Benidorm: kilómetros de playa atestadas, más de diez millones de pernoctaciones hoteleras al año y meca anual del turismo británico. Su historia se ha contado 1.000 veces: un pequeño municipio pesquero que se reinventó en los años 60, bikini mediante, para dar paso a una de las ciudades con mayor concentración de rascacielos por metro cuadrado del mundo.
Pero Benidorm también tiene un pasado. Uno que va más allá de las suecas, los atunes y las almadrabas. Uno que aún se deja ver en sus plazas y sus cañones, vestigios de una época en la que el mar y la sangre marcaron a fuego la historia de este pequeño enclave costero.
Durante 300 años, desde el siglo XIV al XVI, Benidorm tuvo que defenderse de las incursiones de los piratas argelinos y berberiscos. Y lo hizo desde su fortaleza, situada en el peñasco que divide las dos playas en forma de media luna de la ciudad. Y justo a sus pies, la Cala del Mal Pas, un pequeño refugio que hoy disfrutan algunos turistas avezados.
Según los registros, Benidorm sufrió varias incursiones de piratas y corsarios. Algunas fueron repelidas y otras, como la de 1.448, resultó en la mayor parte de la población esclavizada, y la zona prácticamente abandonada durante años.
Pero los oriundos insistieron y reforzaron las murallas de su fortaleza y las adaptaron para incluir artillería. El responsable de aquel proyecto fue el ingeniero y militar italiano Juan Bautista Antonelli, quien tiene entre sus obras la reconstrucción del Castillo de Santa Bárbara, en Alicante, la torre de vigía de Santa Faz o las murallas de Peñíscola.
Finalmente, en el año 1.701, se creó la segunda carta de población, donde Benidorm ya estaba registrada de manera independiente como villa.
Bombardeo británico
La zona del Castillo fue rescatada durante la Guerra de la Independencia española, cuando las tropas francesas tomaron la ciudad y la volvieron a convertir en un fuerte debido a su posición estratégica. Pero la derrota del ejército napoleónico tuvo sus consecuencias, como un brutal ataque por parte de la marina inglesa en 1813 que dejaría la zona prácticamente en ruinas.
No fue hasta los años 30 del siglo XX que se recuperó la zona como mirador -mucho antes de tener cualquier aspiración turística- con Vicente Llorca Alos como alcalde y se adaptó a sus nuevos usos de recreo.
A partir de ahí, la evolución del Castillo fue una constante, y se ha acentuado en las últimas décadas. Allí se ubicaba la biblioteca municipal en los 90, cuando algunos de los cañones que se habían utilizado para la defensa de Benidorm aún estaban hundidos en el mar. De hecho, podían verse desde el mirador que baja desde lo alto de la plaza.
Posteriormente se recuperaron y se ubicaron en una plaza completamente renovada, formando un círculo. La biblioteca se retiró y dejó una zona despejada desde la que se pueden ver las dos playas de la ciudad.
Además, en 2019, se llevó a cabo una excavación arqueológica para desenterrar las ruinas que habían quedado arrasadas en el siglo XIX y comprender algunos de los aspectos defensivos de las murallas medievales. Se reservó una zona para poder ver las excavaciones, y un pequeño texto explicativo.
El Castillo pasó a ser definitivamente el Balcón del Mediterráneo, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad, visitado por cientos de miles de personas cada año. Y los británicos, descendientes de aquellos que habían luchado con los españoles para expulsar a los franceses, por fin han firmado su particular tratado de paz con la capital turística: la han convertido en su segunda casa.