Rarito era, no me digas… ¿No le bastaba con ser lesbiana? Te quedas de niña y haces tu vida, sin ser tan escandalosa. Pues no; ella se empeñó en que era un niño. Se lo contó a sus padres y no te lo vas a creer, les pareció normal. ¿Normal? Normal que les saliera una niña así; unos padres capaces de entender que naces mujer pero te sientes hombre tampoco son muy normales, a mí no me digas… Había conseguido el DNI con el nombre que quería. ¿Te quieres llamar Alan? ¡Pues Alan! Y le cuentas solo a quien quieras que naciste mujer pero te hormonaste y operaste en cuanto pudiste. Porque aún no se había operado pero quería que la trataran como a un tío aún sin pasar por el quirófano que esperaba como agua de mayo. ¡Y que se lo pagáramos entre todos! Algunos se cambian el sexo por la Seguridad Social… ¡Como si no hubiera cosas más necesarias que cambiar el sexo a una loca! ¿Le pagamos acaso las tetas nuevas a Marisa? ¡No! Se las pagó ella; bueno, se las pagó su marido. Lo siento, pero no lo entiendo. Y soy tolerante, ya lo sabes tú. Pero no puedo entender lo de los transexuales. Los homosexuales, sí. Hasta los bisexuales si quieres. Normal que a los compañeros del instituto les pareciera extraño. No te digo yo que justifique que le hicieran la vida imposible, pero entiendo que tampoco quisieran tratar mucho con ella… O con él… ¡Ay, si es que no sé ni cómo llamarlo!"
Todas estas frases podrían ser reales. Las he escuchado en otras ocasiones, con otro nombre, pero mismos argumentos. Las dicen en el mercado, se leen en Twitter, se descubren en boca de algunos a los que aprecias, incluso. No concebimos la transexualidad porque nos da pavor; nos asusta que alguien quiera complicarse tanto la vida como para pasar por el calvario de tener una sexualidad propia sin que le haya sido asignada y sobre todo juzgada. Bastante tuvimos con Bibiana Fernández, pionera en dar la cara y mostrar toda su belleza por dentro y por fuera. Aún hay quien alardea de haber visto a Bibiana en Interviú cuando aún era Manolo y da detalles del trabajito fino que le hicieron. Delicia que ella, generosa siempre, nos regaló a través de la misma revista. Pero Bibiana es una artista… A Bibiana la hemos deseado todos.
Tenía 17 años y se llamaba Alan. La última Nochebuena, mientras la mayoría de nosotros nos poníamos del revés de todo cuanto podemos en estas fiestas, él acababa con su vida. No pudo soportar el castigo de sus compañeros de instituto, la indiferencia de sus profesores y la permisividad de cualquiera que permitió que siguiera sufriendo. Los mismos que el día que escribo esto han enterrado a 55 mujeres asesinadas por violencia de género.
¿Sociedad civilizada? Ni siquiera somos tribu.
Que se lo digan a Alan…