Todas las campañas electorales son importantes porque pueden contribuir a confirmar o a modificar tendencias en la intención de voto. La que ahora arranca es fundamental, también, por lo mucho que hay en juego. Hay que tener presente que estamos, por primera vez, ante una suerte de segunda vuelta de unos comicios que han dejado a España con un Gobierno provisional durante más de medio año.
Lo principal será dilucidar quién gobierna, por supuesto, pero hay otro asunto capital: comprobar si la ruptura del bipartidismo que ya se confirmó el 20-D da pie al sorpasso en la izquierda. De producirse, significaría dar un vuelco al tablero político que ha funcionado desde la Transición y abriría una crisis de consecuencias imprevisibles en el PSOE. Hacia ahí apuntan los sondeos.
La encuesta del CIS que ha salido a la luz este jueves revela que hasta un 15% de los votantes socialistas estaría planteándose votar al PP el 26-J, algo que ayuda a hacerse una idea de las dificultades por las que atraviesa Pedro Sánchez. Se confirma así que la estrategia de la polarización puesta en marcha por Mariano Rajoy y Pablo Iglesias está funcionando.
Atonía en el PSOE
No deja de resultar paradójico que los dos partidos que más hicieron por dinamitar cualquier acuerdo de gobernabilidad sean los que, según las encuestas, parten con ventaja. Y eso pese que en la última consulta del CIS los votantes valoraban y premiaban a Sánchez y Albert Rivera por haber tratado de buscar una salida al bloqueo y al vacío de poder.
El problema de los socialistas se ha agravado porque no están sabiendo neutralizar hasta ahora las estrategias de sus adversarios. Sorprende su atonía, la falta de iniciativa y los errores de bulto que vienen cometiendo. Resulta ridículo, por ejemplo, que el mismo día que el CIS le propinaba un tremendo revés, Sánchez concediera una entrevista a un medio marginal y se dejara fotografiar debajo de la imagen enorme de un gorila haciendo una peineta.
Injustificada alegría
Aunque en el PP están satisfechos con esta situación, Rajoy no tiene especiales motivos para la alegría. Hoy por hoy, el escenario más probable tras las elecciones es, o una mayoría amplia del bloque de la izquierda, en el caso de que PSOE y Unidos Podemos hicieran causa común, o una investidura en precario de Rajoy, si es que Ciudadanos y los socialistas se prestaran a la abstención. En el mejor de los casos, el presidente en funciones podría alumbrar un gobierno débil y efímero, lo que abocaría al país a nuevas elecciones en el corto plazo.
El PP ha creído que la estrategia del miedo le funcionaría y por eso ha avivado el incendio de Podemos para presentarse inmediatamente después como bombero. La consecuencia está siendo la radicalización del voto. Sin embargo, ya hemos visto en Cataluña el resultado de preferir a los extremos. Veremos si las dos semanas de campaña dan para romper una pinza que empieza a convertir la moderación en una utopía.