De las dos torres a la pirámide hay un camino que culmina en uno de los edificios más reconocidos en la ciudad de Alicante. Su creador es el arquitecto Alfonso Navarro y, pese a las polémicas sobre su aspecto, celebra el éxito comercial que supuso, el anticipo de una tendencia actual, el paso que dio a sus mejores proyectos y el interés que genera en la gente por la arquitectura al bautizarlo.
"Lo importante es que la ciudadanía se identifique con los edificios y le interese la arquitectura, cosa que por lo general no ocurre", cuenta sentado tranquilamente en una terraza de la playa de San Juan. Y eso cree que sucede porque "la gente quiere poco a su tierra. Y yo la quiero mucho porque los que somos de pueblo estamos más identificados con nuestro territorio". Así lo siente este hombre nacido en Elda en 1942 y criado en Puerto Lumbreras.
Con 26 años recibió un encargo que no era capaz de imaginar que acabaría siendo su obra más popular. "Un propietario tenía un solar y quería rentabilizarlo", recuerda. Ya le había hecho su casa, un chalet y con este proyecto se hizo amigo de Juan Carlos Sánchez de Lamadrid "y me dejó manos libres para hacer esa singularidad".
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Era 1968 y la ciudad estaba en una expansión urbanística que redefiniría su línea del cielo. Era la década en la que se autorizaron los primeros rascacielos en la ciudad, así que en la parcela de más de dieciocho mil metros cuadrados le dijeron que podía levantar dos torres. "Pero siempre he luchado con las ordenanzas", afirma risueño.
El promotor "quería la mayor cantidad de viviendas y cuántas más saques mejor", cuenta. Si hubiera seguido el plan convencional, en esa parcela podría haber tenido un centenar de viviendas. Simplemente debería haber seguido las reglas y respetar que "si tienes un solar, tienes que separarte del límite esa vez y media la altura" para así dejar una zona alrededor en jardines y evitar que se aglomeren las torres.
Eso obligaba por la forma de la parcela "a meter las torres en el centro y pegarlas porque el soleamiento, el sol que le da al edificio, es muy malo. Y yo quería que se viera el mar". Así que pensó una forma diferente de cumplir la norma. Si empezaba con poca altura, podía estar más cerca de los límites de la parcela y conforme se acercara al centro de la misma, podía ir construyendo más pisos.
"En esta profesión nuestra hay dos momentos importantes: uno es la interpretación y otro la creación. La creación es innovar y se me ocurrió que por qué siempre tienen que ser las fachadas verticales y no inclinadas. Al inclinarlo iba cumpliendo esa vez y media", razona. "Si empiezo con una diagonal, voy cumpliendo la ordenanza porque me voy retirando hasta la altura que yo quiera llegar".
Al ponerse a calcular lo que significaría este cambio ganaba en que "el volumen de la fachada inclinada permitía que entraran más viviendas porque en lugar de cien salieron muchas más viviendas, con lo que prácticamente dupliqué el número de viviendas que cabían". En cambio, "la estructura era más cara, pero al tener más viviendas que vender lo hacía más rentable". Así que "el propietario estaba encantado" con las 180 que se empezaron a comercializar.
Tenía la regla que quería seguir y los números claros. Con eso "estéticamente organicé un edificio que no quería que fuera una pirámide y por eso lo corté en la mitad. No es solo un problema estético, si no adecuarse al consumo y la promoción para que gane más".
La construcción
Levantar aquello supuso dos años de trabajo por la magnitud del edificio. Además, Navarro destaca que su estructura es singular "porque los pilares no llegan al suelo, toda la vela está apoyada en la viga puente, con lo que era un reto". La que se quedó en el papel fue la idea de una fachada de cristal "y que se reflejara el mar, pero no llegaba el presupuesto" pese al aumento de rentabilidad aunque aún piensa que esa piel de vidrio templado "habría sido fantástica".
La comercialización de esta promoción quedó como Edificio Montreal porque en la ciudad canadiense se había hecho algún edificio también con fachada escalonada, cuenta. Pero ese no es el nombre con el que Navarro se refirió a él ni entonces ni ahora. "Lo llamé La Goteta porque ese fue el origen y es donde estaba", afirma en referencia a la fuente que analizaron en el terreno.
Pasó el tiempo y la trayectoria de Navarro le llevó a construir edificios y otros proyectos también singulares que fueron premiados y alabados. Lo que no se esperaba es que en 2021 los usuarios de una página acabaran troleándole y minusvalorando aquel edificio. "Salió como uno de los edificios más feos de España y nunca lo vi así porque tiene una magnitud que o te equivocas totalmente o aportas algo", razona.
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Con el tiempo ha visto que soluciones similares se han ido aplicando, como en Nueva York. "La arquitectura no tiene que ser vertical", concluye. " Y sé que la gente que vive allí está encantada porque todas las viviendas dan al exterior, no hay viviendas atrás. Con lo que la gente está feliz".
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