El flamenco sangra
Las mujeres gitanas denuncian la doble dificultad —la de su sexo y la de su etnia— para hacerse un hueco en este arte.
24 octubre, 2015 00:11La tierra tiene grietas por donde escapa el dolor, aquel que ha sido enterrado injustamente y que busca una manera de hacerse oír. A veces suena a flamenco, grita las penas por bulerías y sangra por la guitarra. Un grito de guerra, una reivindicación. Si la batalla de los gitanos por dejar de ser un pueblo discriminado lleva siglos librándose, son ahora las mujeres las que aúllan para denunciar la doble dificultad —la de su sexo y la de su etnia— para hacerse un hueco en este arte que ya los romaníes practicaban en las fraguas al son del martillo.
Noelia Heredia, conocida en el mundo del flamenco como la Negri, se fue de casa a los 29 años: cuando tocaba el cajón tenía que hacerlo a escondidas de su padre, que consideraba que no era apropiado para una chiquilla gitana. Criada en Orcasitas (Madrid), Noelia, a sus 35 años, recuerda que siendo todavía una cría con dientes de leche hacía sonar la madera de los pupitres y las puertas de casa; tardó poco en conseguir el tambor de una lavadora vieja para hacer percusión con sus manos. Construyó su primer cajón con cuatro maderas y un contrachapado, las astillas se le clavaban y le hacían heridas en los dedos pero su empeño le valió el sobrenombre de la soniquete en casa.
Aprovechaba las fiestas de fin de curso para atar latas de pintura con celo y hacer música, y siempre que podía tocaba en la boda de algún familiar. "Cuando íbamos a alguna celebración, en el coche mi padre me advertía: "Ni se te ocurra tocar el cajón, si no luego ya verás". No lo veía adecuado para una chica por la postura que hay que adoptar, normalmente asociada a la masculinidad", cuenta Noelia. Piernas abiertas como las alas de un pájaro en pleno vuelo y espalda encorvada como la de un anciano. "Intentaba resistirme, pero cuando él ya estaba con los hombres bebiendo una copa en la barra, aprovechaba algún corro y tocaba. Pensaba: "Mi padre me va a matar". Aun así, no podía evitarlo, quería animar la fiesta, transmitir lo que yo sentía", prosigue.
Ahora Noelia es una percusionista y cantaora reconocida en el circuito del flamenco, sobre todo en el de la capital. Si primero tuvo que enfrentarse a su progenitor, desde que empezó a formarse de manera profesional —a los 24 años— ha tenido que hacerlo también frente a muchos hombres que consideran que una mujer que toca el cajón rompe con la imagen clásica de este género musical: ""No vales para hacer tu trabajo porque no tienes la fuerza ni la velocidad de uno de nosotros", me han dicho en alguna ocasión. También te dicen que te crees un machote y no lo eres o que no vales porque no tienes la rapidez necesaria ni el aguante".
Cuestión de fuerza
Basta con teclear en internet "mujer tocaora flamenco" para toparse con un foro en el que se plantea la siguiente cuestión: "¿Cuántas guitarristas flamencas conoces?". "Yo no soy machista, pero la guitarra flamenca no pega a una mujer. Las pocas que he visto son flojas tocando, el flamenco necesita mucha fuerza y sangre caliente, y un sentimiento un tanto agresivo que muchas veces una mujer no puede expresar bien", contesta un usuario en el hilo. La tocaora noruega afincada en España Bettine Flater ha comentado en varias ocasiones que, en una de sus primeras clases en Sevilla, un compañero le dijo: "¿Tú sabes que Paco de Lucía ha dicho que las mujeres no tienen fuerza en la mano para tocar la guitarra, no?". Por su parte, Antonia Jiménez aseguraba en una entrevista que "en el flamenco hay una mirada muy masculina". "Hacerte un hueco es bastante difícil. Empecé mi carrera profesional con quince años. He tenido que luchar un montón, como todas. Mi caso no es nada especial porque en todos los aspectos de la vida las mujeres siempre tenemos que luchar más. A mí como guitarrista me criticaban mucho, me miraban con lupa", añadía.
A Noelia la rabia se le agrupa en las manos, frunce el ceño y el cuerpo, y golpea su instrumento; otras veces se desgañita y canta al amor, "que no todos los besos son iguales, algunos no sirven y otros no valen". Su carrera, como la de muchos profesionales sin recursos, se ha gestado a través del oído, gracias a los casetes que escuchaba en casa: no sabe interpretar una partitura, ella lee los pies y el taconeo. Ese brío que sube por sus órganos al actuar se convierte en enojo cuando un empresario le paga menos que a un hombre por el mismo trabajo. "Alguna vez me han dicho: "Es que él no se puede quedar embarazado y tú sí y tenemos un número de actuaciones por gira que hay que cumplir". ¿Cómo arreglamos esto? ¿Cómo lo denunciamos?".
Cobrar menos
A la misma situación se ha enfrentado la bailaora y cantaora Aurora Fernández, conocida como la Pipi. Gitana y la pequeña de diez hermanos —seis de ellos, chicos—, no pudo dedicarse profesionalmente al flamenco hasta que se casó. Tenía 24 años y había hecho cursos de mecanografía, informática e intervención con víctimas de violencia machista, pero lo que ansiaba era calzarse unos tacones y subirse a un tablao. En el escenario, los brazos de Aurora se elevan con elegancia, como ramas de un árbol, y su pelo, rizado y negro, parece café hirviendo que sale a borbotones de su cabeza. Como Noelia, ella también ha cobrado menos que un hombre por bailar, así que en esas ocasiones solo puede recordar cuando se le deformaron los pies y se le abrieron los huesos al empezar a formarse más tarde de lo habitual. "Una vez fui a sacarme el zapato y la uña del dedo se había quedado pegada al calzado. He sufrido mucho, lo he dado todo para llegar a donde estoy, no me cabe en la cabeza que ellos sigan teniendo tantos privilegios cuando nosotras nos esforzamos lo mismo o más".
Esta madrileña de 44 años recuerda que hasta la Guerra Civil, la guitarra era un instrumento mayoritariamente de mujeres. "Las gitanas eran tocaoras y, además, fumaban puros. Hay un retroceso brutal". Este hecho histórico también lo comparte Juan Vergillos, crítico y Premio Nacional de Flamencología, quien apunta a que el régimen franquista relegó a la mujer "al hogar con el marido", lo que provocó que los hombres monopolizasen la guitarra. Vergillos asegura que "el tablao es un escenario muy conservador", pero considera que el flamenco cada vez es más aperturista. "¿Hay machismo? Sí, pero porque lo hay en la sociedad, no porque sea algo propio del flamenco. Mi percepción es que las mujeres pueden hacerse hueco perfectamente. De hecho, creo que hay un punto de libertad extra al tratarse de arte". Sin embargo, preguntado por la casi inexistencia de mujeres que tocan el cajón, el crítico responde: "Es muy poco habitual, es cierto que no conozco a ninguna. Nunca me lo había planteado hasta ahora. No sé por qué no hay mujeres tocando el cajón, habría que preguntarles a ellas por qué no se animan. Quizá al ser hombre no me lo había cuestionado".
Machismo entre mujeres
Vergillos defiende que no hay una única imagen de la mujer en el flamenco: "Ahí están Mayte Martín, que no lleva vestido y peineta, sino un traje, o Leonor Leal y Antonia Jiménez, que tienen el pelo muy corto, algo que no era muy común hace años". "De Antonia Jiménez he escuchado auténticas burradas por parte de mis compañeros. Tíos que la ven actuar y dicen: "¿Dónde va ésta a tocar? ¿Qué se cree, un hombre?"", apunta Aurora Fernández.
Cuando se enfada, Noelia mueve sus extremidades con impulso, como un pez al que acaban de sacar del mar. Gesticula mucho, se mueve hacia adelante y luego vuelve a su sitio. Mientras acaricia a sus perros, Taranto y Debla —dos palos del flamenco—, denuncia el machismo existente entre las propias mujeres. "Hace poco me llamó una compañera para actuar en una gala en Leganés. Le digo que sí y aviso a mi guitarrista. Nos contrataba la directora de la sala Cardamomo [Ivana Portolés]. A las dos o tres horas me vuelve a llamar mi amiga, que esta empresaria no quiere a una mujer tocando el cajón. No entiendo este tipo de prejuicios en ellos, pero entre nosotras aún menos". Este periódico ha intentado contactar con la persona en cuestión para tratar este asunto, pero tras varios intentos por correo y teléfono, nadie ha respondido a la petición.
Las palmas de las manos de las tocaoras se endurecen gracias a los instrumentos, y se ensucian de abonar un camino a menudo poco fértil para ellas. Luego se golpean el pecho, la cadera, el muslo para limpiarse el polvo, se sacuden el barro. "Soy gitana, soy mujer y soy flamenca", dice Noelia, "y mi seña de identidad no hay río que se la lleve".