Blinken se reúne en Riad con el príncipe heredero y primer ministro saudí, Mohamed bin Salmán.

Blinken se reúne en Riad con el príncipe heredero y primer ministro saudí, Mohamed bin Salmán. Reuters

Oriente Próximo

Desconfianza en Israel y Hamás ante los acuerdos de Washington y Riad para recomponer Oriente Medio

Estados Unidos lleva tiempo buscando un acuerdo tripartito que garantice la estabilidad en la región, aunque se ha enfrentado a diversos obstáculos. 

4 mayo, 2024 02:50

En su intento por buscar algo de estabilidad en Oriente Medio y mantener su influencia en la zona ante la avalancha comercial china y los pactos militares entre Rusia e Irán, la administración Biden lleva tiempo buscando un acuerdo con Arabia Saudí que permita en la práctica a ambos países controlar un territorio inestable y peligroso. Dicho acuerdo incluye ayuda estadounidense en el proyecto nuclear civil de Arabia Saudí y apoyo militar en caso de amenaza externa. A cambio, Estados Unidos pide el reconocimiento de Israel y la ayuda saudí para pacificar y recomponer un posible futuro estado palestino.

Aunque se trate de un acuerdo entre dos partes, en realidad hay una tercera que resulta imprescindible a largo plazo. Por excelentes que sean las relaciones entre saudíes y estadounidenses, estas no servirán para la estabilidad de Oriente Medio si no incluyen a Israel. Antes del 7 de octubre, desde Tel-Aviv se veía con buenos ojos la posibilidad de llegar a alguna clase de compromiso con Riad para conseguir a cambio el reconocimiento diplomático. En qué consistiera ese compromiso estaba por determinar: Israel siempre se ha negado a apostar por la creación de un estado palestino, pero incluso Netanyahu era consciente de que podía ofrecer grados de autonomía y libertad que ayudaran a la monarquía saudí a justificar su cambio de posición.

Ahora bien, el 7 de octubre lo cambió absolutamente todo. De entrada, Arabia Saudí retiró su oferta diplomática ante la inmediata respuesta israelí. Era algo que, como faro del mundo musulmán, sentía que tenía que hacer de cara a su opinión pública y la de los miles de millones de fieles que a lo largo de su vida visitarán Medina o La Meca. Aparte, Israel se sintió traicionado, de alguna manera. Aunque el ataque venía de Hamás y, por lo tanto, estaba financiado por Irán, el estado hebreo sintió de nuevo el recelo histórico hacia sus vecinos árabes. 

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El tiempo y los hechos han ayudado a recomponer esa confianza con Egipto o Jordania, incluso con Qatar, que alberga al ala política de Hamás. Sin embargo, ha empeorado las relaciones con los países musulmanes no árabes que apoyan a los terroristas, como Irán o Turquía, que acaba de romper relaciones comerciales con Israel. No solo eso, sino que la larga amistad con Estados Unidos está viviendo ahora mismo su peor momento. Biden intenta hacer entrar en razón a Netanyahu y a su vez eso se vive como una injerencia intolerable, lo que lleva en ocasiones, por puro orgullo, a hacer lo contrario de lo que exige Washington.

Israel no renuncia a Rafah

En cualquier caso, el verdadero problema en lo que a Israel respecta es qué pide Arabia Saudí para llegar a ese acuerdo a tres: un alto el fuego duradero que permita la liberación de los rehenes y su intercambio por presos palestinos, la retirada de las tropas israelíes de Gaza, el regreso a sus hogares de los millones de desplazados y el inicio de negociaciones para crear ese estado palestino independiente que la mayoría de los israelíes rechaza. En otras palabras, Arabia Saudí acepta como suyas las exigencias estadounidenses, lo que debería considerarse un avance desde las posiciones maximalistas de un pasado no tan lejano.

Dicho esto, aunque Israel sigue viendo con buenos ojos algún tipo de acercamiento a los saudíes y desde luego entiende el éxito que supondría su reconocimiento por parte del país donde nació el Islam, nada hace pensar que esté dispuesto a ceder en cuestiones que son clave para su seguridad. Netanyahu lleva meses negociando un alto el fuego y ha aceptado esta misma semana unas condiciones muy poco beneficiosas para Israel: seis semanas de tregua y cientos de presos liberados a cambio del regreso a casa de tan solo 33 rehenes en vez de los 40 que llevaba meses exigiendo. Ni aun así se ha conseguido, al menos de momento, el sí de Hamás.

No parece que Israel vaya a ceder más. Como Estado, ha tenido que centrarse desde su creación en sobrevivir. La seguridad es lo más importante para cualquier gobierno israelí y desde luego lo es para uno presidido por el Likud y sus aliados de extrema derecha. Israel necesita garantías y entiende que la principal ahora mismo es militar: seguir atacando a Hamás en su territorio e invadir Rafah en cuanto las condiciones humanitarias lo hagan posible. Es lo que lleva tiempo repitiendo Netanyahu y solo un cambio de opinión de Hamás en el acuerdo por los rehenes haría que la operación se retrasara.

Las reticencias de Hamás

Retrasar no es anular. Eso no está en los planes de Israel. ¿Podría estarlo si Hamás se rindiera? Podría, pero Hamás no se va a rendir. De hecho, desde Hamás no se va a facilitar absolutamente nada que perjudique sus intereses y los de su gran patrocinador, Irán. Como decíamos al principio, aquí no solo se está jugando la seguridad israelí sino la ascendencia sobre el mundo musulmán. Irán (Estado de confesión chií) y Arabia Saudí (suní) llevan años luchando por esa ascendencia y desde Hamás saben que su propia supervivencia, aunque en rigor sean también suníes, depende de que a Irán le vayan las cosas lo mejor posible.

Es difícil obviar que el ataque del 7 de octubre fue en buena parte un sabotaje a esos posibles acuerdos entre Israel y Arabia Saudí. También es difícil obviar que Hamás nunca va a aceptar una paz impuesta por saudíes y estadounidenses, mucho menos si afecta a la reconstrucción de su territorio y pretende crear un nuevo orden en Oriente Medio. El ala política en Doha podría plantearse cambiar de caballo, con Ismail Haniyah como abanderado, pero la militar nunca lo haría y es la militar quien decide sobre los rehenes y sobre la estrategia defensiva en Gaza.

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De hecho, si aún no hay un alto el fuego firmado es en buena parte por Yahyah Sinwar. Sinwar se ha erigido como líder de Hamás en la Franja y todas las decisiones pasan por sus manos. Haniyah no puede controlarle y solo obedece los dictados de Teherán. Fue Sinwar el que planeó la masacre en territorio israelí y quien coordina junto a su hermano y a Mohammed Deif la organización de las milicias terroristas y los movimientos en los túneles que atraviesan el subsuelo gazatí en forma de laberinto.

La complejidad del acuerdo

En resumen, igual que Israel ve amenazada su autonomía por las presiones de Estados Unidos y Arabia Saudí, y no parece dispuesto a ceder en su voluntad de atacar Rafah, Hamás tampoco está dispuesta a aceptar a estos dos países como agentes en una reconstrucción posterior al conflicto. Eso limita muchísimo el alcance del acuerdo y lo circunscribe a la relación entre ambos países. Si Hamás no renuncia al tutelaje de Irán y a su vez el futuro estado palestino no prescinde por completo de Hamás -algo imposible, pues fue Hamás quien se quedó con Gaza en una guerra civil contra Fatah-, Israel no va a querer saber nada de este asunto.

Es más, como país asediado por las distintas milicias proxy iraníes -los hutíes en Yemen, Hezbolá en Líbano, la Guardia Revolucionaria en Irak y Siria…-, Israel parece más dispuesto últimamente a agarrar el toro por los cuernos y librar una sola guerra, contra Irán, en vez de cinco distintas a un mismo tiempo contra sus aliados. No es fácil ver la manera en que Arabia Saudí y Estados Unidos puedan impedir eso, puesto que ambos países son enemigos declarados del régimen de los ayatolas y no tienen influencia alguna en sus decisiones. 

Es muy fácil decir que no habrá paz en Oriente Medio hasta que no haya un Estado palestino, pero es difícil articular dicho Estado palestino si tenemos en cuenta la extrema debilidad de Mahmoud Abbas, Fatah y la Autoridad Palestina. No hay un Yasser Arafat que pueda erigirse como líder único y que garantice a Israel su seguridad en la convivencia. Nos consta que Estados Unidos y los países árabes llevan tiempo buscándolo, pero encontrarlo es otra cuestión bien distinta en la que ni Hamás ni Irán van a colaborar en absoluto. Y sin esa colaboración, el conflicto se mantendrá como un círculo vicioso sin salida aparente.