Los trastornos por déficit de atención e hiperactividad son dos veces más frecuentes en los niños que en las niñas. Los trastornos de la conducta, un desorden caracterizado por un deficiente control de los impulsos y especialmente de los agresivos, tres veces más frecuentes en los niños que en las niñas. Los trastornos del lenguaje como la dislexia, el retardo del habla o la afasia, cuatro veces más frecuentes en los niños que en las niñas. El autismo, entre ocho y diez veces más común en niños que en niñas.
Como cualquier psicólogo infantil sabe, los niños, lisa y llanamente, son más débiles desde el punto de vista psicológico e intelectual que las niñas, que por cierto también demuestran una mayor empatía que ellos, leen mejor, escriben mejor, deletrean mejor, tienen menos probabilidades de repetir curso y cuentan con más autodisciplina. Una habilidad que, se cree ahora, tiene una mayor relación con el éxito social y profesional que el cociente intelectual. Son ellos, y no las niñas, los que acuden mayoritariamente a las consultas de los psicólogos infantiles y los que presentan mayores dificultades de aprendizaje.
No es una fase transitoria. Los hombres adultos contraen más enfermedades crónicas y más infecciones. El 70% de las muertos por infecciones nosocomiales son hombres. A mayor nivel de testosterona, más probabilidades de contraer alguna de estas enfermedades y morir. Las lesiones de columna vertebral son una epidemia entre los jóvenes de 18 a 25 años, mucho más propensos que las mujeres a adoptar riesgos estúpidos como ir en moto sin casco, lanzarse desde grandes alturas hasta piscinas con poca agua o zambullirse en ríos o arroyos para acabar estampándose contra una roca del fondo. Este tipo de lesiones son cuatro veces más frecuentes entre los hombres que entre las mujeres.
El 80% de los conductores que atropellan a peatones son también hombres. Los hombres se suicidan más que las mujeres y dicen ser más infelices, independientemente de cual sea su nivel profesional. En las prisiones hay diez veces más hombres que mujeres. Incluso la polución afecta más a los hombres que a las mujeres, hasta el punto de que en algunos casos extremos la tasa de nacimientos de niños (por ejemplo en determinados pueblos canadienses cercanos a las grandes industrias petroquímicas) se ha reducido a la mitad, obligando a las mujeres a trasladarse a otras zonas para encontrar pareja.
Pero el dato más significativo es el siguiente. La esperanza de vida de los hombres en los países desarrollados es entre cinco y ocho años menor que la de las mujeres. En los países donde el parto ya no es causa de muerte, las mujeres viven mucho más que los hombres.
Los datos anteriores no son míos sino de la psicóloga americana Susan Pinker. Pinker los expuso el pasado 28 de marzo en una conferencia celebrada en el Parlamento Europeo y a la que había sido invitada por la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, uno de esos raros casos de políticos que defienden la ciencia y la razón y que luchan desde el Parlamento Europeo contra las mentiras de los ingenieros sociales de turno. El nombre de la conferencia era Mujeres fuertes, hombres frágiles.
La paradoja es que muchos (no todos ni mucho menos) de esos niños y jóvenes a los que cualquier observador casual daría por desahuciados antes de los veinte años acaban disfrutando de carreras de éxito, frecuentemente en profesiones que no exigen habilidades verbales o sociales. Salvo prueba en contrario, no parece que ese repentino cambio de rumbo sea fruto del patriarcado. Mientras que las desventajas femeninas cuentan con cientos de departamentos de estudios de género en cientos de universidades de todo el mundo que las atribuyen al ambiente, las desventajas masculinas quedan relegadas frecuentemente a su campo de análisis específico: la psicología y la medicina. Tampoco parece que los machos violentos, enfermos o directamente estúpidos de nuestra especie se cuenten entre los más queridos, apoyados y reivindicados socialmente: los roles masculinos suelen ser más inflexibles que los femeninos y sus taras no suelen perdonarse. Aun así, muchos de ellos logran salir adelante. A costa, no hay que olvidarlo, de parte de su vida.
Cita Pinker por ejemplo el caso de Daniel Tammet, síndrome de Asperger (antes se les llamaba idiot savants), pero también un conocido matemático capaz de recitar 22.000 cifras de PI de memoria. A cambio, es incapaz de afeitarse o de conducir un coche. Cita también a George Huard, programador para la universidad de Montreal y capaz de resolver complejos problemas de computación, pero incapaz de relacionarse con el resto de seres humanos.
Me pregunto cuál es la explicación ambiental para esa desventaja obvia de los hombres. Me pregunto también cuál es la explicación de la ideología de género para la evidencia de que los hombres son más frágiles que las mujeres en decenas de parámetros que cualquier persona sensata asociaría con una buena calidad de vida. Me pregunto por qué los terrenos en los que los hombres demuestran según muchos estudios un mayor interés o una mayor habilidad que las mujeres son considerados como intrínsecamente mejores que aquellos terrenos en los que las mujeres demuestran según muchos estudios un mayor interés o una mayor habilidad que los hombres. Me pregunto, finalmente, por qué algunas personas consideran que el hecho de que haya más hombres programadores que mujeres es más relevante, discriminatorio e intrínsecamente negativo que el hecho de que haya muchas más mujeres que hombres en aquellos ámbitos profesionales (la educación, el mundo editorial, el cuidado de otros, la salud o el voluntariado) en los que ellas han demostrado ser mejores o tener más interés. Esos porcentajes, por cierto, suelen ser todavía más desequilibrados a favor de las mujeres de lo que lo son a favor de los hombres en el terreno de la programación, la ingeniería o la física.
Quizá, en definitiva, el verdadero machismo es el de esas personas, hombres y mujeres, que, firmes partidarias de la (ampliamente desacreditada) teoría de la tabla rasa, creen que la mujer no sólo es sino que debería ser un clon del hombre. Es decir que el estándar por defecto es el masculino y que el hombre es la norma. Son esas personas que consideran que los intereses arquetípicamente femeninos y sus preferencias vitales son inferiores o tienen menos valor que los arquetípicamente masculinos. ¿Es porque en algunos casos —no todos ni mucho menos— se gana más dinero en las profesiones que exigen dejar de lado la vida personal y familiar que en aquellas que no lo requieren? ¿Qué tiene eso de intrínsecamente positivo? ¿Es el dinero y la carencia de una vida personal satisfactoria la unidad de medida del patriarcado?
“Hace falta valentía para incorporar la ciencia y las ciencias sociales a la política”, dijo Susan Pinker en su conferencia. De momento, los valientes escasean y los cobardes campan a sus anchas organizando periódicas cazas de brujas. Pero los primeros tienen razón y acabarán prevaleciendo. El resultado será un mundo mejor para mujeres y hombres. No tengan ninguna duda de ello.