La orquesta del Auditorio de la Diputación de Alicante, ADDA Simfònica, junto con el Orfeón Donostiarra, comenzó el pasado domingo 10 de diciembre una gira por diversas ciudades del territorio nacional, ofrendando, dadas las fechas, el tradicional concierto de Navidad con un programa de imbricadas e intrincadas connotaciones filosóficas y religioso-musicales: la Novena de Beethoven es en sí misma la biblia de la Música.
Como no podía ser de otra forma, el maestro Josep Vicent estrenó y rodó el repertorio en casa, siendo el público alicantino el primero en disfrutar de un concierto que, sin lugar a dudas, le llevará a cosechar enormes triunfos y una exitosa gira.
Pese a la opinión de la mayoría, entre la que se encontraba la de la abajo firmante, que considerábamos no sólo impropio, sino, sumamente inadecuado, por no decir sacrílego, dotar de un preámbulo a esa inmensidad sonora, cuyas dimensiones y profundidad no requieren de preludio alguno, el director artístico, llevado por esa intuición astral que lo caracteriza, no cejó en su empeño de abrir el concierto con un poema sinfónico-coral mayoritariamente desconocido del público, del compositor catalán Xavier Montsalvatge (1912-2002). Y, todo sea dicho, comenzar la velada con el Cant espiritual de Joan Maragall, fue un acierto mayúsculo.
En palabras del propio compositor, "el Cant Espiritual lo imaginé como un canto de gran patetismo y poderosa expresividad y está planteado como un poema en el que los efectos orquestales glosan la trama de los temas a los cuales las voces dotan de estructura armónica".
Si algo distingue a esta prodigiosa orquesta es, precisamente, su amplia gama de efectos orquestales, ya que sustentada por magníficas individualidades que laten al unísono en conjunto, todas y cada una de las secciones brillan con el mismo fulgor cuando el papel lo reclama. Con excesiva potencia brillaron los metales en pasajes donde el autor, quizás no midió lo suficiente las dinámicas exigidas, colocó al coro en registro de exigua sonoridad, aunque la espectacularidad del resultado fue el fiel reflejo de la orquestación realizada.
Y después de una pausa absolutamente necesaria para desconectar la mente, atemperar el corazón y preparar el alma, con religiosa concentración y un respeto reverencial se abordó esa descomunal ofrenda que Beethoven hizo a la Humanidad, cual Prometeo que robó el fuego sagrado de los dioses para ofrecerlo a los hombres. Un fuego sonoro que es a la vez el mayor tratado de música jamás escrito y un tratado filosófico, el más grandioso catálogo de las combinaciones rítmico-armónicas puestas al servicio de la expresión de todas y cada una de las búsquedas, anhelos y pasiones humanas, siendo su inmensidad tan abisal e insondable que doscientos años después no se ha podido alcanzar la sublime cima de su poder redentor.
Ante una obra de tal calibre, no existe batuta o mano que no tiemble, llevada por el peso de una responsabilidad y un trabajo hercúleos. Con tiento movió la mano Heracles contra el León de Nemea, y con tiento, quizás en demasía, comenzó ese afinar de las cuerdas, célula primigenia y leitmotiv de la obra con el que se introduce la explosión del tema principal, afortunadamente, en este punto, el maestro fue consciente de toda su fuerza y su inmenso poder y ya no hubo ni tiento, ni duda.
Sabedor que ante sí tenía una orquesta leonina pendiente de su gesto y salvajemente entregada, los arrastró tras él por todo el Olimpo. De vértigo fue el tempo con el que se abordó el Scherzo, como un frenético torbellino de gran exaltación orgiástica. Las cuerdas estuvieron excelsas en su sincronización. Las pausas de gran efecto, bruscas e imperativas, perfectamente medidas, dieron mayor relevancia al salto de los timbales en descubierto, dotándolo de presagios siniestros y amenazadores. Se vivió un momento taquicárdico durante todo el movimiento hasta la descarga fulminante de la cadencia final que la mano sentención con enérgica precisión.
Con el corazón desbocado se alcanzó el "tres veces sublime" Adagio molto e cantabile, y con en esta inspiradísima melodía, quizás de las más profundas que escribió el compositor renano, los corazones de los allí presentes dejaron de latir ante la etérea delicadeza con la que orquesta y director plasmaron las páginas más hermosas de la historia. Mención merece el papel de las trompas, y entre ellas, la cuarta, al que Beethoven debía tener auténtica inquina dadas las complejas barbaridades que le dedicó. Después de semejante interpretación, podemos afirmar que en lo sucesivo este movimiento será calificado de "cuatro veces sublime".
Entramos en el final de la sinfonía, compuesto por diversos fragmentos que se suceden sin solución de continuidad, formando una especie de preámbulo seguido de variaciones que van modificando y distorsionando el celebérrimo tema. Magistral fue la serenidad y majestuosidad con la que el enfant terrible de los directores de orquesta entró en la exposición instrumental de lo que se puede calificar como el Padrenuestro musical, preludio y antesala de la explosión coral del rezo más famoso y venerado de toda la Humanidad, sin distinción de raza, nacionalidad o credo. ADDA Simfònica sustentando al grandioso Orfeón Donostiarra en esa Oda a la Alegría, atronó en Alicante y alcanzó una apoteosis difícilmente igualable.
Ficha
Sinfonía coral: Cant espiritual de Joan Maragall y Novena.
Orfeón Donostiarra con Adda Simfònica. Erika Grimaldi, soprano; Teresa Iervolino, mezzosoprano; Airam Hernández, tenor; José Antonio López, barítono; Josep Vicent, director titular.
10 de diciembre. 20 horas