Una vez que el Consejo Nacional del Agua le ha dado, por segunda vez, los votos suficientes al Ministerio de Transición Ecológica que dirige la socialista Teresa Ribera para hacer un nuevo recorte de los caudales del trasvase para la provincia de Alicante, sólo queda el recurso al pataleo o el recurso judicial. Y ninguna de las dos cosas va a solucionar nada.
La decisión está tomada. No de ahora, sino desde tiempos Cristina Narbona. ¿Recuerdan aquel lema de 'Más agua, agua para siempre, agua de calidad' que impuso el lobby de Nueva Cultura del Agua tras cargarse los proyectos del trasvase del Ebro y el del Júcar-Vinalopó en 2005? Joan Ignasi Pla lo compró a pies juntillas y fue parte de su tumba política. Ximo Puig va por el mismo camino si sigue de perfil.
Dieciséis años después no es que no haya más agua. Hay menos, es de peor calidad y mucho me temo que esto va a ir a peor. Ya nadie habla del trasvase del Ebro. El del Júcar-Vinalopó no termina de arrancar y es indudable que la culpa es de quién en aquel momento decidió acabar con un proyecto acordado por todos a cambio de mandar a Alicante aguas de ínfima calidad desde Cullera.
La estrategia del Ministerio sigue siendo la misma: sustituir agua limpia y natural procedente de las lluvias por agua desalada. Y el PSOE en la Generalitat valenciana hace seguidismo de esa doctrina. Puig no se atreve a levantar la voz y califica de "aquelarre" a quienes se reúnen para plantar cara.
Sin embargo, el análisis es muy sencillo. El agua procedente del Tajo cuesta a cada agricultor alicantino 11 céntimos de euro el metro cúbico. Mientras que el agua desalada cuesta entre 55 y 60 céntimos de euro. Apliquen una simple regla de tres al coste final de una alcachofa de Almoradí, de un limón de Bigastro o de una granada ilicitana y serán conscientes de cuál es problema real. ¿Cuántas veces hay que multiplicar esos 44 céntimos a lo largo del año para que las cosechas sean competitivas en un mercado global?
La agricultura en Alicante no está subvencionada, como en muchos otros lugares de España. Junto a Almería y Murcia, no obstante, somos la huerta de Europa. Será la tierra; será el sol; será la iniciativa personal y profesional de nuestros agricultores. Sea lo que sea, funciona. ¿Por qué acabar con uno de nuestros mejores capitales en vez de potenciarlo?
Los del lobby sólo alcanzan justificar sus veladas intenciones en el coste medioambiental. No voy a hablar de nuestros paisajes. Dense una vuelta por la provincia e imagínenla sin los cultivos. Allí donde no se planta, el terreno es casi un desierto. De ellos no se podrían obtener las millonarias aportaciones que desde aquí se envían como contrapartida a las provincias cedentes de agua desde hace años.
¿Quieren hablar de medioambiente y de transición ecológica? Un sólo dato acaba con cualquier argumento: el coste energético del agua del trasvase es de 1 Kwh/m3. El de la desalación 4 kwh/m3. Es decir, producir agua para el regadío procedente del mar provoca más emisiones de CO2. Al mayor coste económico se suma el mayor coste ambiental.
¿Pedro Sánchez, Teresa Ribera y Ximo Puig quieren sustituir el agua del trasvase por agua desalada? Sólo tienen que inventar la fórmula para que se reduzcan los 44 céntimos de más por metro cúbico que cuesta el invento. Y luego, justificar ante Europa que preferimos verter el agua del Tajo al mar por Lisboa en vez de darle un uso racional con el consiguiente coste medioambiental en emisiones de CO2.
La última ocurrencia es hacer un gran parque de energía solar anexo a las desaladoras para abaratar el coste energético de la producción de agua. Promesas. ¿Y mientras tanto? Que el coste de las nefastas decisiones políticas lo paguen los agricultores. Total, si nos vana a subir todos los impuestos.
Si Ximo Puig verdaderamente está con los agricultores, que se coja un tren a Madrid y le exponga claramente a Ribera y Sánchez que no va a permitir que se pierda una gota de agua para Alicante. No que anuncie recursos judiciales. No que se prometa a construir inmensos campos de placas solares. Que actúe igual que actúa su homólogo y compañero castellanomanchego, Emiliano García-Page, aquel que hablaba de "vaselina" al referirse al pacto entre Sánchez y Pablo Iglesias. Entonces será creíble, no en Alicante sino por sus compañeros de partido en Madrid.