Elche

Hoy miércoles queda inaugurado diciembre, mes en el que los niños y niñas son protagonistas. Nos detenemos a charlar con Hendrik Vaneeckhaute (1968, en Gante, Bélgica), padre de tres hijos y un reputado psicomotricista relacional y especialista en Prevención y Salud Infantil, actualmente como externo en el CEIP Princesa de Asturias y en Vida y Tierra, ambos en Elche y ambos ofreciendo una educación alternativa que tiene puesta la mirada en la emoción. Precisamente de la emoción va su nuevo libro (editorial Círculo Rojo) '¡Mi mamá no me entiende! ¡Yo tampoco!', que llega tras la buena acogida de su debut sobre los celos entre hermanos '¡Mi mámá ya no es mi mamá! ¡Tengo un hermano!'

 Pregunta.- A raíz de tu nuevo libro, dices que el reto más difícil de la crianza ha sido afrontar la gestión emocional, la tuya y la de tus hijos. Al ser padres, nos toca lidiar con la emoción a veces descontrolada de nuestros hijos, pero también con nuestro ego. ¿Cómo bajarnos del pedestal a la hora de educar y por qué nos cuesta tanto reconocer que hay determinadas actitudes nuestras hacia ellos que hay que corregir?

Respuesta.- Creo que podemos relacionarlo con dos factores. Uno es nuestra propia educación emocional. No estamos acostumbrados a gestionar de forma sana nuestras emociones, porque sencillamente nunca se nos ha permitido, y por eso no sabemos gestionar las emociones de nuestros hijos. Sus emociones nos molestan, porque nos conectan con las nuestras que tenemos reprimidas o acumuladas. Si paráramos de verdad, y nos preguntaremos si la reacción que tenemos con nuestro hijo o hija, lo hiciéramos con un otro adulto, por ejemplo, cuando se hace daño, decirle, 'no ha pasado nada', o cuando está triste, 'no llores', nos daríamos cuenta de lo absurdo que es nuestra reacción. 

Y otro factor es el estrés que vivimos los adultos, una vida acelerada, lleno de actividades y muchas veces poca satisfactoria de verdad. Vivimos con mucha distracción: por ejemplo: ¿cuántas horas dedicamos a las pantallas?, o ¿cuántas veces al día miramos el móvil? Las criaturas nos confrontan con nosotros mismos. Su forma de estar en el presente, su expresividad emocional, sus necesidades... Todo eso nos confronta con nuestras necesidades reales, con nuestra vida emocional, con nuestra estar en el presente. ¿Cómo nos sentimos de verdad cuando paramos? ¿Somos capaces? ¿Sabemos cómo nos sentimos? ¿Somos capaces de estar presentes, sin distracciones, sin pantallas, sin móvil? ¿Qué ejemplo somos para nuestros hijos?

P.- El libro versa sobre la necesaria empatía hacia la infancia, pero ¿cómo vamos los padres a fomentarla si formamos parte de una sociedad que carece de empatía, en general, y hacia los menores, en particular.

R.- Una de las necesidades básicas de las criaturas es la pertenencia: saberse conectadas con el adulto cuidador. La criatura necesita un proceso de años para transitar de la seguridad de la dependencia a la seguridad de la autonomía. Y nuestra sociedad empuja a las criaturas a la desconexión del núcleo familiar y la falsa autonomía en cuestión de meses. Escuelas con ratios excesivas que no permiten crear vínculos de seguridad y sólo pensadas para enseñar, no para satisfacer las necesidades de las criaturas. Necesidades de movimiento y exploración, necesidades de pertenencia y sentirse cuidadas, necesidades autorregulación y expresión a través del movimiento libre y juego espontáneo.

P.- ¿Cómo casar una educación empática hacia nuestros hijos en un sistema que no deja mucho tiempo a los padres para la crianza? Hay padres que se ven obligados a dedicar mucho más de 8 horas al día para traer un jornal a casa. Ante estos casos, ¿es suficiente una educación hacia ellos de calidad, o la cantidad que pasamos con ellos es indispensable?

R.- El problema no es tanto cuánto tiempo tienen que estar los adultos con los hijos, sino la cantidad de horas que nuestros hijos están en entornos no adecuados para ellos. Considero entornos no adecuados, por ejemplo las casas (pisos) y calles/plazas donde no pueden correr, ni saltar, ni verse con sus amigos. Entornos urbanos sin naturaleza, ni árboles para trepar, ni barrancos para tirar piedras. Parques infantiles acolchados, escuelas en las cuales falta posibilidad de movimiento, y sobran patios de cemento.

Entonces, después de una jornada en la cual las criaturas no han tenido oportunidad de autorregularse, de encontrar satisfacción de sus necesidades, se encuentran con padres que necesitan organizar la casa, las comidas, desconectar del trabajo, satisfacer sus propias necesidades...

Si el tiempo que las criaturas no están con los padres, fuera de calidad para ellas, y luego el tiempo que las están con los padres fuera también de calidad, no sería tampoco tanto. Cuando la criatura tiene satisfecha su necesidad de movimiento y juego y de socialización, por ejemplo, por la noche puede estar tranquila en una cena familiar relajada (sin tele) y después un rato en el sofá, con un cuento, apegadito al adulto y luego irse a la cama, acompañado hasta que se duerma. Y será la criatura más feliz del mundo.

P.- Una pregunta concreta que seguro que te la habrán preguntado, ¿cómo afrontar una rabieta? Sobre todo en público, que es cuando más nos sentimos juzgados.

R.- Hay que distinguir las rabietas según edades y circunstancias. Una criatura de 2 años, que tiene una -mal llamada- rabieta, pasa por un momento de desbordamiento emocional. ¿Qué tenemos que hacer? Pues permitir que pueda descargar todas estas emociones y tensiones, sin hacerse daño, ni hacer daño a nadie. Y luego, seguramente, consolar, conectar con la criatura que necesitará nuestros brazos.

Cuando se trata de una rabieta de una criatura de 4 o 5 años, es posible que sea un desbordamiento emocional, o que sea un comportamiento aprendido. Esto último pasa cuando la criatura ha aprendido que el adulto no sabe gestionar bien los límites. Por cierto, un tema muy complejo en nuestra sociedad.

En el caso de un desbordamiento emocional, sobre todo si ocurre con frecuencia, hay que preguntarse por qué ocurren. ¿Por qué la criatura acumula tanta emoción/tensión? Seguramente porque ha estado demasiado tiempo con adultos con los cuales no se siente vinculado emocionalmente, o que no siente un acompañamiento emocional adecuado. Pero hay otros factores, como por ejemplo, entornos demasiado estimulantes o exigentes, o que no permiten suficiente juego espontáneo o movimiento libre. El movimiento es, entre otras cosas, un regulador emocional.

P.- De cara a la época de Navidad, y por tanto, de regalos, ¿cómo se debe actuar con los pequeños de la casa? ¿Qué pautas se deben seguir para que no queden inundados de regalo?

R.- Hay que poner un límite al número de regalos. Hablar con familiares y amigos y asegurar que no haya una montaña de regalos. Es un tópico, pero las criaturas, ante el exceso de regalos, acaban jugando con las cajas de cartón, o con la montaña de papel. Cuanto más regalos, menos placer real le producen los regalos en sí, y más exigentes se hacen. Porque en el fondo se sienten insatisfechas por la acumulación de estímulos y el desbordamiento. Es el camino directo hacia el consumismo: intentar compensar con objetos la falta de satisfacción de las necesidades de reconocimiento, de pertenencia y relación con el otro, de placer en el juego espontáneo con movimiento y asombro.

P.- ¿Sería conveniente para que actúe de recordatorio, ¿por qué no es bueno que tengan todas las cosas materiales que piden?

R.- Las criaturas aprenden a pedir objetos, porque se lo enseñamos, además del bombardeo mediático. Les entregamos objetos (y pantallas), para entretenerlos por la falta de entornos adecuados.

En el fondo, las criaturas necesitan pocos juguetes, pero entornos donde pueden jugar libremente, exteriores, naturaleza. Jugar en la calle, en la plaza del pueblo, del barrio. Espacios de juego espontáneo, poder encontrarse con los amigos de forma espontánea, no organizada.

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