La multa de 2,420 millones de euros impuesta por las autoridades anti-monopolio europeas a Google pretende ser una demostración de fuerza de la comisaria, Margrethe Vestager, sobre la manera en que algunas grandes compañías norteamericanas compiten en Europa.
¿El problema? Que aunque 2,420 millones de euros son, sin duda, una forma de hablar muy alto, el mensaje transmitido no está en absoluto claro. Si con una sanción así se pretende ejemplificar algo, lo único que realmente se dice es “si compites en Europa, nunca estarás seguro de lo que te va a pasar, y vivirás en un permanente estado de indefensión jurídica”. Tras estudiar el texto de la resolución, la única conclusión a la que puedo llegar es esa: se multa a Google con una cantidad récord, por algo que ni siquiera está adecuadamente definido, y se le dice... que lo solucione, así, sin más indicación.
En numerosas ocasiones he hablado del peligro de Google como empresa susceptible de incurrir en comportamientos monopolísticos predatorios. Entiendo perfectamente - y lo he comentado anteriormente - que evolucionar las páginas de búsqueda desde simples enlaces hasta complejas estructuras publicitarias origina problemas relacionados con la competencia... pero francamente, no veo la diferencia entre lo que Google hacía en iteraciones anteriores de su publicidad y lo que ha generado la multimillonaria multa. Sinceramente, no veo qué estaba bien antes ni qué está mal ahora.
Tampoco tengo claros los daños ocasionados a competidores, salvo aquellos sitios de comparación que pretenden seguir haciendo lo mismo que hacían a principios de siglo, una propuesta que en la web de hoy, simplemente considero absurda. Mi impresión es que esos sitios sufren porque hay propuestas mejores, ofertas mejores y tiendas mejores, pero no especialmente por culpa de ese servicio de Google. Y por más que lo miro, tampoco veo claro el daño a los usuarios, la verdad.
Odio los monopolios predatorios, y he protestado contra ellos en muchas ocasiones anteriores. Pero para definirlos y, sobre todo, para sancionarlos, hay que poner las cosas muy claras, negro sobre blanco. Y en esta ocasión, ni Google ni nadie sabe exactamente a qué se debe la multa (más allá de conceptos vagos e indefinidos), y menos aún, cómo solucionarlo más allá de la solución maximalista de retirar el producto del mercado, ni las consecuencias de cara al futuro más allá de un “y os multaremos más”.
Las autoridades anti-monopolio europeas han optado por hablar alto, pero no por hablar claro. Y eso va a terminar generando un problema mayor que el que se pretendía solucionar.