La abismal diferencia entre ver y observar
Se pone el semáforo en verde y observo a dos jóvenes que cruzan sin levantar la mirada de la pantalla. Llevan los auriculares y no escuchan. Sonríen mientras caminan con el cuello totalmente inclinado.
Al caminar así, nuestro cuello está sujetando mucha más carga de la que nos imaginamos. Si una cabeza humana pesa de media 5.5 kg en una posición vertical, al inclinar el cuello hacia adelante con esa postura que requiere abrir el ángulo de flexión, el peso que aguanta nuestra columna puede llegar a multiplicarse por cinco.
[El síndrome 'text neck' o cómo el móvil puede multiplicar por cinco el peso de tu cabeza]
Aún recuerdo cuando era niña, me ensimismaba en mis pensamientos y sonreía o hacía muecas por la calle. Eran otros tiempos: mejores para algunas cosas, peores para otras. Pero, eran tiempos en los que las madres nos reprendían para que anduviéramos erguidas y no hiciéramos tonterías. Yo no era más o menos que nadie: solamente me cercioraba de que ninguna persona me estuviese observando para que no pudieran pensar ‘algo raro’.
Más allá, cuando esta mente traicionera y traviesa me hacía hablar sola o pronunciar alguna de las palabras de aquellas fabulaciones o juegos en solitario en los que me metía sin darme cuenta.
No hace tanto tiempo nos preocupaba ser observados y el pudor sentía escalofríos de vez en cuando. Realmente, muchos teníamos miedo de ser siquiera vistos en algo que pudiera sacarnos de lo ‘correcto’.
Hoy lo ‘correcto’ ha sido desplazado por lo que nos hace sentir bien. O simplemente aquello que nos evita preocuparnos. Pero eso se produce cuando estamos solos, cuando caminamos por la calle y creemos que nadie nos ve. Porque no pensamos que no nos observan.
Los que no miran a nadie porque caminan en su mundo virtual, no solo es que no presten atención, tampoco ven más allá de la pantalla. Lo más grave es que se sienten invisibles y así caminan, como si fueran únicamente el peaje de la presencia física en su función de desplazarse: si no necesitaran transitar de un lugar a otro y lo del teletransporte fuera una realidad, no estarían desplazándose por la calle.
Y si es así, ¿para qué sonreír? ¿para qué ceder el paso? Total, ya no hay que orientar a nadie perdido en la calle porque Google Maps lo hace por nosotros. Tampoco nadie te preguntará la hora porque todo el mundo la lleva en el móvil y porque además no hablamos con extraños.
Perdón, perdón, quiero decir que no nos paramos a entablar conversaciones por la calle con un desconocido. Eso sí, por la pantalla se cierran citas para un encuentro sexual ocasional, se conoce a los futuros esposos o esposas, se piden consejos sobre la vida o hasta dejamos que nos falten al respeto. Pero todo eso es a través de una pantalla. En la calle, ¿para qué vamos a observarnos? Bastará con que nos veamos para no chocarnos.
Ahora bien, no podemos olvidar que siempre habrá alguien que nos observe aunque no queramos y que nos mirará más allá de las fotos que subamos a las redes.
Y es que quizás ya no sea bueno confesarlo. Todavía estamos aquellos que disfrutamos y aprendemos mirando todo lo que hay a nuestro alrededor. Me gustaría ver más sonrisas bonitas en la calle, al menos una parte de las que veo en las redes.
¿Por qué no aceptamos el reto de mirarnos, observarnos, prestarnos atención, aprender de lo que vemos y lo hacemos viral?