La historia de María Teresa Ruzafa (Crevillente, 19-01-1959) es una de las más sorprendentes y espectaculares del deporte español en las últimas décadas. En apenas unos meses, una madre de familia, ama de casa trabajadora sin formación deportiva, pasó a convertirse en la segunda mejor atleta española máster (competiciones para veteranos mayores de 35 años) en carreras de media y larga distancia, en la primera de la Comunidad Valenciana y en uno de los referentes mundiales.
La pandemia pareció poner final a su explosión deportiva, pero nada más lejos de la realidad. Volvió a competir la pasada semana, más de año y medio después, en Don Benito, donde logró alzarse con el Campeonato de España de 10 kilómetros ruta en un circuito urbano repleto de adoquines para tortura de sus tobillos y rodillas. Llegó a la cita con dudas sobre su rendimiento motivadas por la falta de entrenamiento y competición y por algunos problemas de salud, pero se fue de Extremadura segura de sí misma y con el oro colgado al cuello.
Más de una década después de su despertar competitivo, Teresa posee un palmarés al alcance solo de los elegidos. Cuenta con más de 100 medallas nacionales y ha sido 34 veces campeona de España entre cross, pista, ruta, media maratón y maratón. A nivel internacional suma 27 metales y seis Mundiales y otros tantos Europeos. A todo ello une infinidad de plusmarcas personales, la última para mayores de 60.
Teresa comenzó a correr a los 47 años y por prescripción facultativa, ya que tras un embarazo problemático había ganado peso. Hasta entonces, el contacto con el atletismo se limitaba a acompañar a las competiciones a marido, Francisco Santos, quien competía en el mítico Kelme.
“Yo para el deporte era una negada, no me gustaba. Huía de él siempre que podía”, confiesa Teresa. Fue la afición tardía de Francisco la que empujó a un mundo apasionante en el que pudo descubrir que no tenía límites. “Primero comencé a caminar. Y luego a trotar. En nueve meses perdí 18 kilos. Y mi marido comenzó a entrenarme. Me apunté a una carrera de 4 kilómetros, en la que sufrí muchísimo, y luego al año siguiente, ya con 49 años, al Campeonato de España en Águilas”, recuerda.
Aquella carrera cambió todo. Teresa acudió allí sin conocer a nadie, con una camiseta arreglada de su marido, sin zapatillas de tacos y con mallas de ciclista. “Yo tenía un susto enorme. Pero comencé a correr y solo me ganó una chica de 35 años. Con 49 años era campeona de España”, relata.
Una de las imágenes que le impactaron fue ver la emoción de su marido y de sus amigos tras el éxito. “Me dijo, y aún me lo dice, que no soy consciente de lo que he conseguido”, señala la crevillentina, quien pese a desenvolverse bien en todos los escenarios y condiciones siente predilección por el cross.
Bajo control
Desde entonces, Teresa decidió dedicarse a explorar sus límites como atleta de fondo, rechazando incluso un trabajo. “Mi marido me dijo que si me tomaba el atletismo como una profesional podíamos ver hasta dónde podía llegar. Y no ha ido mal”, reflexiona. Entrena seis días a la semana, varias veces en sesiones dobles, siempre bajo la tutela de Francisco, pero también con la ayuda de médicos, fisioterapeutas, como Vicente Pascual en Elche, y nutricionistas, como Nacho Pastor de Luz de Aire.
“Mi médica de cabecera sabe lo que hago y me ayuda. Me hago habitualmente analíticas y electros para que esté todo bajo control”, detalla Teresa, consciente de que su organismo, aunque ha explotado tarde, también necesita ser controlado.
Además de las barreras médicas, la atleta también ha tenido que vencer otras familiares, como las de su entorno. “Al principio mis padres eran los primeros que me decían: ¿pero dónde vas con tu edad?”, desvela Teresa, quien se siente orgullosa de haber servido de ejemplo para muchas personas de edad avanzada que han decidido practicar deporte.
En desventaja
El mérito competitivo de Teresa es extraordinario si se tiene en cuenta que se enfrenta a mujeres que en su día fueron atletas profesionales o, por lo menos, recibieron una formación desde pequeñas. “Muchas hicieron mínimas para Juegos Olímpicos o Campeonatos de Europa. Yo no tengo ese aprendizaje ni esa técnica, porque hasta los 47 años era una mujer normal con un trabajo y tres hijos”, puntualiza. La presencia de Teresa en estos campeonatos causó sorpresa al principio entres las ex profesionales. “Me preguntaban mis marcas y mis tiempos. Y cuando les contaba mi historia no se lo creían”, explica.
Y en este punto surge la pregunta inevitable. “¿Qué hubiera pasado si me hubiera dedicado al atletismo desde pequeña? No lo sé, eran otros tiempos. Me casé, trabajé, tuve hijos… Lo importante es que he llegado a tiempo de disfrutarlo”, resume la crevillentina, quien desvela que también los dirigentes de la Real Federación Española de Atletismo (RFEA) se cuestionan hasta dónde podía haber llegado.
El talento natural de Teresa explotó tarde, aunque ella precisa que todos sus éxitos han llegado por una mezcla de “condiciones y trabajo”. Y en este sentido ensalza la figura de su marido, su gran punto de apoyo en los malos momentos. “He tenido lesiones, porque con esta edad las teclas comienzan a fallar, pero a veces es más importante entrenar la cabeza que las piernas”, explica.
La crevillentina admite que tuvo momentos de bajón anímico, sobre todo durante el confinamiento, pero siempre encontró algo a lo que agarrarse. “Me sigue haciendo ilusión competir, participar en los controles de mínimas o en cualquier carrera popular”, confiesa la campeona, quien solo se plantea un final a su aventura “cuando el cuerpo ya no acompañe más”. “¿Y después de correr qué haré?, siempre me ha gustado la montaña”, avisa.