El debate de El País no lo pude ver en directo, porque el lunes a esa hora me encontraba cenando con politólogos. A veces no es posible atender al mismo tiempo a los politólogos y a la política. En lo esencial da igual, porque se ve en diferido luego. Sí nos asomamos por nuestros dispositivos móviles a la puesta en escena, y todos los politólogos comentaron lo mismo: "¡Qué astuto Rivera! ¡Es el único que va con corbata!".
Albert Rivera les ganó así a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias el mensaje institucional, o institucionalista. De los tres, él era el presidenciable. La otra corbata era justo la del presidente. Aunque no estaba allí, en el atril sin nadie, sino en Telecinco. Rajoy fue a su entrevista encorbatado, por supuesto. Hubo en la noche un duelo de corbatas que no se alcanzaron.
Se puede decir que ganó la del primero, porque la del segundo la rehuyó. Ignacio Camacho había dicho en la Cope que lo único que temía Rajoy era que lo viesen debatiendo con Rivera. Los descorbatados le daban igual, y parece que le seguirán dando igual durante el resto de la campaña.
La corbata de Rivera. De algún modo cierra el círculo de su carrera política, que empezó en 2006 con el primer cartel de Ciudadanos, en que aparecía desnudo. En plan Ciut-Adán, como decíamos entonces. Su trayectoria desde aquel Adán no adanista hasta la corbata la desmenuzan Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco en el libro vibrante que acaban de escribir sobre Ciudadanos: Alternativa naranja.
Este repaso de los diez años de historia del partido, con especial atención al candidato, no nos permite saber si Albert Rivera está preparado para gobernar (algo que nunca ha hecho), pero sí para batirse en unas elecciones y quizá ganarlas. Su entrenamiento en Cataluña, en un ambiente hostil que impresiona (y agobia) al presenciarlo todo de golpe, me ha recordado al de los ciclistas que entrenan en altura para que las cumbres les resulten más leves en el Tour.
Ha sido también un aprendizaje, con muchos errores y muchas peleas internas. Más de una vez Ciudadanos ha estado a punto de desaparecer. Los que hemos estado atentos a este partido desde el principio (y también atentos a UPyD, cuya relación con Ciudadanos se pormenoriza en Alternativa naranja), asistimos a su éxito actual con sorpresa, casi como si se tratase de un milagro.
En política las alegrías duran poco. A mí me parece que Ciudadanos es un partido demasiado débil para aguantar todo el poder que se le viene encima. Pero de momento está esa corbata convincente: institucionalista, antipopulista.