Soy al primero al que le espanta el hecho de que Vox haya llegado a las instituciones. Pese a que tengo amigos y familiares alineados con este partido, no coincido ni con su fondo ni con sus formas. Creo que el tiempo de la extrema derecha pasó -por fortuna- y Abascal y los suyos sólo son un reflejo del malestar de parte de la sociedad con el devenir de la política en las últimas décadas.
En la Comunidad Valenciana todavía es peor porque Ana Vega y sus acólitos -más allá de irregularidades internas-, no han hecho nada. Nada de nada. Posiblemente no estén capacitados o a lo mejor es que ni siquiera lo intentan. Les vale con gestionar el tirón nacional del partido en las elecciones de 2019.
En mi opinión Vox es una forma moderna de populismo que no aporta soluciones posibles y realistas a ninguno de los problemas que aquejan a la sociedad. Al contrario, hace propuestas inviables, muchas veces con el mero afán provocador. Todavía no ha demostrado saber gestionar la plural y compleja situación sociopolítica actual.
Pero Vox no es fascismo. Carece de corpus ideológico y de planes de futuro. Les basta con buscar culpables: migrantes, menas, socialcomunistas... Por el momento no ha atentado ni contra la legalidad ni contras las instituciones democráticas. Todo lo contrario, se apoyan en la Constitución del 78 para recurrir en los tribunales todo aquello que no le gusta. Vox es simplemente un movimiento reaccionario, de regreso a valores e ideas que tal vez están ya superados. No propone, se opone.
Digo todo esto porque hoy volverá a plena actualidad la foto de Colón demostrando que PP, Cs y Vox comparten un espacio común de presente y de futuro. Nos guste o no. Un espacio en el censo electoral, no necesariamente un espacio ideológico. Y como digo, a mí particularmente no me gusta, pero la realidad es la que es.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que ninguno de los tres partidos son los organizadores de las protestas contra los indultos que Pedro Sánchez y su Gobierno pretende otorgar a los condenados por el procés catalán del 1-O. Se trata de una convocatoria cívica organizada por personas nada sospechosas de ser "ultras": el filósofo Fernando Savater y la exsocialista Rosa Díez.
Las posiciones de PP y Cs, las que valen, se han demostrado en las instituciones. Cs ha sido el partido que más veces ha sacado los colores a los reaccionarios. Por su parte, Pablo Casado fijó la doctrina de los populares con acierto y por sorpresa para casi todos, en la votación de la moción de censura a Sánchez. Aquel día demostró que el PP es un partido de Estado que no cuestiona la legitimidad de los resultados de las urnas, una de las reglas básicas de cualquier democracia.
Vox, en cambio, ha cuestionado esa legitimidad desde el primer momento incluso planteando esa extemporánea moción de censura. Seguía los pasos de su gran espejo, el ya desaparecido Donald Trump, que siempre ha negado la legitimidad de sus contrincantes.
La estrategia del miedo
Sea como fuere, a partir de hoy la izquierda volverá a intentar trasladar la idea (ya lo está haciendo) de que PP y lo que quede de Cs son lo mismo que Vox. Y no lo son. Y después vendrá el argumento de que no pueden pactar con un partido de corte "fascista".
Ya lo adelantó la vicepresidenta Carmen Calvo y aquí, en la Comunidad Valenciana, Ximo Puig (el viernes en Más de Uno, el programa de Carlos Alsina). Esta va a ser baza fundamental de la izquierda en unas elecciones autonómicas como las que inexorablemente se aproximan y en la que los bloques ideológicos permanecen casi inamovibles.
La pregunta entonces es: ¿deben PP y Cs abstenerse de pactar con Vox mientras el PSOE tiene toda la legitimidad democrática para pactar con comunistas como Podemos o Bildu (sin querer ahondar en su pasado), o con partidos como ERC que son capaces de atentar contra las instituciones y la Constitución?
Ximo Puig tiene en su Gobierno a dos consellers de Unidas Podemos, una directamente comunista como Rosa Pérez y otro como el podemita Rubén Martínez Dalmau, de ideología más difusa.
¿Deben PP y Cs recordar a Puig qué ha significado el comunismo en la historia de la humanidad? ¿O es que el comunismo no es extrema izquierda? ¿Debemos suponer que Rosa Pérez, por ejemplo, justificaría los millones de asesinatos, purgas y genocidios que ha provocado su ideología?
Estamos en tiempos diferentes al bipartidismo y países diferentes a Alemania, que siempre se pone de ejemplo. Está claro que la democracia que disfrutamos tiene muchos peligros en ciernes. Pero los cordones sanitarios sólo son eficaces si de plantean hacia los dos extremos del arco político. Eso de que yo puedo pactar con quien quiera pero tú no, no vale. A ese argumento se le abren las costuras por todos sus flancos. Si quieres cordón sanitario, empieza por aplicártelo tú mismo. Si no, no pontifiques.