Escribir sobre el libro de un amigo es una actividad que propende al elogio. Si el amigo es Manuel Arias Maldonado, el elogio está respaldado con creces. Quienes ya lo conocen –número en aumento– saben de qué hablo, y quienes estén por conocerlo lo sabrán. Nacido en Málaga en 1974, es profesor universitario de Ciencia Política. No es exactamente un politólogo de los que están de moda, sino un teórico o filósofo político: su reflexión es complementaria a la de ellos y, para mí, más amplia y profunda. Hasta ahora lo habíamos leído en periódicos como El Mundo o El País, en revistas como Letras Libres o Revista de Libros, y en espacios online como The Objective, Twitter y Facebook. Y acaba de publicar un libro extraordinario, La democracia sentimental (ed. Página Indómita), que llega en el momento justo y justamente para alumbrar el momento.
Leyéndolo me he acordado, por contraste, del reproche que le hacía Antonio Escohotado a César Rendueles: “No hablas llano”. Arias Maldonado habla llano y elegante, con una nitidez anglosajona que queda muy garbosa en su español: hay un swing sutil en su escritura, un bailecito entre la expresión y la idea, cuyo efecto, además de estético, es higienizante. Uno sale más limpio y más listo: porque lo que se ha quitado de encima han sido imprecisiones y confusiones. Algo de agradecer en contextos de predominio retórico como el hispánico. Los prosistas que necesitamos son los que se atienen al juicio de Jaime Gil de Biedma: “Además de un medio de arte, la prosa es un bien utilitario, un instrumento social de comunicación y de precisión racionalizadora”.
El subtítulo de La democracia sentimental es Política y emociones en el siglo XXI. Arias Maldonado, conocedor de la tradición del pensamiento y la cultura occidentales –hasta en sus manifestaciones más recientes– y al día en los avances tecnológicos y neurocientíficos, estudia la incidencia de los afectos en la esfera política. Cómo el sujeto soberano que postuló la Ilustración (el sujeto de Kant) es hoy visto como un sujeto postsoberano: con su racionalidad no solo interferida por las emociones y los sentimientos, sino consciente también de los sesgos irracionales de la racionalidad misma. Las consecuencias en nuestras democracias son palmarias: desde la demagogia que ningún partido puede ahorrarse hasta el resurgimiento del nacionalismo y el populismo. La victoria de Trump en los días en que ha aparecido el libro viene a sancionarlo con un trompetazo.
Pero esta conciencia de los límites es en Arias Maldonado una prolongación de la tarea ilustrada: la razón simplemente no puede eludir lo que el conocimiento –el estado actual del conocimiento– le muestra. Hacerse cargo de ello es lo más racional que está a su alcance. El autor apuesta por esa racionalidad avisada, y propone como ideal del inevitable sujeto postsoberano la figura del ironista melancólico. Este, sabedor de la brecha trágica, es decir, de los conflictos sin solución de la realidad (incluida la realidad política), tratará de sortear las trampas de la razón y la emoción, y de eludir las ilusiones: manteniéndose en una actitud de distancia activa. El incremento de ironistas melancólicos “hará más factible una política menos ideológica y más pragmática: aquella que consiste en la búsqueda prudente de soluciones imperfectas para problemas insolubles”. La democracia sentimental ayuda a avanzar por esta senda saludable.