Alicante

"¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible sólo en vacaciones?". Esta pregunta que lanza la narradora de Gozo (Siruela) ha convertido a Azahara Alonso en el estandarte de la generación de la gran renuncia con uno de los libros del año. Este jueves lo presenta en Alicante para cuestionar también el impacto del turismo en nuestras ciudades.

Con ese arranque fulminante, Alonso lanza al lector por un tobogán de ideas que se suceden a través del diario de la protagonista. En él repasa su estancia en una isla mediterránea huyendo de la inestabilidad de la España azotada por la crisis del 2008. La elección del formato la obliga a puntualizar reiteradamente que no se trata del suyo propio, "nada más lejos".

A través de las breves reflexiones que va dejando la narradora construye el vehículo al que se suben muchos lectores para encontrar las palabras que cuestionan el modo en que el trabajo modela nuestras vidas. "Algo no va bien cuando tengo que pedir permiso para hacer lo que quiero con parte de mi tiempo", escribe al principio.  

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¿Referente de la gran renuncia? "Siento que me queda grande", dice antes de llegar este jueves a la librería 80 Mundos (19:30). Pero sí recuerda que cuando dejó su último trabajo fue "dos meses antes de que empezase esa gran renuncia y me sentí muy acompañada por el movimiento, así que es una especie de círculo vicioso estupendo".

La conexión que ha conseguido la sitúa en haber coincidido con "algo que está en el ambiente, flotando en la época; sobre todo, la parte del trabajo y de la política de los tiempos: a qué le dedicamos el tiempo que tenemos, sea porque queremos o porque es una obligación supervivencial".

Y todas esas reflexiones tienen éxito al conseguir la identificación del lector con los pensamientos de la protagonista porque "cuando leemos algo contado por un personaje empatizamos más directamente o nos apela más directamente sin obstáculos". Un mecanismo que aprovecha porque "no necesitamos un ensayo académico, y a veces incluso aburrido, para pensar". 

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El otro asunto que aborda al centrar su novela en la vida de la pareja en una pequeña isla es el impacto del turismo en la sociedad. "Para mí era importante una diferencia entre lo que es vivir en un lugar al que no se pertenece, intentar integrarse y hacer su red vital allí". Un choque al que lleva a esta pareja, que es incomprendida por los isleños habituados a vivir de los extranjeros que solo están de breve paso.

"Siempre me impresionó el hecho de que personas que van a estar un mes o quince días en un lugar pueden determinar que se construyan edificios terribles", recuerda de su adolescencia. Y eso lo traslada a su isla para hablar de la gentrificación que se expande por las ciudades turísticas en las que la presión acaba expulsando a los vecinos.

"Cuando alguien es crítico porque su medio de vida desaparece de pronto y tiene que dedicarse a la hostelería, o tiene que irse fuera de la ciudad para que otros la visiten porque se encarece la vida y porque no tiene acceso a las cosas de barrio, no es tanto una fobia como un intento de defender los derechos de la ciudadanía", sentencia.

"Habría que hablar de si los turistas son fóbicos con la gente que viven las ciudades", añade risueña sobre el tema. Aunque no culpa tanto a los turistas como "a la industria turística que hace de cada lugar una especie de pequeña empresa que tiene que ofrecer cosas a quienes visitan ese lugar".

Como escribe, "llegábamos a un edén porque el viaje en ferri no estaba mediado por el dinero. Más tarde sabríamos que se paga únicamente por salir de la isla". Con todo, explica, su voluntad es dejar la reflexión en manos de quien lee. "Muchas veces me dicen 'pero ¿cuál es la conclusión?' y les digo es que precisamente hay una elección en el género y en que no venga algo cerrado", concluye.