El lío de la “alta personalidad del Estado” y la “vedete” fue procesado con finura y gracia en su momento –cuando don Juan Carlos aún estaba en el trono– con este chiste encantador:
–Diga tres parejas de famosos.
–Carlos y Diana. Paquirri y la Pantoja. Bárbara Rey.
Ahora ya conocemos los detalles sórdidos: engaños, espionaje, chantaje, pagos con dinero público... Pero el comienzo de la era Trump me pide evasión y prefiero enfocar el asunto –al menos hoy– desde una perspectiva frívola, que no anula la otra pero que también forma parte de la (¡inagotable!) realidad.
Y es que leyendo los reportajes de estos días, que han desatado mis evocaciones, he caído en la cuenta de que Bárbara Rey no solo le gustaba al ídem, sino también a los muchachitos de la Transición. Había pues un interesante acompasamiento de pulsiones, que cada cual satisfacía en la medida de sus posibilidades. La alta jefatura del Estado a lo grande, y los adolescentes de entonces echando mano (¡nunca mejor dicho!) de las fotos del Interviú...
Para nosotros (hablo de los muchachitos de entonces; las muchachitas tendrán su propia visión) Bárbara Rey no fue cualquier cosa, sino nada menos que la primera mujer a la que vimos desnuda. Y este es un plural contrastadamente generacional: en las rememoraciones con mis coetáneos aflora siempre ella. Antes estuvo Marisol en el mismo Interviú, pero solo enseñaba los pechos y su belleza era limpia, asexuada casi, entre de Botticelli y Danone. La primera mujer fue Bárbara. Por ella yo tuve, por ejemplo, noticia del vello púbico: sorpresa biográfica de la que aún no me he recuperado.
Se habló mucho de sus largas piernas cuando debutó en Palmarés. Paco Gandía contaba: “Para darle un beso hay que hacer noche en el ombligo”. Ahora es imposible no percibir el machismo, que en aquellos tiempos se confundía con el ambiente. Pero el machismo español era siempre de hombres bajitos y acomplejados revoloteando en torno a gigantas. Tenía mucho de autoparódico (involuntariamente autoparódico), como en la célebre perorata de El Fary –ese Paco Gandía de la canción– contra “el hombre blandengue”.
El habitante de la Zarzuela era alto, aunque hemos ido sabiendo que allí se cocía otra especie de landismo. Triunfador, eso sí: más tipo Puigcorbé, que fue el Landa de la Transición (y que terminaría interpretando a don Juan Carlos). Quizá la democracia consistió en que del Rey para abajo todos estuviésemos viendo a la misma mujer en pelotas. Al final resulta que el patriotismo constitucional no era tan frío.