Dicen que esa fantástica ave hoy extinta llamada dodo fue una especie considerada idiota, como el origen de su nombre sugiere (del portugués "estúpido"). Sin embargo, aquel animal no lo debió ser tanto si nació y vivió en uno de los lugares más privilegiados del planeta: la isla Mauricio.
De nombres va la cosa. Porque este lugar, situado a unos mil kilómetros de la porción de tierra más cercana (Madagascar), ha pasado desde su colonización en el siglo XVI por varios nombres: desde el Dina Arobi de los navegantes árabes a la Île de France durante la ocupación gala, pasando por el portugués Circe; sin embargo, la isla debe su actual denominación al príncipe neerlandés Maurice de Nassau, a cuya honra se dedicó aquel primer asentamiento orange. Hoy, al nombre oficial pueden añadírsele otros menos formales pero más descriptivos: 'Isla Playa' es uno, pero "paraíso" bien puede resultar más acertado.
Y es que este pequeño territorio tiene el don de ofrecer una línea de arena casi continua en su perímetro. Si bien el denominador común es de la blanca plataforma ganando profundidad en las aguas cristalinas que la circundan, el litoral ofrece una sorprendente variedad de carácter según la orientación. Al este se palpa la vis más salvaje de Mauricio, con arenales como el de Belle Mare, virgen en muchos tramos.
Al oeste de la isla hay mayor presencia humana. Más animación, más energía, pero con un relajante final al caer la noche: los atardeceres en esa zona resultan impagables. En la parte sur, no obstante, el paisaje cambia y lo que más al norte son líneas blancas infinitas, aquí se combinan con rocosos acantilados que enmarcan el hito geográfico más alto del territorio, el monte Pitón, con sus 828 metros sobre el nivel del mar.
Mucho más que playas
Tal elevación puede sorprender a quien espere solo playas infinitas. Lejos del tópico, este país ofrece un catálogo de paisajes y una orografía que lo destacan como un destino más que apto para los que buscan el máximo contacto con la naturaleza. El senderismo, por ejemplo, es otra de las actividades más populares. Isla Mauricio cuenta con hasta 18 parques nacionales y reservas naturales tanto en la propia isla como en islas e islotes próximos.
Las cataratas de Chamarel, la garganta de la Riviere Noir, el Parque Nacional de Black River Gorges o la Isla de los Ciervos son únicamente algunos de los lugares de un catálogo de rutas que sorprende, no ya por la belleza de los parajes, sino por la variedad de los mismos. Algunos son únicos en el mundo, como la Tierra de los Siete Colores, una indescriptible e hipnótica superficie de montículos redondeados por el viento cuyos colores resultan tan increíbles que ni siquiera la ciencia ha podido explicarlos.
La naturaleza de la isla se beneficia de un clima cálido y de la humedad oceánica. Fruto de ello, la variedad botánica es igualmente singular. Precisamente una de las excursiones más recurridas es la que, ya cerca de la capital Port Louis, nos lleva al Jardín de Pamplemousses (actualmente Sir Seewoosagur Ramgoolam). Se trata de un muestrario de naturaleza endémica e importada del resto del planeta en la que brilla con luz propia la colección de palmeras, muchas de ellas únicas.
Un plan romántico...
Pasear por el jardín es un plan romántico, sin duda. Uno más de los que ofrece un entorno ideal para un exclusivo viaje en pareja. Desde las escapadas a las pequeñas islas próximas, plenas de paz y privacidad, hasta la posibilidad de contemplar desde un helicóptero los mil y un matices de los paisajes mauricianos. Y todo, sin perder de vista las múltiples opciones para disfrutar en los resorts y spas de categoría mundial que jalonan el territorio. Diversión, belleza y tranquilidad.
Más bullicio puede encontrarse en las calles de Port Louis. La capital es el centro neurálgico de la isla. Es allí donde puede verse la vida de un lugar que, sin tener una población parecida a la de las grandes capitales (está entorno a los 150.000 habitantes), posee una variedad étnica notable, con gentes venidas desde Asia -India o China, principalmente-, desde Europa o, por supuesto, desde África.
Tal multiculturalidad se traduce en animados mercados. Brilla especialmente el Mercado Central y en sentido literal: porque en sus puestos pueden adquirirse incluso piedras preciosas. Es una notable motivación para entregarse a la práctica del regateo en un bazar en el que, más allá de diamantes, también pueden comprarse productos típicos de la isla como las frutas, las maquetas de barcos o el ron.
...y familiar
Pero Isla Mauricio también ofrece una cara más desconocida: la del turismo familiar. En un territorio en el que la naturaleza está tan presente, el contacto con los animales es una opción magnífica para que adultos y pequeños se acerquen a todo tipo de especies. El Safari que está en el oeste es una opción, mientras que en el Parque de los Cocodrilos y las Tortugas Gigantes se puede vivir la experiencia de alimentar a animales centenarios, compartir el hábitat con los reptiles más voraces o contemplar la majestuosidad de miles de variedades de mariposas. El parque marino de Blue-Bay aporta la vertiente acuática: allí es posible hasta nadar con delfines.
El mar ofrece además un catálogo más que amplio de deportes: buceo, snórkel, surf, kitesurf o hasta montar en jets acuáticos. Y como guinda, aunque ya en el interior de la isla, el golf, para cuya práctica existen varios campos que están entre las mejores instalaciones que existen en el Índico dedicadas a esta práctica.
Desde luego, visitar Isla Mauricio es un regalo para los sentidos. Pero más allá del ocio, del descanso o del placer, unos días allí sirven para una cosa: para cambiar la opinión sobre el dodo y, por qué no, aplaudir la decisión de inmortalizarlo en el escudo del país. Desde luego, tonto no era el pájaro.
Isla Mauricio: un paraíso de playas infinitas y parques naturales para perderse es un contenido patrocinado por B the travel brand.