió China en 1937. La única razón para hacerlo fue su voluntad de dominación. Pensaron que necesitaban controlar China y el resto del este de Asia: su propio espacio vital. Cometieron atrocidades. Todavía en nuestro tiempo, es un problema que define la relación entre los dos países. El otro evento decisivo se remonta a diciembre de 1941.

Pearl Harbor.

Los japoneses atacaron a los americanos y metieron a Estados Unidos en la guerra. En mi último libro y en mis clases procuro analizar el proceso de decisión. ¿Cómo se llega a algo así? Lo que descubres es que no hubo un líder concreto. Lo que hubo, más bien, es un mecanismo engrasado durante décadas de imperialismo, militarismo, violencia, guerra, encaminado hacia tomas de decisión que parecen racionales, pero bastaba con un poco de perspectiva para concluir que era una locura. Cuatro años después, Estados Unidos utilizó la bomba atómica contra Hiroshima y Nagasaki. La bomba atómica es el resultado de la maquinaria de guerra levantada por Estados Unidos, dentro de la que se tomó la decisión de destruir sociedades al completo, de incinerar la vida humana. Cuando tratas de comprender la decisión, te planteas quién la hizo posible. ¿Fue el presidente Truman? Ni siquiera estuvo al corriente de la existencia de las bombas hasta poco antes de usarlas. ¿El piloto que deja caer la bomba? ¿El general? ¿Los científicos?

¿Y bien?

No hay líderes claros. Hay una maquinaria de la muerte, un ímpetu de destrucción y guerra que empuja a todos en una dirección. Y más allá de qué se opine sobre Japón en la Segunda Guerra Mundial, es atroz pensar que era necesario matar a cientos de miles de niños, cientos de miles de inocentes, para ganar una guerra. Es inaceptable desde cualquier punto vista moral, es indecente para cualquiera que no sea un sociópata. Debemos ser conscientes de las tendencias violentas, de la tecnología para la destrucción a nuestro alcance. ¿Cómo podemos controlarla? ¿Cómo nos aseguramos de que la historia no se repita, de que no vuelva a darse la situación en la que, con tal de ganar una guerra, decidamos lanzar una bomba nuclear sobre ciudadanos inocentes?

El campus de UCLA es uno de los escenarios de las protestas propalestinas en Estados Unidos.

El campus de UCLA es uno de los escenarios de las protestas propalestinas en Estados Unidos. David Swanson Reuters

Hay una tendencia al alza. Las guerras abiertas se cuentan a decenas y al menos dos territorios encogen, a esta hora, el aliento del mundo: Ucrania y Gaza. Los dos conflictos encierran el potencial de expandirse más allá de sus fronteras, y al menos el segundo ocupa horas de observación y desvelo a Temkin. La presión internacional para que Israel interrumpa sus campañas militares en Gaza es inmensa. Las muertes de civiles se cuentan por decenas de miles. Hay desnutrición. Hay más de un millón de desplazados, concentrados mayoritariamente en Rafá. Las protestas en los campus universitarios de Estados Unidos, que acaba de aprobar un paquete de más de 20.000 millones de euros para financiarlas, son masivas. Los manifestantes apuntan con el dedo a Biden. Piden el cierre del grifo, un alto el fuego. Las autoridades israelíes recuerdan los secuestrados que continúan en el infierno de Hamás: 133. Es difícil saber si las negociaciones de paz, con Estados Unidos, Egipto y Qatar como mediadores, están más cerca del éxito que del fracaso.

¿Cómo explicaría a un español, desde primera fila, lo que está ocurriendo en sus universidades?

Lo que sucede es similar a lo que ocurrió en los sesenta, especialmente en Estados Unidos, durante la guerra de Vietnam. En ambos casos, ahora y entonces, el Gobierno apoya una guerra y participa directa o indirectamente en ella. Se gasta el dinero de los contribuyentes para librar una guerra muy lejana en nombre de intereses geopolíticos generales. El Gobierno dice que comparte los valores del bando con el que luchan. Pero los jóvenes del país están al tanto de las muertes de inocentes, de las cosas terribles que suceden con su dinero y en su nombre. Muchos jóvenes consideran que es intolerable y que los líderes políticos no están haciendo nada al respecto. Cuando la brecha se hace demasiado grande, la furia explota. Se vio con Vietnam y es similar con Oriente Medio. Aparte, se da la situación de que muchos jóvenes empatizan con los palestinos. Observan esta guerra con impotencia. Sus muertes se normalizan. Cuando se bombardea contra poblaciones civiles, como en la Segunda Guerra Mundial en Europa y en Asia, se entra en el terreno de la deshumanización. Es matar humanos como insectos.

Los escenarios de las protestas son llamativos: Harvard, UCLA, Princeton, Columbia.

Sí, las universidades de la élite. No sucede sólo allí, pero sí sucede fundamentalmente allí. Quizá porque los estudiantes son conscientes de sus privilegios. Ven que viven en un planeta completamente distinto al de la gente de Gaza. Para muchos de ellos esa diferencia es intolerable.

"Si los alemanes creen que deben defender cualquier cosa que haga Israel, siguen sin entender su propia historia"

¿Qué opina de las acusaciones de antisemitismo?

Es muy fácil sacar la carta del antisemitismo. Pero no, no creo que los estudiantes estén movidos por el antisemitismo. Están movidos por la rabia. Muchos de ellos son muy emocionales, y es muy humano conmoverse y enfadarse ante estos niveles de destrucción y muerte. Simpatizo con los estudiantes, pero sobre todo estoy cabreado con los líderes que no han hecho nada para resolver este problema a lo largo de los años, dejando que se agrave y empeore. Ni siquiera lo han hecho en los últimos seis meses. Cuando hablan de antisemitismo, me ofende. Mi familia lo ha sufrido directamente. No quiero entrar en detalles, pero hay que diferenciar entre el verdadero antisemitismo, que es la discriminación y la persecución del pueblo judío por ser judío, y la crítica dura a Israel. Israel y el pueblo judío no son lo mismo. No lo son, por más que lo digan algunos políticos europeos, que son incapaces de procesarlo, y lo repita cierta propaganda. Me ofende el uso del antisemitismo para desviar las criticas. Me ofende y me cabrea.

No quiere entrar en detalles, pero su apellido, su familia...

No me gusta hablar de un asunto tan personal. Si siente curiosidad, puedo decirle que Temkin es un nombre judío-eslavo, como Rifkin y otros. Mis padres son judíos mexicanos. La historia de mi familia es una historia de migrantes y refugiados.

Usted establece las diferencias entre el pueblo judío y el Gobierno de Israel, pero en Alemania y otros países europeos, por su propio pasado, es más complicado.

Es absurdo. Siento ser tan franco, pero sólo puedo imaginar lo que estos políticos alemanes estarían haciendo en la década de los treinta y los cuarenta. Acusan a judíos de antisemitismo por criticar a Israel. Es una locura. Muchos de estos líderes alemanes no han entendido nada, nada, de su propia historia. Si su lección es que deben defender cualquier cosa que haga Israel, incluso si procede de un autócrata nacionalista de extrema derecha que ha sido amigo personal de antisemitas durante años, y hablo de Benjamin Netanyahu, simplemente siguen sin entender el antisemitismo o la historia de su país. No entienden cómo llegó Alemania al nazismo, no han entendido nada sobre la Segunda Guerra Mundial.

Joe Biden, a su llegada a la base conjunta de Andrews, Maryland.

Joe Biden, a su llegada a la base conjunta de Andrews, Maryland. Amanda Andrade-Rhoades Reuters

¿Y qué me dice de Biden?

Me cuesta mucho entender lo que está haciendo. Me parece que es incapaz de distinguir entre lo que es Israel en estos momentos, con este gobierno, y la imagen del Israel de su juventud, en los sesenta y los setenta, cuando la situación era bien distinta, al menos a ojos de Occidente. Biden apoya a Netanyahu sin fisuras, y el precio que paga es la impopularidad entre muchos jóvenes a los que necesitará para ganar las próximas elecciones. Su suerte es que el otro candidato es Donald Trump. Trump es todavía peor. Es un candidato absurdo e impopular, pero así es el sistema estadounidense: Biden puede ganar porque el otro candidato es menos popular y atractivo si cabe. Luego se da otra situación: hay estados, como Michigan, con una población significativa de estadounidenses musulmanes. Muchos de ellos ven a Biden como parte responsable de la muerte de familiares, amigos, conocidos…

¿Le ha abierto un camino a Trump? Porque Trump ya critica a Netanyahu y la semana pasada, en uno de sus mítines, sus seguidores coreaban Genocidal Joe! (Joe, el Genocida).

No me tomaría en serio nada de lo que diga Trump. Aquello era una manera de burlarse de Biden. No hay nada más allá de eso. Trump es como un troll de internet. No me haría demasiadas ilusiones con él. Dicho esto, Biden parece tener algún tipo de vínculo emocional con Israel. Se ha separado de la realidad. Parece convencido de lo que hace. Trump no siente apego por nada ni nadie que no sea él mismo. Tiene instintos e intereses, pero carece del compromiso con Israel de Biden. Si Trump sintiera que eso le fuera a ayudar política o económicamente, se volvería contra Israel en dos segundos.

Así que no ve claro que pueda llevarse votos perdidos en Gaza.

Lo dudo. Lo que puede suceder es que mucha gente simplemente no vote por nadie. Es posible que Biden se encuentre con muchos jóvenes a los que no consiga convencer de que lo voten, ni siquiera diciéndoles que la alternativa es Donald Trump. Le dirán que para los palestinos no hay ninguna diferencia entre uno y otro. No votarán por Trump porque piensen que es mejor que Biden o porque piensen que es mejor para Gaza. Tampoco Trump necesita sus votos. Lo único que necesita es que no voten por Biden, y eso puede suceder.

"Cualquier sociedad que tenga a Trump como candidato presidencial es una sociedad necesitada de autoexamen"

Dice que muchos no ven la diferencia entre Trump y Biden, pero le aseguro que en este lado del mundo se ve de otra manera.

Tuvimos cuatro años de Trump. No sería una sorpresa. Es importante que sepan esto en Europa. En Estados Unidos se habla constantemente de partidismo y polarización, pero la política estadounidense está llena de consensos. Los republicanos y los demócratas están de acuerdo sobre el sistema económico en general. Ambos aceptan los niveles de desigualdad actuales. Ambos aprueban un enorme presupuesto militar que aumenta cada año. Ambos comparten la actitud agresiva hacia China, con una retórica de Guerra Fría. En China, de hecho, no diferencian entre uno y otro. No conviene hacer un tema de Trump. No es tan importante. Trump es más bien un síntoma.

¿A qué se refiere?

Cualquier sociedad que tenga a Trump como candidato presidencial es una sociedad necesitada de autoexamen. ¿Cómo llegamos a este punto? Mi pregunta es esa como historiador. No me pregunto qué hará o dirá Trump. Hace tiempo que dejé de escucharle. Es aburrido. Me interesa más cómo una sociedad produce esta clase de liderazgo triste y corrupto, cómo alguien como Trump se convierte en una alternativa viable o incluso atractiva al poder establecido. Es un síntoma de lo que sufre la política estadounidense o europea. Vivimos en un mundo con graves problemas comunes, y sin embargo seguimos creando líderes que no sólo no están preparados para afrontarlos, sino que ofrecen soluciones de baratija. La historia del liderazgo es interesante en estos momentos, no tanto para adelantar lo que ocurrirá si Trump sale elegido como para guiarnos hacia una sociedad más sana con mejores líderes que Trump o Biden.

¿Dónde están las alternativas?

Veo líderes todo el tiempo. Están ahí, sólo que todavía no son famosos. Dondequiera que viajo, los encuentro. Les animo a intervenir, a dar el paso, a tratar de ser el reemplazo. Es más, cuando pensamos en los líderes, nos vienen a la mente Churchill, Napoleón o Mao. Pero a veces es un soldado que luchó para la Resistencia francesa y murió de forma anónima. Hizo pequeñas cosas, pero contribuyeron a mantener vivo el espíritu humano. Dijo que hay un límite para lo que estamos dispuestos a aceptar, y asumió el sacrificio. Esta es una forma de liderazgo que admiro mucho. Hay un liderazgo de los pequeños gestos, en la vida diaria, al nivel más básico. ¿Suena demasiado romántico? Los cínicos se reirán de mí. No me importa. Pero cuando esos gestos crecen, cuando amplían su alcance, cambian a su vez el mundo. Necesitamos esos liderazgos.

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