La rambla de Méndez Núñez, la calle Doctor Gadea o la avenida Óscar Esplá, algunas de las arterias principales del urbanismo alicantino, fueron construidas sobre barrancos y ramblas de agua. Por eso, la ciudad ha sufrido históricamente avenidas importantes con numerosos daños personales y económicos. Hasta que el Plan Antirriadas puso freno a las inundaciones más catastróficas a principios de este siglo.
No obstante, no fue el primer plan. Como destacan los últimos estudios de inundabilidad, como el realizado para la construcción de la Estación Intermodal de Renfe en 2014, ya en el siglo XIX el arquitecto Guardiola Picó mostró interés por "conseguir un sistema eficaz que evitara las inundaciones periódicas a las que la ciudad estaba sometida".
"Para ello planteaba la necesidad de efectuar, a cota suficiente, una red de cortaduras y fosos en los cerros y en la periferia urbana, conectados entre sí para que recogiesen los avenamientos antes de su paso por la ciudad y desviarlos al mar", añade el estudio.
Para concluir, "mientras que para las lluvias precipitadas sobre el recinto urbano se preveía, que una vez captadas por pequeños sangradores, fuesen conducidas, junto a las inmundicias, directamente al mar o al colector llamado Foso, existente en el subsuelo de la periferia en el noroeste de los barrios Nuevo y San Francisco".
Esas obras se quedaron solo en un proyecto. "El crecimiento espacial de la ciudad se produjo sin que por el contrario se resolvieran eficazmente los problemas heredados ni los nuevos que planteó la expansión de la urbe que se realizó, las más de las veces, en función de los intereses especulativos y financieros edificándose casas, almacenes y espacios industriales de manera indebida e inadecuada sobre los viejos lechos quedando obstaculizado el drenaje de los mismos, construyéndose dotaciones e infraestructuras en localizaciones inadecuadas que acortaban su periodo de uso o, en ciertos casos, lo ponían en evidente riesgo".
Así las cosas, hay registros de inundaciones catastróficas en la ciudad de Alicante desde el siglo XVIII. A esto se añadía que los derrumbes de rocas desde el Monte Benacantil, colapsaron muchas veces los primitivos sistemas de drenaje.
Ya en 1962 todas las alarmas se dispararon tras las precipitaciones continuadas durante 30 horas. Barrios como el Rabal Roig o San Blas quedaron incomunicados. Murieron dos personas y más de 650 vecinos tuvieron que ser evacuados.
Los hechos se repitieron en 1966, cuando el agua se elevó en algunas calles por encima de los dos metros y medio. Los barrancos desbordados provocaron que 450 vecinos se vieran gravemente afectados.
Nuevamente en 1971 llegó el desastre. Una avenida de agua se llevó por delante el puente del Río Seco en Mutxamel y El Campello. Muchos muros del monte Benacantil también colapsaron.
En 1973, 1978, 1979, 1982 y 1997 se sucedían las inundaciones periódicas. En las dos últimas, los daños fueron cuantiosos en toda la ciudad y sus aledaños. En 1997 incluso murieron cinco personas. Y por fin, los gobiernos municipales de Luis Díaz Alperi (PP) y autonómicos de Eduardo Zaplana (PP) decidieron actuar. Desde 1997 a 2001 un Plan de Emergencia Antirriadas puso freno a los problemas.
Posteriormente, de 2001 a 2005 se acometió el cierre perimétrico de la ciudad encauzando los barrancos de Orgergia y Juncaret, estableciendo obras en Sant Vicent del Raspeig y en el barranco de las Ovejas.
Canales, colectores, encauzamientos. El Plan Integral Contra Inundaciones (PICI) de Alicante (Plan Antiinundaciones de Alicante), diseñado por los técnicos de la Conselleria de Obras Públicas y del propio Ayuntamiento, costó 105 millones de euros y se prevé que estarán operativas durante 200 años.