Con un "tenían razón" se inicia uno de los versos más famosos de Joaquín Sabina, quien en cierta ocasión dijo algo así como "ya no discuto con los antitaurinos porque tienen razón".

Una afirmación que, por un lado, evidencia que la tauromaquia sólo puede ser entendida y, por tanto, justificada desde la pura emoción. Una vez que se han agotado los argumentos finalistas, como explica Rubén Amón en El fin de la fiesta.

Además, la frase del cantautor pone de manifiesto el hartazgo de muchos taurinos por tener que justificar, en vano, su afición constantemente, en una suerte de in dubio pro reo invertido donde estos son acusados con presunción de culpabilidad. 

La plaza de toros de Ciudad Real.

La plaza de toros de Ciudad Real.

Dicho lo cual, creo poder empatizar con ambas posturas o credos, desde mi posición de taurino no practicante con frecuentes temporadas como 'ataurino'.

De los toros me gustan los alamares, el léxico taurino, el Belmonte de Chaves Nogales, Juncal y algunos pasodobles.

He presenciado unas cuantas corridas de toros donde he vivido momentos (muy pocos) de emoción y otros (con más frecuencia) de pena o angustia por el animal acorralado y moribundo. Pero, sobre todo, lo que he sentido en una plaza es tedio, aburrimiento.

Hago mías, punto por punto, las palabras de mi paisano Fernando Quiñones en un famoso debate televisivo en torno a la tauromaquia: "Si las cosas van muy bien, que no van casi nunca, y hay una estocada fulminante, y todo va de dulce, entonces no tengo mayores inconvenientes, menores quizás. Pero si lo que pasa, como suele, es esa cosa sanguinolenta, brutal, aburridísima, entonces soy antitaurino. Y eso no me impide que me meta algunas veces en la plaza cuando anuncian a un Paula o Curro Romero. Forma parte de mi contradicción desgarradora".

Entiendo, por tanto, que el que nos atañe es un debate que se libra en el plano de las emociones o sentimental (aunque Sabina dote de razones a los antis), ya que los argumentos racionales por sí solos no bastan para justificar la pervivencia de la Fiesta ni su prohibición.

Por eso comprendo que, ya seas taurino o antitaurino, sólo puedas defender tu postura desde la radicalidad bien entendida, la contundencia y el activismo.

O sea, nadie te va a convencer de lo contrario. Sólo una catarsis personal o una caída del caballo dentro de un coso puede llevarte de una postura a otra y viceversa.

Aunque la mayoría de la sociedad española no está contra los toros, como afirma el ministro de Cultura arrimando el ascua a su sardina, sino que se la trae al pairo lo que suceda o deje de suceder en un ruedo de albero, y más incluso que el Gobierno deje de dar un premio cuya existencia desconocíamos el grueso de los españoles.

Pero si Urtasun percibe los toros como un acto de tortura y crueldad hacia el animal, entiendo que no pueda mirar hacia otro lado y dejar las cosas como están, tal que si fuese la ópera o la poesía, en caso de que no le interesaran esas expresiones culturales.

No, no se trata del gusto o disgusto hacia un arte, como el flamenco o la escultura, sino de una cuestión de ética, de principios. Si te duelen los toros, en un sentido u otro, no puedes quedarte de brazos cruzados, indolente.

Permítanme el ejemplo burdo para tratar de explicar la actitud del ministro. Es como si aprecias una agresión en la calle, ya sea a otra persona o incluso a un perrito, ¿acaso puedes pasar de largo como si nada? ¡Eso es una cobardía! No, tú intervienes en la medida de tus posibilidades porque a ti te hierve la sangre.

Por tanto, como otros tantos paisanos, si Urtasun ve la fiesta desde la óptica del maltrato a la bestia, lo coherente y hasta lo valiente es que haga lo que pueda por acabar con ello, cueste lo que cueste, dentro de su influencia. Lo otro sería cinismo o cobardía. 

No comparto, ya digo, la posición de Urtasun respecto a los toros. Pero la entiendo perfectamente y la respeto

Demuestra el titular de Cultura que es un tipo con principios que está dispuesto a luchar, en la medida de sus posibilidades, contra lo que considera injusto, lo sea o no lo sea. ¡El Quijote se pegaba contra los molinos para desfacer entuertos!

Y he ahí la clave de la cuestión. Si el ministro ve gigantes, pues tendrá que acometerlos. En el momento en que aprecias una agresión o una amenaza, tu deber es combatirla.

Porque es interpretable, como un penalti, que haya maltrato o no, según las gafas con la que se mire la Fiesta. Depende de la sensibilidad de cada uno. Evidentemente influenciada por la de predominio social.

Pero sucede que el ministro con apellido de boxeador ya no es un activista más. Se encuentra ahora en un lugar de privilegio, de poder, de influencia para echarle un pulso a sus "maltratadores". 

Quien le dio la responsabilidad sabía perfectamente su postura combativa contra la tauromaquia. No sé si, además, conocía que a quien le otorgaba la cartera no era un pusilánime, sino un tipo arrojado

Sí, yo también prefería de ministro de Cultura, por ejemplo, a Sabina. Pero, en definitiva, este hombre, Urtasun, sólo está siendo fiel a sí mismo.

Y, además, ya sabemos que la afición a la tauromaquia es reactiva y como el toro de lidia, se crece con el castigo. 

Urtasun, con sus puyazos, no hace sino regalarle al toreo la atractiva etiqueta de "contracultural". Es decir, echarle un capote.