4 mayo, 2024 02:15

Juan Luis Arsuaga es el hombre detrás de los huesos. El que los descubre y los rastrea hasta saberlo todo de sus antiguos dueños. En 1993 fue portada de la revista Nature por el artículo sobre el descubrimiento del cráneo humano más completo del registro fósil de la humanidad, pero su propio cráneo es privilegiado también, y lo usa para vivir muy conscientemente: "El precio de la consciencia es saber que vas a morir, y yo estoy dispuesto a pagar el precio por ello".

Ahora reedita 'Al otro lado de la niebla' (Editorial Destino), la única novela que ha escrito, entre un sinfín de libros. Lo hizo hace 20 años, pero su recorrido fue escueto porque él no era tan conocido como ahora. Está ambientada en la prehistoria y su prota, Piojo, es un niño criado con suma crueldad, que sólo encuentra la redención en la amistad y el amor romántico: "Yo creo que el amor romántico ha existido desde siempre, y que sólo lo niegan quienes no lo han sentido".

Arsuaga también es romántico, afirma, pero no sólo en el amor –está casado y tiene dos hijos–, sino en todas las facetas de su vida: "Mis sueños, mis ilusiones y mi espíritu de aventura me hacen romántico, lo puedes llamar si quieres un comportamiento adolescente, o incluso preadolescente". Por eso sueña con encontrar vestigios del fuego ("un buen hogar con un millón de años que sea la prueba definitiva de que hacían fuego"), pero también con aprender a hacer surf a sus 70 años. Se haría, entonces, con dos de los elementos naturales. La tierra ya la pisa firme.

Hablaremos en esta entrevista sobre lo que queda en nosotros del ser prehistórico, pero también de lo que hemos perdido: "¿Qué te hace pensar que alguien que vive al aire libre, que está todo el tiempo haciendo ejercicio, que tiene una alimentación sana y que pinta bisontes en las cavernas es inferior a ti?". Hemos expoliado la naturaleza, dice, y por eso "estamos en un lío muy gordo". A él le gusta vivir en ella, resolverlo todo en una playa. Paradójicamente, ofrecerá estas respuestas desde la Gran Vía madrileña, atestada de gente un martes antes de festivo. Ahí es difícil para Juan Luis ser feliz, pero nada ha sido perfecto desde que el mundo es mundo.

Pregunta: Juan Luis Arsuaga tiene decenas de libros en su haber y una sola novela. Ahora se reedita, pero la escribió usted hace dos décadas. He leído que, si funciona entre los lectores, volverá a escribir ficción. Y si no, ¿no?

Respuesta: Eso mismo. Si a la gente no le gusta cómo escribo ficción, pues para qué. Escribiré cosas de ensayo, que también tengo muchas que contar. Pero yo tengo mucha convicción porque me parece una novela diferente de cualquier novela de la prehistoria. En su momento yo era poco conocido, se retiró y no llegó al público, muy pocos la tienen y se ha convertido un poco en novela de culto. Yo he querido que se reimprimiera durante todos estos años, pero no se ha podido hacer hasta ahora. Así que a todos los efectos es ahora cuando se da a conocer al público y creo que va a funcionar, aunque puede que me equivoque (y equivocarse está muy bien).

Juan Luis Arsuaga sostiene con su manos uno de sus últimos libros: 'Nuestro cuerpo'.

Juan Luis Arsuaga sostiene con su manos uno de sus últimos libros: 'Nuestro cuerpo'. Carlos Ruiz.

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P.– La novela habla de la importancia de tener un nombre. De recibirlo de boca de otros. Ya en la prehistoria cuenta que este nombre lo otorgaba la tribu, ¿por qué cree que nunca se ha hecho al revés, que nunca se ha esperado a que la persona fuera mayor para que escogiera su nombre definitivo? Por ejemplo es algo que ahora se hace con el bautismo: muchos padres esperan a que sea una decisión consciente por parte del niño.

R.– Pues no lo sé, mira, depende. Los esquimales, cuando el niño es muy pequeño y no tiene aún uso de razón, no tiene nombre. Luego ya se lo ponen cuando es capaz de entender que pertenece a algo. Y, efectivamente, cada uno podría escogerse el nombre -no el apellido, que viene dado- pero, claro, ¡hay que llamarte de alguna manera hasta que te lo cambies! Y es posible en realidad cambiarlo si uno quiere, pero fíjate que casi nadie lo hace.

P.– Claro, es que es nuestra identidad. Yo me llamo María y no me gusta, pero si me lo quito me quito parte de mi identidad.

R.– Sí. Después de todo no es tan importante.

P.– Y hablando de identidad, reflexiona sobre que es un drama no tener grupo, pero también lo es ser diferente dentro de uno, porque lo que promueven es la uniformidad. ¿No hay entente cordiale entre ser uno mismo y no quedarse más solo que la una?

R.– Hay que buscarla, pero no es nada fácil encontrar ese equilibrio. El grupo exige obediencia a los códigos. Es muy difícil tener personalidad propia en un grupo, pero también lo necesitamos porque somos seres sociales, así que nos pasamos la vida buscando ese equilibrio. Hay gente más gregaria que no tiene estos conflictos, pero yo sí lo tengo. Es la tragedia del ser humano. Salvo aquellos que adoptan el fanatismo y no se preguntan nada, los demás, a poco que tengan algo de criterio, se preguntarán si lo que dicen los que mandan en el grupo es lo correcto.

P.– Piojo, el prota, después de una infancia miserable, encuentra la redención en el amor, en su amor con Gata, y en la amistad. Pero hay quien dice que no existía el amor romántico en el Paleolítico. ¿Cómo es esto, Juan Luis? ¿Es un constructo social entonces?

R.– No, no, hay gente que no cree en el amor romántico, pero yo no soy uno de ellos. Yo creo que el amor romántico ha existido desde siempre, y que sólo lo niegan quienes no lo han sentido. Como ideal el amor romántico es natural, y está en la condición humana, sólo que como todo ideal se puede alcanzar en mayor o menor grado. Pero no creo que el amor de las películas sea un producto cultural. ¿Es un anacronismo que un hombre y una mujer se quisieran hace 20 mil años como una pareja que estoy viendo ahora mismo paseando de la mano? A mí me parece que no. Tengo argumentos para defender que eso está en la naturaleza humana.

P.– ¿Uno de ellos puede ser el cuidado de la especie? Porque al enamorarnos construimos parejas, y familias.

R.– Ese sería el valor adaptativo del amor, la estabilidad de la pareja sirve para establecer lazos duraderos que aseguren una especie como la nuestra, de largo desarrollo.

P.– ¿Usted es romántico?

R.– Yo soy muy romántico. Y en todos los sentidos, no sólo creo en estos sentimientos, sino que tengo una visión romántica de la vida. No soy materialista, no soy práctico. Mis sueños, mis ilusiones y mi espíritu de aventura me hacen romántico, lo puedes llamar si quieres un comportamiento adolescente, o incluso preadolescente.

P.– Yo recuerdo verlo con su mujer leyendo poemas en una charla sobre Ramón y Cajal. Ese día pensé ¡este hombre es un romántico!

R.– Ah, sí, sí. Ella también leyó. Y sí, pero es que sin romanticismo la vida es plana. La gente dice que hay que ser práctico, pero lo único práctico es saber que vamos a morirnos. Si somos prácticos nada vale para nada porque todos nos vamos a morir.

P.– El hombre prehistórico, Juan Luis, se caracterizó por vivir en la naturaleza, por sumarse a ella, pero sin expoliarla. Esto ha cambiado un poco…

R.– Eso ha cambiado y por eso estamos en la situación que estamos, metidos en un gran lío. Incluso en otras novelas que se han escrito de la prehistoria se nota que el autor no sabe de naturaleza. No es alguien que habla desde el corazón del bosque. Hemos perdido la conexión con la naturaleza.

P.– ¿En qué lío estamos?

R.– Estamos en un lío muy gordo porque los recursos naturales son limitados. Y hemos expoliado hasta los océanos, que era lo ilimitado por definición, pero ahora casi no hay peces en los mares de los que alimentarse. La mayor parte de la biomasa animal del planeta somos los seres humanos y nuestros animales domésticos, y cuando se llega a este grado hay una sobreexplotación de recursos, y lo grave es que no se detiene, se acelera. Esa es la tendencia y eso es lo que preocupa.

P.– Hay gente que lo niega.

R.– Pues no tiene más que salir de casa. En los mares lo que hay es plástico en vez de peces. El Mar Menor es un buen ejemplo de lo que hemos hecho. Yo lo he conocido en su estado natural, limpio y lleno de vida, y no soy tan viejo. Las Tablas de Daimiel están secas porque se han sobreexplotado los acuíferos. Doñana está en peligro… Y hablo sólo de los lugares más representativos y protegidos con la categoría de parque nacional. Si los parques nacionales están así, imagínate lo que no. Es innegable desgraciadamente, ojalá no fuera cierto.

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Juan Luis Arsuaga, en el Museo del Prado.

Juan Luis Arsuaga, en el Museo del Prado. Carlos Ruiz.

P.– He leído que no cree en la reencarnación, pero claro, también dice que no nos acordamos de otras vidas, con lo que quién sabe. ¿En qué le gustaría reencarnarse, de poder elegir, a Juan Luis Arsuaga?

R.– No creo en la reencarnación de ninguna de las maneras porque no creo que exista una entidad inmaterial que podamos llamar alma que migra de un cuerpo a otro. Yo creo que no hay nada inmaterial que represente al individuo, creo que somos nuestro cuerpo, incluido nuestro cerebro. Yo creo que no hay yo sin nuestro cuerpo.

P.– Pero si pudiéramos por catálogo pedir una vida, ¿cuál sería la petición?

R.– Ya podemos hacerlo, mediante la literatura y el arte. Cuando veo Madame Butterfly estoy viviendo otra vida. Y no he sido egipcio, creo, pero puedo ir allí, conocer su cultura y su lengua, y de alguna forma es como si hubiera vivido allí.

P.– Insisto. ¿Sería una vida humana o una vida animal la que elegiría?

R.– Una vida humana sin dudas. Somos un prodigio, y yo quiero vivir muy conscientemente y estoy dispuesto a pagar el precio por ello: los animales son inmortales porque no saben que van a morir. El precio de la consciencia, de vivir con los ojos abiertos, es saber que vas a morir. Ahí surge el problema existencial: ¿para qué vivir si esto es efímero?

P.– Es verdad que somos un prodigio. ¿Cuál es la parte más útil de nuestro cuerpo?

R.– El cerebro, y nuestras neuronas. Hay tres tipos de materia: la mineral, la viviente y la consciente. Estamos hechos de átomos que saben que están hechos de átomos.

P.– ¿Y la más bella, la más perfecta?

R.– ¿Como cuerpo? Yo sigo el ideal griego, creo que el cuerpo humano es espléndido. Para los griegos el ser humano era la medida de todas las cosas, la perfección absoluta. Pero si tuviera que quedarme con una parte de nuestro cuerpo… No sé. Yo veo a un surfista o a una surfista saliendo del agua y me quedo con el todo, pero bueno, quizá la cara. En la cara está la expresión.

P.– ¿Y se puede saber algo de cómo somos sólo por los andares? ¿Qué sabemos de ese surfista o esa surfista?

R.– De esos surfistas sabemos que son jóvenes, que están en la plenitud de la vida. Los surfistas jóvenes con sus neoprenos viven en un momento en que se creen dioses e inmortales, y eso está muy bien. Luego vienen otras etapas, pero está bien que en una etapa de nuestra vida estemos enamorados de nuestro cuerpo. Dicho esto, yo no sé surfear, ¿eh? (ríe comedido). Pero me encantaría, y es de las pocas cosas que lamento, no saber surfear.

P.– Igual está a tiempo.

R.– Sí, al menos un poco. La sensación de cabalgar una ola, aunque sea pequeñita. No hay que renunciar a ningún sueño.

P.– ¡Nunca! Si es un romántico lo es con todas las de la ley.

R.– Eso.

P.– Sólo después de la Guardia Civil con los nombres de sus operaciones, están ustedes los paleontólogos a la hora de bautizar sus hallazgos.

R.– Ah, bueno, ¡es verdad!

P.– Miguelón, Pelvis Elvis… ¿Cuándo se da un nombre a un hallazgo? Y ¿por qué estos nombres tan pop?

R.– Bueno, en el caso de Miguelón era por Miguel Induráin… Elvis porque es una pelvis masculina para empezar, y además es enorme. ¡Y Elvis movía muchos las caderas! Y luego hay otra explicación más privada, y es que unos colegas habían descrito la pelvis de la famosa Lucy, y el artículo se titulaba La pelvis más famosa después de Elvis. Nosotros encontramos una pelvis más completa que la de Lucy, así que, efectivamente, dijimos ¡es la pelvis más famosa después de Elvis!

Juan Luis Arsuaga, en el Museo del Prado.

Juan Luis Arsuaga, en el Museo del Prado. Carlos Ruiz.

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P.– Escribe "Lo que he pretendido, en definitiva, es asomar al lector a los viejos tiempos de la prehistoria, cuando el mundo era joven, y mostrar a nuestros antepasados como de verdad fueron: orgullosos, pero no altaneros". Nosotros hemos evolucionado a la sociedad del yo, a la sociedad altanera.

R.– Sí, y además es muy curioso porque mucha gente suele pensar que los prehistóricos eran inferiores. Cuando alguien me dice esto le contesto: "El inferior eres tú". ¿Qué te hace pensar que alguien que vive al aire libre, que está todo el tiempo haciendo ejercicio, que tiene una alimentación sana, que lleva una vida activa y que pinta bisontes en las cavernas es inferior a ti? Cuando tú eres alguien sedentario, abandonado, con un vocabulario mucho más pobre… Ellos tenían más vocabulario, más creatividad y una literatura oral mejor que la nuestra.

P.– Sobre todo me llama la atención eso de orgullosos, pero no altaneros. Nosotros estamos instalados en el ego.

R.– ¡Y además sin motivo! La mayor parte de la gente se perdería en un bosque pequeño. No te hablo ya de sobrevivir, tan sólo de orientarse. Así que no sé cuál es el motivo de la superioridad nuestra. El grado de soberbia y de estupidez del urbanita occidental le llega incluso a despreciar a la gente de los pueblos, que han sido siempre calificados de ignorantes, cuando el ignorante muchas veces es el urbanita.

P.– ¿Estamos entonces invirtiendo el darwinismo? Porque parece que vamos para atrás en muchos aspectos.

R.– No, porque eso no afecta a la biología. Podemos ir para atrás en espiritualidad, en sentido de la trascendencia, en disfrute de la vida. Pero la biología va por otro lado, afortunadamente.

P.– Por otra parte observo que vivimos la época de la exhibición en redes, de nuestra vida, nuestros gustos y nuestras fiestas, pero a la vez ocultamos el cuerpo porque está mal visto. Mire Instagram y los pezones. ¿Los prehistóricos hubieran mostrado pezones en Instagram, o también se hubieran censurado?

R.– No tenían bañador. Hacía bastante frío en invierno, y no enseñaban entonces mucho su cuerpo, pero en verano se mostraban tal cual. Y eso está bien planteado, porque hay un sentimiento de pudor que no sé en qué medida es ancestral o es cultural. Yo creo que serían más naturales con esto.

P.– A propósito, tiene Instagram, pero ¿no tiene whatsapp usted?

R.– No, whatsapp no. Y creo que es importante, pero ya no me da tiempo a todo. Tengo dos hijos fuera de España y sí utilizo el de mi mujer para comunicarme con ellos, y ellos entre sí, y me parece una maravilla. ¡Veo a mi nieto gracias a esto! Pero yo no tengo porque me escribirían mucho y me complicarían un poco, no es porque yo vaya de intelectual. Simplemente ahora mismo no puedo porque no doy abasto. Si me escribe mucha gente y no les contestas al final se molestan. Pero las redes como tal son neutras, puedes utilizarlas para el mal, para el terrorismo, o para unir a la familia.

P.– ¿Qué le ha enseñado el pasado de sí mismo?

R.– Pues mira, el pasado no lo sé, pero la montaña y la naturaleza, mucho. Yo soy de un club de montaña, y ahí puedes tener muchas jerarquías, pero cuando se pone la cosa cuesta arriba, ya puedes ser gobernador civil o capitán general que otro te pasa y te deja atrás. Nuestras categorías y estatus la montaña no las contempla. Y la naturaleza te hace sentir la pequeñez del ser humano. Yo siempre digo que salvo que vivas en San Sebastián, no hay manera de digerir los disgustos o los problemas. En San Sebastián, si tienes un problema en el trabajo, o has discutido con tu pareja, te pones a andar por La Concha y a los cien metros se te ha pasado.

P.– ¡A mí me pasa en Cádiz!

R.– Bueno, yo ahora soy un poco de Cádiz. Porque como mi familia está fuera de España, nos juntamos en verano en El Puerto de Santa María. Pero en Madrid si tú tienes un problema con alguien te lo tienes que tragar y metabolizarlo, pero si tienes una playa, empiezas a andar en un extremo de la playa, y a los cien metros dices ‘bueno, tampoco era para tanto’.

P.– Las playas, eh.

R.– La playa es la naturaleza a la puerta de casa.

P.– ¿Qué le gustaría encontrar a Juan Luis Arsuaga en uno de sus trabajos?

R.– Lo inesperado.

P.– Eso no vale, que ya lo ha contestado otras veces.

R.– Pero es que es verdad. Espero algo que me sorprenda, que no se espere nadie. Si me encuentro un australopithecus en España, ¡eso sería el acabose! Pero, por contestarte: fuego. Un hogar con un millón de años. Un buen hogar que sea la prueba definitiva de que hacían fuego, porque hasta ahora tenemos evidencias indirectas, pero no son concluyentes. Si me das a elegir -y me haría famoso y saldría en todos los telediarios-, pues fuego antiguo. Los orígenes del fuego.

P.– Pues quién sabe. Quizá aparezca el fuego. Quizá algún día también haga surf.

R.– Sí, eso depende más de mí. A ver si este verano, aunque sea una olita pequeña... Aunque sea ponerme de pie encima de la tabla.