"El terremoto pilló en casa a mis hijos, mi marido y yo estábamos haciendo compras en un centro comercial. El primer temblor fue justo cuando estábamos en el aparcamiento subterráneo. Hasta casa eran cuatro kilómetros como máximo, pero se me hizo eterno.
Cuando llegamos a la casa, ellos se habían salido de la ella, mi hija estaba llorando, muy asustada porque le pilló sola en la cocina. Creíamos que ya había pasado, pero justo vino el segundo temblor, el más fuerte. Yo los abrace a ellos y mi marido a los tres, dándole la espalda a la casa, porque estábamos convencidos de que se nos caía encima".
La familia de Balbina fue una de las afectadas por el terremoto de Lorca del 11 de mayo de 2011, una de las que perdió su casa en aquella tarde. Días después su casa fue una de las declaradas en 'rojo', demasiado afectadas como para que fuese seguro vivir en ella sin reformas, por lo que tuvieron que mudarse a un alquiler.
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En ese momento, tras el temblor, solo salvaron a sus mascotas (dos perritas, un gato y los hámsters de sus hijos) y lo poco útil que había en la planta baja y podían cargar, porque no se atrevieron a subir a las habitaciones. La ropa que se llevaron fue la que estaba sucia en la lavadora.
Pudieron volver meses después, pero todo lo que dejaron atrás estaba estropeado, ya que las lluvias habían inundado partes de la vivienda. Aún así ella y su marido hicieron noche alguna vez en la casa siniestrada mientras los niños se quedaban con familiares, por falta de alternativa.
Hoy nos atiende por teléfono desde la misma vivienda, reformada un tiempo después. Su marido ya no está con ella, falleció por causas naturales hace unos años, pero la actual reforma fue su previsión: "Nos daban la opción de derribar la casa y pedir ayudas para reconstruirla, pero él no se fiaba y no quiso entramparse por si tardaban o no llegaban. Si nos concedieron una para la reforma, de 24.000 euros, aunque la misma administración calculaba en 40.000 el coste".
Ella y sus hijos, ahora adultos, siguen en tratamiento psicológico: "Por un lado es la sensación de perderlo todo, por otro el desgaste de todo lo que ha pasado. Estuvimos unos meses de alquiler fuera de Lorca, porque aquí no solo no se podía vivir, sino que subieron los precios. Pero teníamos que volver por el colegio, no nos concedieron el apoyo que nos dijeron que sí, se retrasó. Algunas protestas llegan hasta ahora". Si invita "a cualquier que pase lo mismo que nosotros: que siga adelante, que luche, porque hay que vivir".
Perder la casa es un miedo ancestral, pero también una experiencia por la que ha pasado más gente a nuestro alrededor de la que pensamos. En ocasiones tienen la oportunidad de salvar sus pertenencias, en otras de volver. Casi siempre es un hecho fortuito, un desastre, natural o a veces provocado, que hace salir con lo puesto. En los últimos años en España hemos tenido casos suficientes y, en Magas, hemos hablado con algunas mujeres que han pasado por situaciones como esta.
El caso más reciente es del incendio de Campanar, en Valencia, este mismo año, el pasado 22 de febrero. A las 17.30 de la tarde de ese día se declaró un fuego en un inmueble de la séptima planta del bloque afectado y para última de la tarde todo el edificio había ardido. En total 138 viviendas en las que habitaban 450 personas.
"Yo no me había dado cuenta, porque vivíamos más arriba. Me avisa un vecino y me asomo al balcón y solo veo humo", explica desde Valencia Patricia, una de las afectadas. "Estaba en casa con mi hijo de cinco años y un amigo suyo, acabábamos de llegar. Los cogí, les puse los zapatos, agarré mi bolso y bajamos. Ni abrigo ni nada, pensé que volveríamos a subir cuando lo apagasen. Así que no me llevé más ropa que la que tenía puesta y mi hijo el uniforme del colegio, más lo que había en el bolso".
Patricia es una de las fundadoras de la Asociación Residentes Damnificados Incendio de Campanar (ARDIC), que está reuniendo tanto a las familias que vivían de alquiler como a propietarios para apoyarse mutuamente y reclamar ayuda a las diferentes administraciones, además de que se aclaren los motivos del incendio. Ahora mismo ella, su marido y su hijo viven de alquiler en otro barrio de Valencia, una solución temporal para unos meses. Quieren volver a Campanar "pero los precios han subido de golpe, con 200 familias de repente buscando casa a la vez".
"Esa pregunta de ¿qué salvarías de tu casa si hubiese un incendio y las personas ya estuviesen fuera? La he pensado mil veces desde entonces. Creo que el disco duro con todas las fotos, los recuerdos. Y alguna cosa de valor que se quedó atrás, claro", explica. Las primeras semanas tras el incendio, en su nuevo piso, repasaba con su marido mentalmente todo lo que se había perdido. "¿Recuerdas que en tal cajón había tal cosa? Dejamos de hacerlo porque era una tortura, pero al principio era inevitable".
Llevaban 10 años viviendo en ella, para su hijo era la única casa que había conocido en su vida. Admite que ahora mismo "no estamos muy aterrizados. Es verdad que tenemos apoyo, un plan B, trabajo… pero aún no sabemos qué va a ser de nosotros. Lo primero ha sido adecentar el piso nuevo, comprar ropa, platos, de todo. Conforme pase el tiempo lo iremos asimilando".
Patricia o Balbina tuvieron que salir corriendo con lo puesto, pero hay otro caso reciente en España en el que las afectadas lo vieron venir a cámara lenta y aún así no tuvieron demasiado margen de maniobra: la erupción del volcán de la Palma, que se produjo entre el 19 de septiembre y el 13 de diciembre de 2021.
En el caso de Fátima, perdieron sus casas ella, su madre y su hermano. Sigue en La Palma, pero en casa de su suegra. "Mi madre prefirió irse a una residencia porque es dependiente, y mi hermano recibió una de las casas prefabricadas provisionales. Nosotros renunciamos porque teníamos esta opción. No podemos volver ni al terreno donde estaba la casa, porque es zona de colapso. Hemos buscado otro viable para hacernos una vivienda nueva, pero es imposible, los precios se han disparado".
Como hemos comentado, en parte lo vieron venir: "A nosotros nos desalojaron cuando ya llevaba activo una semana, me acuerdo porque fue el día que cayó la torre de la Iglesia de Todoque, el 26. Hubo gente que no pudo salvar nada, nosotros muy poco. Pudimos volver antes del final, pero apenas 15 minutos. Solo saqué recuerdos porque, prácticamente, porque no era sólo pensar en qué te llevas, sino, ¿a dónde te lo llevas?". La casa de su suegra también fue desalojada, el 20 de octubre, pero finalmente no fue afectada y pudieron volver.
"El dolor nunca se va, por tantos años de esfuerzo y sacrificio puestos en ese proyecto de vida que están perdido. Nosotros somos cuatro, mi marido, yo y mis dos hijas. Sé que estamos mejor que otra gente, porque hemos tenido familia que nos podía acoger", explica. "No es fácil contarlo, pero si alguien se ve en lo mismo, lo animo a seguir adelante. Yo no he dejado ni de trabajar, porque si me quedaba en casa me hundía. Pero hay que seguir".