Hasta que no lo vean no lo van a creer. Fíjense en el cartel con que Disney promocionó en el mercado de habla inglesa su versión del Cuento de Navidad de Dickens y díganme si esa mirada de desconfianza bajo las gafas volátiles, esa mandíbula hundida hacia delante de tanto mascullar entre dientes, esa barba rala de rácano hasta de las apariencias no son las de Rajoy. Es cierto que la caracterización de Jim Carrey como el avaro Scrooge incluye una nariz más prominente, pero tómese aquí ese apéndice como representación de las rampantes mentiras políticas del todavía líder del PP y la similitud será completa.
En ese cartel de la pulcra película del neogótico tecno, firmada en 2009 por el mismo Robert Zemeckis de Forrest Gump o Regreso al futuro, puede verse al prestamista acechando con acritud biliosa, desde la bóveda de un Londres nevado que se afana en celebrar la Navidad. Lleva en la mano la palmatoria de cobre sobre la que se yergue la vela que simboliza a la vez el tiempo que le queda por consumir y la actitud indagatoria e inquisitorial contra la felicidad ajena.
Scrooge detesta la Navidad y hasta le reprocha a su empleado Bob Cratchit que vaya a cobrar ese día sin trabajar. Algo parecido debe pasarle a Rajoy cuando amenaza con obligar a los españoles a votar precisamente el 25 de diciembre si antes no ha sido investido como jefe de Gobierno por el Parlamento. De hecho, la única alternativa a que padezca esa fobia antinavideña sería considerarle un oportunista sin escrúpulos, capaz de convertir a toda la ciudadanía en rehén de sus ambiciones.
Rajoy se merecería que se le apareciera el fantasma de Aznar, reprochándole esa marrullería impropia del partido que un día fue la esperanza frente al juego sucio en la política, de igual manera que Scrooge recibe la visita del espectro de su difunto socio Marley para pedirle cuentas por su cruel vida de usurero. En la escena en la que Jim Carrey aparece con camisón y gorro de dormir con las enjutas canillas al aire como quien está esperando al pedicuro, sólo falta desde luego el sudoku difícil que cada noche acompaña al jefe del Gobierno, esté o no en funciones.
Rajoy se merecería que se le apareciera el fantasma de Aznar, reprochándole esa marrullería impropia del partido que un día fue la esperanza frente al juego sucio en la política
En el caso de Rajoy, más que pedicuro sería pedicura, porque, a la vista de lo sucedido primero con la fecha y luego con el cambio de horario de la investidura, ya sabemos que la función primordial de Ana Pastor como presidenta del Congreso es hacerle los pies al presidente cual odalisca del barreño. Nunca habíamos visto el prestigio personal de alguien caer tan en picado, en tan poco tiempo, por mor de la servidumbre voluntaria.
Decía el represaliado Fray Luis de León que "los pastores serán brutales mientras las ovejas sean estúpidas". Dos siglos después León de Arroyal ahondaba en el concepto en su panfleto "si no hubiera esclavos, no habría tiranos". De león a león, así ruge también hoy EL ESPAÑOL. Pueden parecer expresiones demasiado contundentes pero sólo la condición sumisa y lanar que impregna nuestra tradición política explica que España no esté patas arriba por el escándalo de ese avieso calendario que en la práctica vacía de contenido las previsiones constitucionales sobre disolución automática de las cámaras y el propio derecho universal al sufragio.
El único antecedente que casa con el cinismo de Rajoy cuando el otro día dijo que "sería un disparate votar en Navidad", es el de aquel paisano suyo de El Ferrol cuando comentaba que a uno que había mandado fusilar, "lo mataron los nacionales". No sé si Albert Rivera se dio cuenta de que la semanita de retraso en la aprobación de sus seis condiciones con la excusa de no estropear el puente de agosto al Comité Ejecutivo del PP, estaba encaminada a encajar el calendario para urdir esa celada. Pero en todo caso Ciudadanos debió bloquear todo el proceso de diálogo con el PP hasta que la infamia quedara corregida.
El silencio de Rivera a ese respecto ha causado desconcierto entre sus seguidores y ha permitido a Sánchez tomar la iniciativa en una cuestión que atañe a las reglas esenciales de la democracia. El líder del PSOE ha hecho suya la propuesta de EL ESPAÑOL, pergeñada por nuestro colaborador Enrique Arnaldo, para reformar la Ley Electoral por el procedimiento de urgencia, acortando la campaña una semana. Puesto que Podemos y Ciudadanos a remolque ya han dado su conformidad, la iniciativa tendría mayoría absoluta y los hipotéticos terceros comicios en menos de un año se adelantarían al 18 de diciembre.
No se trata de apostar de nuevo por las urnas sino de eliminar del abanico de alternativas el chantaje esperpéntico de unas elecciones con millones de votantes desplazados, decenas de miles de presidentes de mesa, suplentes y apoderados arrancados a sus familias el día de Navidad y un mensaje de Nochebuena del Rey en la jornada de reflexión. Hay que ser muy malvado para haber maquinado una encerrona así, pretendiendo culpar al PSOE de no impedir tal naufragio con la lógica torticera de quien tras colocar una bomba, achaca a la Policía el no desactivarla a tiempo.
Sólo restableciendo la normalidad democrática que haga viable la alternativa de las urnas, habrá llegado el momento de preguntarle precisamente al PSOE qué piensa hacer para evitarla. Porque lo que sería no ya un "disparate", sino una afrenta imperdonable de la clase política sería tener que tripitir como votantes, en Navidad, el 18 de diciembre o el 32 del mismo mes.
¿Por qué habría de conceder Sánchez esa misma abstención que tan despectivamente le negó Rajoy a él, estando en juego el liderazgo de la oposición y la hegemonía de la izquierda?
Así como me desconcierta la ansiedad con que Girauta suplicaba al PP el jueves -"Queremos votar sí a Rajoy, dennos motivos"-, como si Ciudadanos padeciera de repente el síndrome del comprador compulsivo que entra a la tienda a que le vendan lo que sea, entiendo tanto política como humanamente el cierre en banda de Sánchez. ¿Por qué habría de conceder esa misma abstención que tan despectivamente le negó Rajoy a él, estando en juego el liderazgo de la oposición y la hegemonía de la izquierda?
La actitud del PSOE es hoy inobjetable, pero dejará de serlo el próximo viernes cuando su segundo 'no' ponga en marcha el reloj de la disolución automática. En ese momento, como ahora, Sánchez tendrá la llave de la situación y deberá elegir entre cuatro puertas. Si excluimos la de las nuevas elecciones que puede parecerle tentadora para noquear a Podemos, pero implica el grave riesgo de hacerle quedar como culpable de meternos a todos en ese bucle, sólo le restan tres.
A Sánchez le encantaría, tú dirás, intentar de nuevo su propia investidura con el apoyo de Podemos, los separatistas catalanes y los nacionalistas vascos, pero sabe de sobra que esa amalgama incluye demasiados elementos tóxicos para gran parte del PSOE y que por lo tanto sucumbiría en el empeño. Las dos únicas opciones realistas que le quedan son permitir la investidura de Rajoy en un segundo intento -evidenciando así que lo que buscaba era saldar cuentas personales, lo cual quedaría feo- o hacer lo propio con un nuevo candidato propuesto por el PP.
Si el PSOE no se abriera expresamente a esta, a mi entender, única salida viable al bloqueo institucional que venimos arrastrando, acuñaría una imagen de obcecación intransigente que le haría muy difícil recuperar el poder durante mucho tiempo. Todo indica que el SMIC (Sindicato Marianista de Intereses Creados) que incluye a altos cargos monclovitas, jerifaltes del Ibex y directivos de medios de comunicación, está preservando la Operación Menina para ese escenario, pero cambiar a Rajoy por la consejera delegada del rajoyismo sería hacer un pan como unas tortas.
Aunque la simpatía que pude sentir por él cuando fue miembro del Consejo de Unidad Editorial ha quedado pulverizada en el mortero de la decepción personal, las circunstancias han querido que Luis de Guindos sea el candidato idóneo para este rebus sic stantibus. Es un hombre del PP sin carné de militante, conoce como nadie la agenda europea, daría confianza a los mercados y contribuiría a alargar el ciclo expansivo de la economía durante un par de años de Gobierno de gestión. Un Monti a la española con mayor base política y mejores circunstancias económicas que el modelo italiano.
Pero, en fin, no dejemos volar la imaginación. Yo sigo en mis trece de que Rajoy se merece ser investido para que pase después las de Caín. Y así como las secuencias más espectaculares de la película de Disney, inspirada en el cuento de Dickens, son los viajes de Scrooge de la mano de los espectros de las Navidades pasada, presente y futura, me relamo con la descripción de sus visitas a la covachuela de Bárcenas, los conciliábulos peperos en los que hoy se le pone a caldo y las esquelas que reflejarán su mezquindad política. Con la diferencia, claro, de que la película termina bien porque el avaro se vuelve generoso y, por usar un concepto en el que puede quedar atrapado Albert Rivera, Rajoy seguirá siendo Rajoy hasta que la última gota de cera se derrita sobre la palmatoria de cobre.