Juan Carlos Soler, en la plaza de la Estrella este miércoles en Alicante.

Juan Carlos Soler, en la plaza de la Estrella este miércoles en Alicante. M. H.

Cultura

Los fotógrafos de Alicante recuerdan los cinco años del Covid: "Moría gente, pero no lo veíamos por ningún lado"

Su trabajo les expuso al virus desconocido del que no se sabía cómo se contagiaba y por el que llegaron a morir casi un millar de personas al día.

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El 13 de marzo de 2020 España entera asistía atónita al mensaje de Pedro Sánchez de que se decretaba el estado de alarma y se confinaba a la población en sus casas. Para contar lo que sucedía los fotorreporteros tenían que salir a las calles y enfrentarse a un coronavirus del que ni se sabía cómo se contagiaba. El libro Pandemia, imágenes contra el olvido recoge cómo fueron aquellos meses y la censura que hubo al retratar la muerte.

"Cuando el mundo se para, hay que dejar constancia de ello", escribe en su prólogo el entonces fotógrafo Ángel García Català. "Si esta crisis sanitaria mundial no nos ha convencido de la vital necesidad que tenemos de un periodismo de calidad, nada lo hará".

Hoy, Català es profesor de secundaria y aún recuerda la extrañeza que sintió ese primer fin de semana al conducir por las que antes eran autopistas repletas de coches y que entonces estaban vacías. Una sensación que comparte el también fotógrafo y colaborador del ABC, Juan Carlos Soler.

"En mi vida he circulado con mi vehículo, teniendo tan pocos vehículos tanto en mi carril como en el carril contrario", recuerda Soler sobre un trayecto que hizo a la Vega Baja. "Pude pararme en mitad de la carretera prácticamente sin ningún coche de ida ni de vuelta para hacer una foto que parecía fantasmal", cuenta subrayando las palabras.

Para poder hacer ese trabajo, cuando la circulación estaba restringida por el mencionado estado de alarma, necesitaban unos permisos, ya fueran contratados o colaboradores. Si se encontraban con agentes policiales tenían que presentarlos para que no les sancionaran o retiraran de la circulación.

Y si se permitían esos permisos para asegurar la libertad de prensa, este no garantizaba el acceso a cualquier lugar. Desde Italia llegaron pronto imágenes de montones de ataúdes en iglesias y camiones militares cargados con ellos. En España esas imágenes no se permitieron.

Rafa Arjones, jefe de fotografía en el Información y coordinador del libro editado por el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, señala que "estábamos muy indignados porque no nos dejaban" acceder a espacios como hospitales o residencias de ancianos, como la Domus Vi de Alcoy donde murieron la mitad de sus residentes.

"Estuvimos quejándonos de que no nos diesen acceso a documentar la realidad que eran los fallecimientos", critica, "que era lo realmente triste y que estaba pasando, porque sabíamos que iba muriendo gente, pero no la veíamos por ningún lado".

Soler cree en cambio que "se tuvo bastante respeto en sacar ese tipo de fotografías de las personas fallecidas". "Es cierto que la información hay que darla y, evidentemente, no hay más remedio que sacar a veces imágenes muy tristes, pero me alegro mucho también de que no se haya sido muy cruel a la hora de ser explícitos".

Català comparte la opinión de Arjones. "Yo quería acceder a eso, pero era imposible y la excusa era siempre la misma: cuestiones de seguridad. Entonces las autoridades nos lo pusieron muy difícil para fotografiar esa parte de dentro del hospital, de dentro de los geriátricos. Fue imposible. No sé si había órdenes".

Un razonamiento que se compartía en aquellos primeros días, cuando se hacía público que moría hasta un millar de personas al día en toda España. "Teníamos la sensación de que era muy difícil acceder a esa parte que no se quería mostrar, a los ancianos que morían en geriátricos. Sé que es la parte más impactante de todo eso", reitera Català.