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A estas alturas es difícil saber qué vino antes, el éxito del concepto Ikea o el éxito de su catálogo, que se lleva publicando año tras año desde 1951. La primera edición fue publicada solamente en sueco pero hoy en día, tras la expansión de sus establecimientos, se traduce a unas treinta lenguas distintas y se publica en más de cuarenta países. El número de copias distribuidas por año dobla el número de Biblias impresas anualmente.
Ingvar Kamprad nació el 30 de marzo 1926 en una granja llamada Elmtaryd, en el pueblo de Agunnaryd en Småland, una provincia de Suecia. ¿Qué ocurre si se colocan estos nombres uno tras otro? Magia: Ingvar Kamprad Elmtaryd Agunnaryd, Ikea.
De las cerillas al diseño para todos
No resulta sorprendente saber que Småland es una zona humilde y rural, bastante precaria por aquellos años en los que Ingvar era un niño. A los seis años empezó a trabajar vendiendo cerillas, a los diez era vendedor ambulante en bicicleta y, a los diecisiete, su padre le regaló una pequeña cantidad de dinero como recompensa por sus buenos resultados en el colegio. Con esa suma Ingvar fundó Ikea. En 1947 Ingvar empezó a vender muebles producidos en la zona, pero en 1955 los fabricantes empezaron a boicotearle por sus precios, demasiado bajos.
Los principios de Ingvar eran y siguen siendo firmes: cualquier persona ha de poder permitirse tener buenos diseños en casa. Ingvar se vio forzado a modificar la producción y a encargarse de ella él mismo. También fue idea suya el concepto de los paquetes planos. De hecho, todo lo que hace de Ikea algo único fue obra directa de su fundador. Diseño, producción, embalaje y distribución se realizan internamente. De Suecia, Ikea se expandió a sus vecinos Noruega y Dinamarca, de ahí a Alemania, después a la Europa continental y de ahí al resto del mundo. Hoy hay más de 300 tiendas en 38 países.
A sus 85 años, Ingvar sigue viajando por todo el mundo visitando sus tiendas. Es una de las personas más ricas del planeta y, aunque goza de ciertos privilegios, como casas repartidas por todo el mundo, viaja en clase turista, considera a sus empleados como sus “compañeros de trabajo”, se aloja en hoteles baratos, conduce un Volvo y no concede entrevistas.
Más gente en Ikea que en misa
The Guardian publicó en 2004 que hay domingos en los que hay más gente que va a Ikea que gente que va a misa, y que un 10% de la población europea ha sido concebida en una de sus camas. Bloomberg creó el índice Billy, según el cual se pueden recopilar datos de la economía de un país según el precio de la estantería. Los nombres de los muebles de Ikea pueden parecer completamente aleatorios en cualquier país no escandinavo. De hecho existe hasta una app para el móvil, 'Matcha' (un juego de palabras entre el inglés “match” y la terminación en “-a” de los verbos en sueco), donde se puede jugar a relacionar imágenes de los productos con su nombre. Aunque lo cierto es que siguen una lógica muy sistemática: las camas son lugares de Noruega, los sofás son lugares de Suecia, las mesas de Finlandia, las sillas tienen nombres propios masculinos, las alfombras son lugares de Dinamarca y los nombres de los vasos y copas son adjetivos.
Pero aunque los datos hablen por sí mismos, el legado de Ikea es patente en su catálogo. En la página 45 de su versión del 2016 hay una imagen de una cocina impoluta, aunque llena de trastos, y dos carritos con ruedas de tres pisos de color azul: Råskog, un carrito que ha invadido innumerables viviendas desde su nacimiento hace pocos años. Unas páginas más adelante hay una imagen de otra cocina. Sobre una de las encimeras (¿cómo puede haber tantas encimeras en tan poco espacio?) hay una lámpara de escritorio negra que está prácticamente en cualquier oficina, una lámpara de metal con lacado en negro o plata, con el brazo flexible y brillante, muy brillante.
En la página 145, en la sección de dormitorios, aparece Frosta. Quién no conoce a Frosta. Igual que ocurre con el dilema del huevo o la gallina, nunca se sabrá quién cuenta con una mayor reputación, si el taburete original de Aalto o su versión low cost. En las oficinas su presencia se da por hecho; en las residencias de estudiantes es parte del mobiliario oficial; tiendas, restaurantes, cafés, balcones, plantas, libros, vasos, y traseros, todo aquello digno de atención en la vida ha pasado por encima o debajo de Frosta. Pasa desapercibido en el catálogo, su nombre apenas se menciona, pero el taburete va apareciendo discretamente como parte del mobiliario de cada uno de los hogares del catálogo de Ikea. Frosta en el dormitorio, Frosta en la cocina, Frosta en el jardín. Qué decir de los paños de cocina blancos a cuadros azules, o las tablas de cortar el pan, o el tupperware de bordes de silicona granate que cualquier comedor ha visto pasar con la misma abundancia que un camping ha visto pasar las tiendas Quechua.
Aunque un vistazo a todas las ediciones del catálogo muestra una evidente evolución en términos de diseño gráfico y editorial, desde 1995 se aprecia un modelo constante que identifica al catálogo y lo hace, a día de hoy, reconocible en todos los países donde se distribuye. Lo mismo ocurre con sus muebles. Las piezas de los años cincuenta y las piezas actuales son en su mayoría muy distintas, pero los diseños más antiguos de la firma tienen hoy en día una grandísima reputación. En mercados de antigüedades y subastas son piezas deseadas por los fanáticos del diseño escandinavo de mediados de siglo. Lo mismo ocurre con el diseño del catálogo de Ikea de los años ochenta: aunque discreto, es uno de los diseños más recurrentes que se han visto en diseño gráfico: ver esas portadas, que también fueron constantes durante ciertos años, recuerda a muchas identidades gráficas que hoy se consideran rompedoras. Ikea, el visionario.
Las claves del catálogo son las mismas que las del concepto Ikea, la constancia de sus principios y la innovación. La constancia de su diseño recuerda, por ejemplo, a la constancia de Apple en la sencillez de sus campañas de publicidad. Mantener un mismo diseño campaña tras campaña es algo que pocas marcas pueden permitirse. Llegar a conseguir un concepto que dé tanto de sí es un lujo limitado a aquellos con una clientela fiel que en su día dieron con una idea brillante. La innovación, en esos casos, recae en los productos.
El atrezzo desvela la época
La versión del catálogo de 2016, igual que la de cada año, cuenta con novedades en el surtido. El catálogo de 1995 es similar al de hoy, pero no había ningún iPad como atrezzo, ni mesas auxiliares con cargadores inalámbricos para dispositivos móviles. Son productos que intentan conquistar hogares por primera vez, en un contexto tan familiar que garantiza que sí: es posible tenerlos en casa. Y sí, requerirá esfuerzo montar el mueble: los paquetes planos son algo a lo que costó acostumbrarse en un principio. Sin embargo hoy, en la época del 'do it yourself', han pasado a ser prácticamente irrelevantes.
Recibir el catálogo de Ikea es la versión adulta de recibir el catálogo de juguetes del Corte Inglés. Tantos objetos bonitos, tantos usos, y un solo pero: tan poco espacio en casa. Entonces uno se da cuenta de que Ikea ya ha pensado en eso, por supuesto. Solo hace falta un paseo por la exposición. La limitación de espacio no es un problema, hasta en en los espacios más minúsculos hay hueco para soluciones inteligentes. En un metro cuadrado caben Frosta, Råskog, la mesita Lack, la estantería Billy y la cómoda Malm.
Como ocurre con toda idea brillante, una buena solución es fruto de un gran problema. Los suecos son buenos en muchas cosas, pero hay algo que saben hacer mucho mejor que los afortunados mediterráneos: cómo convertir cualquier hogar en un lugar acogedor. El responsable es el sufrimiento unísono de la sociedad escandinava, el horror de las largas temporadas en lo que el único sitio donde uno quiere estar es en casa: los inviernos escandinavos que duran ocho meses en los que la luz del día se limita a tres horas al día de cielo nublado. Conseguir que un hogar parezca un hogar es una necesidad para la supervivencia emocional. En lugar de abandonar cualquier esperanza ante la mayor crisis emocional que existe, la climática, Ikea propone una serie de soluciones sencillas y accesibles a las que cualquiera tiene acceso, que cualquiera puede adaptar a sus necesidades, que permiten un sinfín de opciones para lidiar con la oscuridad y el frío que el país vive prácticamente todo el año.
Entonces uno se plantea si el catálogo de Ikea es la mayor obra literaria de la historia de la humanidad, donde unos personajes aparentemente estáticos evolucionan a lo largo de una linea argumental sugerida, intuida, pero nunca impuesta. El catálogo de Ikea no le dice al lector cuándo ha de llorar, como si fuera un best seller romántico de calidad cuestionable. El catálogo de Ikea presenta objetos como si fueran una sucesión de hechos de una historia sin sentido, un collage de escenas costumbristas que deja al lector ahí, solo ante unos personajes sin alma que de repente inspiran emociones contradictorias y le hacen a uno plantearse su existencia. En una página aparece Alvine Kvist, con nombre y apellido, la funda nórdica de la cama de la que alguien no salió durante una semana tras dejarlo con su ex. En la página siguiente aparece Hektar, la lámpara que iluminó a esa pareja en un bar durante la primera cita. La historia que Ikea quiere contar en esta gran obra universal admite tantas interpretaciones como papeles puede tener Alvine Kvist. El catálogo de Ikea es parte de la experiencia Ikea, una fuente de sabiduría, un producto y a la vez objeto de la cultura popular.