El verano llega a su fin y con él una etapa de reencuentros, desafíos económicos y nostalgia de los refugiados ucranianos que viven en Alicante por volver o no poder regresar al hogar en guerra. El periodo de vacaciones para muchos de ellos se convierte en un momento para encontrarse con sus familias a pesar del riesgo, muchos de manera forzada por la subida de los alquileres, mientras que otras se quedan esperando a sus maridos sin poder pisar su patria por temor a que sus hijos sean alistados y enviados al frente.
Estos días han sido de los más duros de todo el año en Ucrania tras los ataques de Rusia en Poltava, con 51 fallecidos y más de 200 heridos el 3 de septiembre, el más mortífero de todo 2024, y el de Leópolis, con 7 bajas y 19 heridos, tan solo un día después.
Estas cifras ensombrecen un verano ya de por sí oscuro para muchos refugiados y refugiadas de la provincia. Huyen de la guerra, sí, pero muchos no pueden escapar de otra batalla: la de los precios de la vivienda.
La masificación y la avaricia de arrendadores, que buscan hacer el agosto con los millones de turistas que llegan a este rincón del Mediterráneo, obligan a muchos refugiados a irse por no poder continuar su contrato, a menos que paguen una cantidad inflada durante el periodo estival.
La presidenta de la asociación Amigos de Ucrania, Anna Shkalenko, explica que "algunas personas prefieren irse en verano porque económicamente es imposible mantenerse aquí. Alquilan por diez meses y luego se van, ya que los niños también están de vacaciones".
"La mayoría de las familias tienen a sus hombres en Ucrania, quienes no pueden salir del país, y aprovechan el verano para estar juntos", señala la responsable en el local de la asociación. Los mayores sí pueden salir, pero muchos no quieren o no pueden abandonar sus casas para empezar una nueva vida por enfermedad o por la dificultad de integrarse y desplazarse a una determinada edad.
Es el caso de Olha Romanova, una refugiada de la asociación que fue a Ucrania en junio. "Fui a visitar a mi padre, que vive en Kropivnitski, en el centro del país. No hay tantos misiles, pero lo que más noté es que todo está oscuro, no hay electricidad ni luz en las tiendas".
La inflación también ha golpeado Ucrania, con precios que se han disparado por la guerra en las tiendas y en la electricidad. "Les compré un generador porque es muy caro y no todos pueden permitírselo", añade.
Anna recuerda que, a pesar de los ataques como los de Leópolis, "una ciudad que supuestamente estaba más tranquila cerca de la frontera, la vida sigue en Ucrania; los restaurantes y museos siguen abiertos porque el presidente nos pidió que mantuviéramos la economía funcionando".
Miedo al reclutamiento y problemas para salir
Olha tuvo la suerte de ir por voluntad propia para huir del sol de Alicante y hacer una visita a sus padres, pero otras refugiadas con hijos, como Anna Shkalenko y Tetiana Makarenko, prefieren no tentar a la suerte porque sus hijos tienen 16 y 14 años y temen que no les dejen salir del país. Si bien la ley marcial aprobada tras la invasión rusa solo se lo prohíbe a los hombres de entre 18 y 60 años por estar en edad de reclutamiento, no quieren correr riesgos.
Tetiana cuenta que su marido aún sigue en Ucrania y lleva dos años y medio sin poder verlo porque trabaja como bombero en Kiev. Pero espera que puedan darle permiso para viajar a Alicante este septiembre para visitarla a ella y a su hijo.
El mal de la guerra es tan extenso que, de una forma u otra, siempre afecta a algún conocido o familiar. El propio cuñado de Tetiana salió herido en el reciente ataque a Leópolis, donde los misiles destrozaron su coche y su casa.
"Si tienes familia allí, tienes que ir sí o sí aunque sea una semana, porque todo el mundo tiene a alguien a quien visitar", afirma Anna, quien destaca el transporte como otra de las principales complicaciones para reunirse con los familiares.
Desde que comenzó el conflicto, no hay vuelos directos a Kiev desde Alicante ni viceversa, por lo que el trayecto se ha alargado y para las personas mayores como los padres de Olha se les hace imposible viajar a Polonia en autobús para luego tomar un avión hacia España.
Escuela infantil
La asociación vuelve a la rutina con el inicio de su escuela infantil, donde los niños ucranianos estudian el idioma, la historia y sus tradiciones para mantenerse conectados con su cultura y no perder la habilidad de leer y escribir en ucraniano por si un día tienen que volver a su país.
Una diferencia entre España y Ucrania es que allí la escuela comienza antes, concretamente, el 1 de septiembre, independientemente del día de la semana en que caiga, incluidos los fines de semana. "Es como el 31 de diciembre, no se puede cambiar. Si cae sábado o domingo, van de igual forma aunque sea un par de horas", resalta la presidenta.
Anna indica que esta escuela es un complemento a la educación obligatoria nacional para hacer piña y compartir experiencias. Lo mismo hacen con sus 500 asociados, independientemente de la edad, con actividades y talleres para acortar los más de 3.000 kilómetros que los separan de casa.