En Elche existe una oscura historia sobre una de las primeras brujas de la que sufrió el temible proceso inquisitorial y sus torturas durante dos años por ser considerada una hereje y atentar contra la fe en pleno siglo XVII.
La Inquisición española, un tribunal eclesiástico instaurado en 1478, tuvo una presencia intensa en Elche. Según la experta en la historia y las leyendas ilicitanas , Verónica Cano, "Elche inicialmente resistió la instalación de un inquisidor, amparándose en privilegios otorgados por Jaume I tras la reconquista".
Sin embargo, con la unificación de las coronas de Castilla y Aragón bajo los Reyes Católicos, la Inquisición se estableció de manera definitiva. La ciudad se integró al secretariado del Tribunal de Murcia, con sede en el barrio de Conrado, muy cercano a El Raval, zona donde se concentraban moriscos y conversos por estar fuera de la villa amurallada.
Ana García, nacida en 1630, es quizás la bruja local más célebre. Su vida, una crónica de superstición, amor y tortura, refleja los crueles métodos de la Inquisición gracias a los documentos inquisitoriales conservados en el Archivo Histórico Nacional y en el Archivo de la Región de Murcia.
"A los 18 años, Ana sobrevivió a la peste bubónica, una proeza en sí misma", comenta Cano. "Y sus padres intentaron casarla a los 20 con un joven de su mismo estatus, pero Ana, recurrió a hechizos y amarres para evitar el matrimonio arreglado y atraer a un chico por el que tiene sentimientos."
La práctica de estos conjuros fue suficiente para atraer la atención de la Inquisición, probablemente por la denuncia de vecinos o allegados, ya que, a diferencia de en la actualidad, "no había presunción de inocencia, sino de culpabilidad", señala Cano.
"Cualquiera podía ser acusado de herejía, y la culpa se presumía desde el inicio". La denuncia de un vecino, un comportamiento fuera de lo común para la época o alguna mancha o deformidad física eran suficientes para caer en las garras del tribunal. En 1657, Ana fue capturada y sometida a un proceso inquisitorial que duró 24 meses. A pesar del cautiverio, Cano sostiene que "fue un proceso relativamente corto", comparado con otros acusados.
Juicio y torturas
El proceso de Ana García se llevó a cabo bajo la estricta observancia del Malleus Maleficarum, un manual de la Inquisición lleno de preguntas capciosas diseñadas para confundir a los acusados y obtener confesiones. Es la Biblia de los cazadores de brujas, de hecho, su traducción del latín es Martillo de las brujas
"Ana insistía en que sus prácticas eran para el bienestar y no para la brujería", explica Cano, pero la tortura y la privación de alimentos y sueño hicieron mella en ella.
Durante su encarcelamiento, la joven fue sometida a varios métodos de tortura por la Inquisición, cada uno diseñado para quebrar su resistencia física y psicológica. El primero de ellos fue el 'submarino', una técnica de asfixia en la que se llenaba un paño con agua y se lo introducía en la boca de la víctima.
El objetivo era llenar el estómago de agua, provocando intensos dolores y el temor a ahogarse. Ana soportó este tormento sin confesar nada que pudiera incriminarla, lo que obligó a los inquisidores a detenerse y esperar a que se recuperara antes de continuar con su brutal interrogatorio, ya que "no tenían la intención de hacer más daño del necesario, según ellos".
El segundo método de tortura fue el 'potro', una de las más conocidas técnicas medievales. En este dispositivo, las extremidades de la víctima eran atadas a un marco y estiradas de manera progresiva, causando un dolor insoportable y, frecuentemente, dislocaciones (o eran desmembradas).
En el caso de Ana, este método le dejó los hombros lesionados, lo que nuevamente detuvo el proceso hasta su recuperación. Sin embargo, la tercera y más temida tortura a la que fue sometida fue la 'cuna de Judas'. Este dispositivo consistía en una pirámide con un vértice extremadamente afilado sobre el cual la víctima era obligada a descender, sufriendo heridas internas severas. Fue este cruel método el que finalmente quebró a Ana, llevándola a confesar los delitos de brujería de los que se le acusaba.
Afirmó haber practicado hechizos y amarres para manipular la voluntad de los hombres, tanto para evitar su propio matrimonio como para ayudar a otras mujeres.
Sentencia
Ana García y otras cuatro mujeres fueron condenadas en un auto de fe público. Cano afirma que era una ceremonia pública donde los condenados eran humillados y perdonados simbólicamente.
Como castigo, Ana fue desterrada y obligada a llevar un bozal para evitar que hablara y, según se creía, manipulara a otros con sus palabras. "La tradición oral cuenta que Ana se instaló en una casa de campo a pesar del destierro y vivió el resto de sus días con el bozal puesto", sostiene la experta.