La "culpa prefabricada" de Jamal Zougam
El autor, que recibió una carta escrita por Jamal Zougam desde la cárcel, en la que éste insiste en su inocencia, plantea la posibilidad de que el marroquí diga la verdad.
"La justicia es el apoyo del mundo y la injusticia el manantial de todas las calamidades que le afligen" (Paul Henri Thiry, Barón de Holbach. La moral universal o los deberes del hombre).
En el mar de la injusticia, dice un proverbio ruso, sólo nadan peces muertos, y es en la lucha donde se hallan nuestros derechos afirmaba el maestro Rudolf Ihering para no caer en la resignación de que las sentencias erróneas son simples fatalidades del destino. Nótese y en este sentido conviene hilar delgado que, puesto que en el envés de la justicia habita la injusticia, al final puede haber tanta injusticia como justicia. La injusticia hace al hombre esclavo y al igual que la esclavitud, la injusticia es una enfermedad que nadie debería sufrir.
Todas las citas y reflexiones anteriores vienen a cuento del 12º aniversario, del atentado cometido en Madrid el 11 de marzo de 2004 con el resultado espeluznante de cerca de doscientos muertos y miles de lesionados y que judicialmente se zanjó con una sentencia que, a juicio de no pocos, dio cumplidas y socorridas respuestas a muy justificadas reivindicaciones, pero no resolvió muchas dudas que aún hoy siguen en pie.
Tan respetable es aplaudir la sentencia del 11-M como considerar que no contiene toda la verdad
Anticipo que probablemente el proceso penal por este criminal hecho haya sido uno de los casos más difíciles que se han planteado a la justicia española en toda su larga historia, lo cual me permite defender que la sentencia no era fácil de pronunciar y que tan legítimo y respetable es estar de acuerdo con la decisión judicial, como lo es considerar que tal vez no contenga toda la verdad, de la misma forma que tampoco lo hicieron las sentencias recaídas en los procesos por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 o los asesinatos de los GAL. A estas alturas y aunque el argumento no sea científico, lo único claro es que detrás de la terrible tragedia del 11-M estuvo el mismísimo demonio.
Aparte de tan elemental presentimiento, mi opinión es que algunos interrogantes notables que el atentado suscita no recibieron la mejor respuesta judicial, comenzando porque la instrucción sumarial quizá pudo incurrir en el fallo de "investigación de vía única", en el sentido de no haberse reparado en otras posibilidades o alternativas diferentes a las que la policía ofreció sobre su autoría desde el día de la masacre.
Una de las peores desdichas del proceso penal es que se construya bajo la inspiración del prejuicio, pues es la forma más segura de alejarnos de la solución justa. Lo mismo que sucede con las fobias de raza o de religión, cuando se investiga con prejuicios, el resultado es una "culpa prefabricada" que jamás se detiene ante la ley de la verdad.
Las identificaciones equivocadas son la causa del 80% de las condenas de personas inocentes
Es en este ámbito donde cabe enmarcar la única prueba que sirvió para la condena de Jamal Zougam a 42.922 años de prisión al declarar probado que era miembro de una célula terrorista de tipo yihadista y, como tal, autor de 191 homicidios consumados y 1.856 homicidios en grado de tentativa.
La condena, según los magistrados que la decretaron, se fundó en la identificación que de Zougam hicieron tres viajeros de uno de los trenes, a los que se otorgó el estatuto de "testigos protegidos". Tras estudiar los particulares de esos testimonios, tengo para mí que la ligereza con la que procedieron esos testigos, uno de los cuales ni siquiera estuvo en el juicio, rayó en lo inconcebible, aunque también confirma lo que desde el primer momento mucha gente pensó, o sea, que más que "protegidos", fueron testigos "elegidos" y que sobre ellos es probable que se ejerciera una gran presión, sin descartar la recompensa o la promesa. Las identificaciones equivocadas son, aproximadamente, la causa del 80% de las condenas de personas inocentes. Nadie seguramente se confiesa amigo de lo falso y enemigo de la verdad, pero precisamente por esto, el vicio intelectual resulta más temible en la práctica.
"No hay ser humano que pueda decir que me vio en los trenes". Esto es lo que Jamal Zougam repite constantemente para sus adentros en la celda donde vive aislado durante 20 horas al día. Lo mismo que declaró el 2 de julio de 2007, al final del juicio, al hacer uso del derecho a la última palabra. Su madre Aicha y su hermana Samira han dicho varias veces que la noche del 10 al 11 de marzo de 2004 su hijo y hermano la pasó en casa y que en la mañana siguiente, cuando la televisión y la radio daban la noticia del atentado, dormía junto a su otro hermano Mohamed. Lo dijeron en la fase de instrucción del sumario e incluso en el plenario. Sin embargo, la sentencia no otorgó validez a esos testimonios.
El 25 de septiembre de 2015 recibí una carta de Jamal Zougam, escrita de su puño y letra desde la prisión de Teixeiro. Entre otras cosas, me decía: "Le juro que nada he tenido que ver con ese terrible atentado, nadie puede afirmar sin mentir que yo estaba allí (…) Estoy en las profundidades y casi no veo ninguna luz, toda mi lucha termina en fracaso tras otro. Mi condena es una traición a la justicia, a la verdad y a toda la humanidad (…)". Vicente Ferrer lo escribía el viernes pasado en estas mismas páginas: "La soledad, la amargura de sentirse víctima de una injusticia y la humedad de las paredes de la cárcel coruñesa han hecho mella en Zougam".
Yo no soy nadie para juzgar a nadie y menos a los señores magistrados que pronunciaron y firmaron la condena de Jamal Zougam. Lo que sí sé muy bien es que la búsqueda incesante de la justicia es un camino sin fin y la perseverancia una de sus características. Siempre me sobrecogió la idea de la condena de un inocente.
Un error puede acaecer en cualquier lance judicial y no sería la primera vez que en un asunto relacionado con el terrorismo se condena a personas equivocadas. Ahí está el caso de los Cuatro de Guildford, que alcanzó notoriedad en la película En el nombre del padre y es considerado como uno de los peores errores judiciales del Reino Unido. Los jóvenes Gerry Conlon, Paddy Armstrong, Paul Hill y Carole Richardson fueron detenidos en 1974, acusados y encarcelados por un atentado del IRA contra un bar de las afueras de Londres, en el que murieron cuatro soldados y un civil y en el que luego se demostró que aquellos nada tuvieron que ver. Tan terrible fue la injusticia que Tony Blair, en la Cámara de los Comunes y de forma pública, pidió "perdón por lo ocurrido y por el sufrimiento de los condenados injustamente". "Ellos merecen quedar completamente y públicamente exonerados", insistió el jefe de Gobierno tras admitir el trauma sufrido por aquellos cuatro muchachos a causa del monumental error judicial.
Errar es de humanos, nos dejó dicho Séneca, pero que alguien sea condenado por un delito que no cometió resulta estremecedor, de una gravedad insoportable. Más vale agitarse en la duda que descansar en el error, escribe el gran penalista Manzoni y no se olvide que los errores judiciales envejecen con rapidez y acaban pudriéndose. Un error judicial puede durar tantos años como los que a Jamal Zougam le quedan de cumplimiento de la pena impuesta.
De El proceso, de Kafka, es este diálogo:
— No, no hay que creer que todo sea verdad; hay que creer que todo es necesario.
— Una opinión desoladora.
Confieso mi incapacidad para presagiar el final del proceso judicial que mantiene a Jamal Zougan encerrado a cal y canto y que en principio, según la liquidación de condena, lo será hasta el año 2044. Ojalá que algún día no muy lejano podamos leer en EL ESPAÑOL un editorial titulado "La anulación de la condena de Jamal Zougam ha triunfado", lo cual significaría que se habría vencido al principio de la "cosa juzgada" -res iudicata pro verita habetur-, ese sofisma que vive en una absurda atmósfera de reverencia, hasta el punto que aquél que invoca su nombre para combatirlo, lo hace en vano y merece ser llamado sacrílego.
De lo que sí estoy seguro es de que nada hay peor para la conciencia que el espectro de un inocente que en sueños se nos aparece cruelmente torturado por un crimen que no ha cometido.
*** Javier Gómez de Liaño es abogado y magistrado en excedencia.