Nuestros líderes políticos, caracterizados por la miopía, van dando sus pasos con una cortedad de miras escalofriante. Sus movimientos parecen aislados, sin enlaces con el pasado ni con el futuro, entregados por entero al presente. No es de extrañar que, vista una determinada línea de acción en su secuencia lógica, aparezca aquejada de contradicciones.
En estos días de espera, que son todos ellos como un presente suspendido, propicios para el borrón, el caso más flagrante es el de Rajoy. En las últimas elecciones generales, el único argumento político –los económicos iban por otro carril– del hoy presidente en funciones era el miedo a Podemos. No tenía otro y a ese se aferró. Con tanta determinación que ayudó al crecimiento de ese partido a costa de Ciudadanos, contra el que el PP hizo su mayor esfuerzo de campaña.
Es uno de los factores que ha contribuido a la situación en la que estamos. Ciudadanos se quedó corto para que su realismo reformista pudiese intervenir con fuerza, ya fuese en un pacto con el PP o en un pacto con el PSOE. Con los resultados que se produjeron, la opción más razonable era la gran coalición de los tres, con acuerdos que resultaran asumibles a un tiempo por sus respectivos electorados. El PSOE lo descartó de antemano, irresponsablemente, por esteticismo ideológico. Por su lado el PP, no menos irresponsablemente, fue incapaz de elaborar una propuesta que el PSOE no pudiese rechazar sin quedar en entredicho. Rajoy ni lo intentó.
En la situación que ha quedado, la opción menos mala es la de que gobierne Pedro Sánchez con un pacto PSOE-Ciudadanos y la abstención del PP. Si Sánchez apuesta por ella –venciendo el esteticismo ideológico (y la no menos esteticista pulsión suicida) de aliarse con Podemos–, sería imperdonable que el PP la impidiera por no abstenerse en la investidura.
Pero justo esto imperdonable es lo que no ha dejado de propugnar en ningún momento Rajoy. Y aquí está su pasmosa contradicción. Si el PP no contribuye a frenar ahora a Podemos, absteniéndose en ese pacto entre el PSOE y Ciudadanos –lo que ayudaría a que Sánchez no se inclinase por Podemos, y evitaría el riesgo de que Podemos tuviese más posibilidades de gobernar tras unas nuevas elecciones–, entonces, ¿en qué queda su argumento del miedo a Podemos?
¿No era tan acuciante, pues, el peligro? ¿O es que está dispuesto a arriesgarse pese a todo, por su exclusivo interés electoral? Contradicción o irresponsabilidad, no hay otra. Bueno, sí: las dos.