Fueron 36 y no "cuarenta años de dictadura", pero a ellos se apelaba de manera recurrente en los setenta para tomar conciencia del enorme esfuerzo que se necesitaría para levantar la pesada losa del franquismo. Hoy, a las puertas de 2016, cuando se cumplen justamente cuarenta años sin Franco, aquella etapa ha quedado tan lejana, tan sepultada por la realidad, que confirma lo obvio: corresponde a otro siglo.
El franquismo no sólo ha quedado muy atrás, sino olvidado. La mayoría de los jóvenes desconoce, por ejemplo, que aquellos años los municipales multaban a las parejas a las que sorprendían amarteladas en el parque, que en Semana Santa no se podía escuchar música, que en el cine se cortaban las escenas con beso, que las radios no ofrecían información y estaban obligadas, dos veces al día, a dar el parte de Radio Nacional... Para las nuevas generaciones son situaciones inimaginables, incomprensibles, que encuentran lógicamente ajenas porque nada tienen que ver con su mundo.
La transformación de un país
España ha vivido una enorme transformación desde que murió Franco. Es otra. El cambio se ha producido además de forma acelerada. La Iglesia y la religión, que fijaban la moral y marcaban el ritmo a la sociedad, han quedado absolutamente relegadas, hasta el punto de que el anticlericalismo hoy está de más.
El Ejército, entregado al régimen, era una amenaza para cualquier intento de apertura. Qué decir de la España "una, grande y libre": nuestro país es uno de los más descentralizados -y menos unidos también- de Occidente. Qué decir, así mismo, de la España de la peseta, aislada del resto de Europa y del mundo, ahora en el euro y presente en los principales organismos internacionales.
Aunque todos los cambios de época conllevan luces y sombras, hay pocas dudas respecto a que estas décadas de Democracia son la historia de un éxito. Sólo por ello debería valorarse en su medida la Transición, construida en momentos difíciles y circunstancias adversas. Quienes desde la opulencia de los logros conseguidos se revuelven ahora contra ella son injustos y muestran un gran desconocimiento de la que ha sido la Historia de España en los dos últimos siglos.
El valor de la Transición
Otros periodos de apertura tras periodos represivos, como el Trienio Liberal, la Regencia de Espartero o la Primera y Segunda República, fracasaron por factores que también estuvieron presentes en la Transición: crisis económica, extremismo, ignorancia e incultura, reacción de poderes fácticos... Como admitió en su día el rey Juan Carlos, el reto era "durar con reglas democráticas". Fue el oxígeno que las reformas políticas dieron a la sociedad lo que permitió a ésta respirar el tiempo suficiente para que ya no fuera posible la marcha atrás.
Claro que todo cambio no es -no puede ser- una ruptura total. Cada generación entrega su testigo a la siguiente. Pero si nos centramos en lo esencial, del franquismo no queda nada. Sus herederos son un grupo irrelevante de nostálgicos que se reúne el 20-N para reivindicar una España que ya no existe. Y por simple cuestión biológica, cada vez son menos. Por eso resultan absurdas las recurrentes apelaciones al franquismo de los líderes de izquierda, como si, incapaces de construir un discurso atractivo por sí mismos, tuvieran que legitimarse insuflando vida a un fantasma que desapareció para siempre.
Ha pasado tanto tiempo desde que murió Franco que, por primera vez, concurren a una elecciones generales con opciones de participar en un futuro gobierno dos líderes que nacieron después de su muerte. En 1975 faltaban tres años para que naciera Pablo Iglesias y cuatro para que lo hiciera Albert Rivera. Pero es que el líder del PSOE, Pedro Sánchez, tan solo tenía tres. ¿Qué queda en sus vidas del franquismo que ni siquiera por edad han podido vivir? Lo mismo que del carlismo, que de la dictadura de Primo de Rivera, que de la Segunda República... Humo. Nada.