Con cuatro medallas en otros tantos Juegos, la cubana Driulis González fue una de las mejores yudocas de la última década del siglo XX y la primera del XXI. Se presentó en los Juegos de Sídney 2000 como la vigente campeona olímpica y mundial de la categoría de -57 kilos, pero se encontró en la final con una vieja conocida, la alicantina Isabel Fernández, que la tenía "más que estudiada" y que le birló el oro en un combate tácticamente inolvidable.
Ninguna logró tirar al suelo a su rival en condiciones de puntuar. Una sanción a González al comienzo del combate, por agarrar en pinza el traje de su rival, decidió a la postre las medallas.
A la española no le sorprendió ganar, porque se sabía a la cubana de memoria. "Sabía para dónde se movía, qué mano daba primero, qué circulaba, dónde iba… Todo", asegura Isabel Fernández casi doce años después.
"Llega un momento en que, cuando alcanzas un nivel tan igualado, la diferencia es saber lo que te va a hacer la otra, contrarrestarlo y poder aprovecharlo. Si me hablas de rivales de otro país, eran también buenas, pero sabía que si me tocaba ella era un combate muy duro y, al final, táctico. El combate se tenía que ganar tácticamente", se reafirma la medallista española, que ya había sido bronce en Atlanta’96, al recordar aquellos Juegos.
Las finales previas
"Yo era subcampeona del mundo. Me había ganado la final la cubana, que era mi máxima rival. Siempre estábamos ahí, haciendo finales", indica la yudoca de . Por eso, cuando jugaba a combates en los entrenamientos, imaginaba a distintas yudocas. "Pero en la final siempre me ponía a ", asegura.
"Cuando en los Juegos de Sídney fui ganado combates y en semifinales decidí con la australiana ( ), que fue un combate muy ajustado, y vi que también estaba en la final, lo tenía más que estudiado. Era el combate que mejor me sabía tácticamente, el que mejor me había preparado, porque para mí era la deportista más fuerte y más explosiva que había en mi categoría de peso. Otra cosa", dice, "es que luego me saliera".
Pero salió.
"El combate fue, no fácil, pero bastante dinámico. Empecé ganando el combate por una sanción y la tuve que mantener hasta el final. Gané solo por esa sanción. Yo no la pude tirar, ella tampoco me pudo tirar, la levanté varias veces con diferentes técnicas, pero no cayó de técnica de puntuación, y al final gané por esa sanción", recuerda.
"En el agarre, el traje de no se puede coger como pinza, porque no te deja romper", explica. "En una de las acciones, en que ella hacía una técnica de rodillas en que se metía debajo, cogía de las puntas de las mangas y justo estuvo ahí cogida. Yo intentaba romper y se vio muchísimo y el árbitro la sancionó, le dio un shido, una puntuación a mi favor, y con esa puntuación llevé el combate hasta el final y conseguí esa medalla de oro".
Como suele ocurrir, cuando Isabel escuchó el silbato que indicaba el final del combate, no podía creérselo.
"Lo había tantas veces que pensaba que era un sueño, uno de mis entrenamientos corrientes, en los que iba haciendo la táctica. Hasta que me pusieron la medalla y estuve días con ella, no me lo creía, de verdad. Fue para mí lo máximo", cuenta la exjudoca, ahora vicepresidenta primera del Comité Olímpico Español (COE).
"Fue concentración, saber lo que tenía que hacer en cada tiempo", concluye.
González era "una de las mejores resultados, con unas cualidades muy buenas". Por eso, su victoria sobre ella es para Isabel Fernández "la gran medalla, la de más valor". La que le faltaba.
"Nos hemos llevado siempre muy bien, es cierto que en el tatami uno se olvida de los amigos y va a lo suyo, pero fuera es una de las deportistas con las que he tenido una relación buena", dice sobre la cubana, siete veces medallista mundial y en tres pesos diferentes. Una fuera de serie que tuvo que ceder la corona olímpica ante una rival que se la sabía de memoria.