Alicante

Segunda parte de la entrevista dedicada en la sección 'En los márgenes de la consciencia' a la parapsicología con el científico del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Alex Gómez-Marín (Barcelona, 1981) y director del laboratorio de Comportamiento de Organismos en el Instituto de Neurociencias de Alicante en esta entrevista.

Me comentabas que nuestra entrevista anterior sobre la parapsicología científica ha provocado precisamente las reacciones polarizadas que describías en la propia entrevista.

Sí, es irónico y tragicómico. Algunos, tras leerla, reproducen al pie de la letra las reacciones emocionales que trataba de prevenir, o por lo menos advertir, en la propia entrevista.

Se trata de una respuesta inmunitaria estándar y totalmente predecible. Muchos intelectuales (los que lo son, y los que querrían serlo) se consideran intelectuales precisamente por tratar estos temas como si simplemente por pensar en ellos uno se contaminara. En el fondo, no hay nada nuevo bajo el sol. Lo que me ha sorprendido es otra cosa.

¿Qué te ha sorprendido?

He descubierto dos subespecies nuevas en este ecosistema. Ya hablamos de los “parasitólogos” (parasitan la parapsicología con el misterio como entretenimiento) y de los “paragritólogos” (gritan a todos los que estudian el fenómeno, aunque lo hagan científicamente). Pues bien, hay dos criaturas más: los “paragrifólogos” y los “paracitólogos”.

Los primeros proclaman solemnemente que no hay que abrir el grifo de la discusión científica de estas anomalías de la cognición humana porque, aseguran ellos, no sale agua. ¿Se habrán preguntado si no sale agua precisamente porque no abren el grifo? ¿Qué saben realmente sobre estos temas? ¿Se imaginan a un geólogo zanjando cuestiones complejas sobre virología que los propios virólogos están aún dirimiendo? A algunos de estos “paragrifólogos” habría que darles el Goya de honor en reconocimiento a toda una carrera de dogmatismo a golpe de blog.

[La experiencia cercana a la muerte de Álex Gómez-Marín, científico del CSIC: "No vi un túnel, sí un pozo"]

Los “paracitólogos”, en cambio, abren un torrente de hilos cansinos sobre si “la ciencia de las Dolores” debería ser más respetable que “la ciencia que estudia la Lolas”. Éstos se merecen el Óscar a la parte contratante de la primera parte. Discuten más sobre el vaso que sobre el agua (prefieren no mojarse). Parte de razón tengan —no todos los que investigan anomalías son, o les gusta que les llamen, parapsicólogos—, pero parece que lo que está en juego es que les citen. Como decía Umbral, que se hable de su libro.

En fin, si te dedicas a esto, las críticas forman parte del trabajo. Se cabalga con muchos ladridos. Así es la vida y así es la ciencia.

Si estamos hablando de ciencia, ¿qué trabajos han contribuido a avanzar en el estudio de la cognición anómala?

Como en cualquier disciplina, hay muchas ramas, distintos fenómenos, diversos abordajes, varias metodologías, y multitud de experimentos de distinta naturaleza. Puedo mencionarte algunos destacables.

Están, por ejemplo, los experimentos Ganzfeld, una técnica aplicada por Charles Honorton al estudio de la percepción extrasensorial. Son también remarcables las investigaciones sobre visión remota, impulsadas por Russell Targ y Harold Puthoff, y notoriamente financiadas en secreto por la CIA durante años. El Proyecto Consciencia Global, liderado inicialmente por Robert Jahn y Brenda Dunne en la Universidad de Princeton, y posteriormente por Roger Nelson, es otro ejemplo de un extenso cuerpo empírico y teórico, en este caso para explorar correlaciones anómalas entre procesos físicos y la consciencia colectiva.

Podríamos mencionar aquí los experimentos de Dean Radin de interacción mente-materia utilizando la interferencia de doble-rendija para detectar modulaciones en sus patrones en presencia de ciertas intenciones de los observadores. No olvidemos tampoco, en este sucinto repaso de investigaciones científicas, el exhaustivo trabajo de campo sobre evidencias de reencarnación de Ian Stevenson.

Y, si nos vamos a fenómenos más cotidianos, encontramos los experimentos de Rupert Sheldrake sobre conexión mente-mente entre humanos, e incluso sus mascotas. Existe también una intrigante serie de experimentos sobre telepatía durante el sueño llevados a cabo en el Centro Médico Maimonides de Nueva York.

No digo que todos estos experimentos aporten pruebas definitivas de la existencia de esos fenómenos. Digo que, a pesar de sus limitaciones, son investigaciones serias y complejas que apuntan en esa dirección. Quien ya sepa, sin tener que leerlos, que esos centenares de artículos científicos son bobadas, que no los lea. Sin embargo, invito al lector de mente abierta y con ganas de saber a que se sumerja en el tema que le resulte más interesante. Empezar por Wikipedia es práctico, aunque es recomendable ir más allá, pues esa bonita iniciativa está plagada de epítetos como “teoría de la conspiración” o “creencia pseudocientífica” repartidos gratuitamente a aquellos que no comulgan con la ideología de los editores. Para tratar de demarcar la ciencia, a menudo se difama. Atrévanse a leer la literatura científica para degustar, de primera mano, qué se hace, qué se encuentra, y qué se esgrime.

¿Cómo se llega al estudio de las anomalías de la mente humana? ¿Qué camino coge? 

A veces los caminos le escogen a uno… Por supuesto se necesita curiosidad. Y también una cierta dosis de coraje que suspenda el “qué dirán” de los demás. El rigor, se le supone. También el escepticismo sano, por supuesto. Y la sospecha de que detrás del telón puede haber alguna sorpresa increíble que le dé un vuelco a lo que entendemos por realidad. Hay que estar preparados para cambiar nuestra visión del mundo.

Tu pregunta es preciosa pues, aparte de todos los argumentos sesudos que deben considerarse sobre estadística, controles experimentales, replicaciones, metaanálisis, etc., resulta que los científicos somos humanos, y los humanos nos movemos por pasiones, emociones e intuiciones. Yo te podría contar mi historia. A la gente le pasan cosas, aunque no crean en ellas… Normalmente se llega por la puerta de atrás. Esto no se enseña en las universidades y apenas se financia. Una vía de doble carril, como es mi caso, es la física y la neurociencia, tratando de entender la enigmática relación entre mente y materia. Otra es simplemente desde la psicología. Otro camino curioso es el de la teología, en lo que concierne al estudio de los milagros. Se tarda mucho tiempo en entender todo esto. Hay que tener paciencia, dedicación, benevolencia, calma, y algo humor. Los caminos para llegar al estudio científico de lo anómalo son anómalos. Y las personas que los estudian también.

¿Entonces, a quién crees que le interesan estas conversaciones que tenemos, más allá de los que ya están estudiando el tema?

Decir lo que uno piensa (si es que lo ha pensado realmente uno mismo antes) está en peligro de extinción. Yo no hablo para los cascarrabias intelectuales de las redes sociales, sino para ese 99% de lectores de los que nunca sabré de su existencia, pero que están al otro lado de la pantalla y que se dan cuenta de que no están tan locos como los supuestos cuerdos dicen.

Al mismo tiempo, no se me caen los anillos (ni los tornillos) por atender a grupos que parecen estar en las antípodas, desde los autoproclamados escépticos racionales a los que promueven doctrinas espirituales. Por ejemplo, he leído en la página web de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (o Alternativa Racional a las Pseudociencias) un manifiesto por el escepticismo que, a la pregunta “¿Eres uno de los nuestros?”, responde: “No creas que para acercarte a nosotros debes estar de acuerdo en todo: basta con que estés de acuerdo en que lo mejor, ante una afirmación extraordinaria, es sopesarla con cuidado antes de darla por cierta” (yo añadiría “o por falsa”). En ese caso, si me lo permiten, me considero “uno de los suyos”.

Lo mismo me pasa al leer la declaración de intenciones del llamado Círculo Escéptico: “Consideramos que una posición intelectual crítica es la mejor herramienta para desenvolvernos en las realidades natural y social, ante la creciente multiplicidad de discursos con pretensión de verdad absoluta que los medios de comunicación difunden”. ¡Amén! Incluyendo las afirmaciones dogmáticas que niegan la existencia de los fenómenos anómalos o, peor, que tratan de ridiculizar o cancelar a quienes los estudian. Añaden: “Nuestro compromiso será investigar de modo objetivo, siguiendo la metodología científica y la de las disciplinas humanísticas, los fenómenos sociales citados, sin aceptar ni descartar a priori explicación u opción alguna, así como divulgar el resultado de nuestras investigaciones”. No puedo estar más de acuerdo.

En cualquier campo de estudio, no todo el monte es orégano. El estatus de la parapsicología como una ciencia legítima o bastarda es, al final, irrelevante. Lo que importa es tener la libertad de pensamiento, palabra y acción para investigar lo que no se entiende, aunque parezca que no puede tener explicación. O, precisamente, por ello.